EL MUNDO • SUBNOTA
› Por Marcelo Justo
La renuncia a la jefatura partidaria es el paso formal indispensable que debe dar un primer ministro para alejarse del Ejecutivo. Contrario a lo que se suele pensar, en Gran Bretaña no se elige directamente al primer ministro: se vota por los diputados que representarán a cada distrito electoral. El partido que gana más escaños es el que elige a su líder partidario como primer ministro. Por eso si el partido le retira su confianza, el primer ministro se ve obligado a renunciar: pasó con Margaret Thatcher en 1990. Antes de sufrir la misma suerte de la Dama de Hierro, que terminó arrojada por la borda por sus colegas conservadores por aferrarse demasiado al poder, Blair dio un paso al costado abriendo el camino a la sucesión. Ahora el Comité Ejecutivo Nacional del Laborismo tiene tres días para acordar un cronograma electoral interno y los candidatos tienen tres días más para conseguir el apoyo mínimo de un 12,5 por ciento de los parlamentarios laboristas que, en la actual química de la Cámara de los Comunes, significa unos 45 diputados. Más allá de esta compleja mecánica, nadie duda que el ministro de Economía Gordon Brown será el elegido por el partido. Brown es el coartífice del Nuevo Laborismo, un poco a la izquierda de Blair, más cercano al mensaje partidario de justicia social y menos encandilado por las luces de la fama y el dinero, pero la pregunta del millón es cuál será su política en Irak. Son varios los que predicen que la única forma de que el laborismo repunte en los sondeos es distanciándose de Bush y planteando una nueva táctica sobre Irak.
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