EL MUNDO • SUBNOTA
Dos conocedores de Venezuela opinan sobre las razones de la derrota de Chávez. La reelección indefinida, para el primero, o la débil formación de la militancia chavista, para el segundo, son algunas de estas razones.
MEMPO GIARDINELLI
“El problema es que no aprenden de los errores de otros procesos. Ya que miran tanto a Cuba debieran hacerlo con madurez. Cuba es un espejo maravilloso por todo lo bueno que ha hecho la Revolución, pero bien harían en ver también los errores, sectarismos, infantilismos y torpezas que allá se cometieron.”
Con estas palabras describía el proceso político venezolano un reconocido escritor y periodista colombiano hace dos semanas. El hombre, que conoce muy bien las internas de Caracas, aunque escribe y vive en Cartagena de Indias, no se sorprendía tanto del error de Hugo Chávez como del evidente mal consejo de quienes lo asesoran.
Estaba en Caracas en esos días, y todo lo que vi indicaba, ya entonces, que era muy posible que ganara el No. Era evidente el malestar de muchos chavistas, sobre todo los más críticos e independientes. Para ellos, llamar a este plebiscito en este momento era un grave error del presidente bolivariano.
Por eso la sorpresa no es tan grande. Aunque por un margen mínimo ganó el No. Y ello ofrece un variado menú de lecturas y lecciones, que bien harían en aprender tanto los chavistas como los antichavistas. Porque ambos sectores, al menos en sus liderazgos, se equivocaron.
Por un lado, el proceso que muchos preveían fraudulento (acusación que ha sido una constante de la histérica oposición venezolana) resultó transparente y, más aún, fue reconocido con velocidad e hidalguía por el mismísimo Chávez, a quien buena parte de la comunidad internacional considera poco menos que un dictador.
Del otro lado, entre sus sostenedores, el traspié debería servir para separar la paja del trigo: están muy bien los cambios sociales y económicos que han impulsado para rescatar a Venezuela de sus injustas estructuras históricas, pero no se deben forzar cambios políticos que sólo sirven para irritar más a sociedades ya exasperadas.
Las revoluciones no se hacen con palabras, banderas ni buenas intenciones. La historia está llena de ejemplos de revoluciones que se derrumban o deshacen no tanto por la acción de sus adversarios, sino por sus propios yerros. Las necedades, los maximalismos, los apresuramientos y las torpezas llenan páginas y capítulos enteros en la historia de todos los procesos de cambio social, político y económico.
Fue interesantísimo, además de sorpresivo, que el No se impusiera con cerca del 51 por ciento de los votos. Esa decisión popular soberana no les dijo que no a los cambios sociales. Sí se lo dijo, claramente, a la intención de Chávez de asegurarse la reelección indefinida.
Esa reelección sin límite de veces, cada siete años, arrastró el pronunciamiento popular sobre la inmutabilidad de los 69 artículos de la Constitución de 1999 que se pretendía reformar.
Y está bien que haya sido así. Venezuela, y todos nuestros países, necesitan cambios sin ninguna duda, pero también, y sobre todo, necesitan un altísimo respeto por la institucionalidad. Y eso no se cambia, no se puede cambiar, cada ocho años.
Y acá juega su papel, también, la gran abstención, que fue del 44,11por ciento y que tiene explicación, probablemente, en que muchos chavistas críticos prefirieron no ir a votar antes que hacerlo por el No.
Puede conjeturarse, entonces, que a Chávez lo que lo venció no fue la oposición sino su propia obstinación. Además de su cuestionable estilo, lo venció su error de cálculo: no advertir que su revolución ha dado pasos enormes e importantísimos para el mejoramiento del nivel de vida de vastos sectores del pueblo venezolano, pero que eso no autoriza a pretender la instauración de reelecciones eternas.
Y ésta es la lección principal de Venezuela, hoy: que ciertos principios esculpidos en los pueblos no pueden negociarse.
