EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Gabriel Puricelli *
Antonio Gramsci votó ayer en las internas abiertas del Partido Democrático (PD) en Italia. Lo hizo en Moscú, donde reside el nieto del fundador del más grande y más influyente Partido Comunista de Europa occidental. Fue uno más de los tres millones y medio de ciudadanos que dieron nacimiento al partido que unifica a la mayoría de los cuadros del difunto PCI con sus viejos competidores de la vertiente progresista de la extinta Democracia Cristiana y que le dieron al alcalde de Roma, Walter Veltroni, el empujón inicial para suceder al actual primer ministro Romano Prodi, la próxima vez que los italianos tengan que votar.
Una definición le cabe a la fuerza que vio la luz ayer, con la promisoria participación de un número inesperado de ciudadanos: se trata de un experimento. La afanosa búsqueda del paese normale que definiera como norte el ex premier Massimo D’Alema ha dado un nuevo paso con el cierre de la experiencia poscomunista de los Demócratas de Izquierda, y la fundación de una fuerza con señas de identidad difusas, que pretende ser el partido más grande de Italia (intentando desbancar de ese pedestal a la derecha de Forza Italia). En la búsqueda de un bipolarismo a la estadounidense, los poscomunistas han estado dispuestos a todo, hasta a la nada casual adopción de un nombre idéntico al del partido de Jefferson, Ke-nnedy y Clinton. Su contribución a ese bipolarismo será, imagina Veltroni, darle al reformismo italiano un centro de gravedad de suficiente tamaño como para desalentar a quienes en la izquierda actúan como francotiradores y generar incentivos hacia coaliciones estables y un número de partidos reducido. Se trata de un proyecto que parece a priori más el sueño de un politólogo que el resultado de la acción de militantes políticos, pero el voto de ayer indica que ha alcanzado una resonancia potente en millones y que ha saltado de los tableros de diseño a la realidad con vitalidad sorprendente.
En la coyuntura actual, con Prodi siempre pendiente de una mayoría de un solo voto en el Senado, el lanzamiento del PD puede contribuir a apuntalar el gobierno de centroizquierda. Igualmente, tras unas semanas en que la antipolítica parecía ser el mar encrespado que lo iba a hacer naufragar, con los medios periodísticos ensalzando al cómico Beppe Grillo como el nuevo sumo pontífice del cualunquismo, con su blog y su Vaffanculo Day, la movilización que dio nacimiento al PD parece indicar que la prédica antipolítica no caló en la ciudadanía progresista.
Aunque su abuelo ocupe un lugar problemático entre los padres ideales de la nueva fuerza, algún optimismo de la voluntad hizo votar ayer al nieto de Gramsci y a millones de sus compatriotas. Queda ahora en manos de Walter Veltroni y esos mismos millones desmentir el pesimismo de la razón que aquel abuelo prescribía desde la cárcel del fascismo.
* Coordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas.
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