Así como es inalienable e irrenunciable el derecho a la memoria, y al juicio y castigo a los genocidas; y así como para las grandes mayorías es esencial oponerse a la pena de muerte, del mismo modo es innegociable el principio de la renovación del poder.
El culto personalista es un anacronismo político, pero ante todo es un peligro institucional básico. Fue a eso a lo que le dijo que no la mayoría de los venezolanos, incluidos esa notable masa de 44 por ciento que prefirió abstenerse.
No importa ahora analizar las razones por las que Chávez sucumbió a la tentación, probablemente entre ellas su temperamento “estructuralmente provocador y emocionalmente inestable”, como me dijo brillantemente una académica caraqueña. Lo que importa es que fue bueno lo que sucedió. Se fortaleció la democracia de Venezuela y de todo el continente. Hubiera sido un paso peligrosísimo hacia el autoritarismo latinoamericano que uno de nuestros gobiernos, en pleno siglo XXI, tuviera en sus manos semejante desmesura.
Por Atilio A. Boron *
¿Cómo explicar la derrota del Sí, y hasta qué punto fue sólo una derrota?
Chávez se enfrentó a una fenomenal coalición política y social que aglutinaba a todas las fuerzas del viejo orden, carcomido hasta sus entrañas pero con sus agentes históricos librando una batalla desesperada para salvarlo. La gran burguesía autóctona; los terratenientes; el capital financiero; la dirigencia sindical corrupta; la vieja partidocracia; la jerarquía de la Iglesia Católica; la embajada norteamericana, obsesionada con derrocarlo y, coronando todo este rejunte, una confabulación mediática nacional e internacional pocas veces vista en la historia que reunía en sus ataques a Chávez a los grandes exponentes de la “prensa libre” de Europa, Estados Unidos y América latina. El líder bolivariano atrajo contra sí todos los esperpentos sociales con los que debe lidiar cualquier gobierno digno en América latina y los combatió casi en soledad y a mano limpia. Lo que unificó a los conservadores no fue la cláusula de la “re-elección permanente”, sino algo mucho más grave: la reforma le otorgaba rango constitucional al proyecto socialista en gestación, algo totalmente inaceptable. Pese a tan descomunal disparidad, el resultado electoral fue prácticamente un empate.
Para muchos venezolanos la elección no era importante, lo que explica el 44 por ciento de abstención. La gran mayoría de quienes no concurrieron a votar lo hubieran hecho por el Sí, lo cual revela la debilidad del trabajo de construcción hegemónica y de concientización ideológica de los bolivarianos en el seno de las clases populares. La redistribución de bienes y servicios es imprescindible, pero no necesariamente crea conciencia política emancipadora. Por otro lado, algunos gobernadores y alcaldes chavistas no se jugaron a fondo por una reforma constitucional que democratizaría, en detrimento de sus atribuciones, la organización política del Estado al crear nuevas instituciones del poder popular. Hay que tener en cuenta, además, que luego de nueve años de gestión cualquier gobierno sufre un desgaste o deja de suscitar el entusiasmo colectivo de antaño. A esto hay que agregar, además, algunos errores cometidos en la intermitente campaña electoral de un presidente que, por su papel protagónico en el escenario mundial, no dispone de mucho tiempo para otra cosa.
De todos modos, pese a la derrota, Chávez sale muy bien librado. Sus credenciales democráticas se fortalecieron notablemente. La oposición llegó a los comicios diciendo que jamás aceptaría un triunfo del Sí. En caso de producirse lo repudiarían por ser producto del fraude y pondrían en marcha el “Plan B” de la Operación Tenaza. Los sedicentes demócratas confesaban que sólo se comportarían como tales en caso de ganar; si no, su respuesta sería la sedición. Chávez, en cambio, les dio una lección de republicanismo democrático al aceptar con hidalguía el veredicto de las urnas. Imaginemos qué hubiera ocurrido si por esa ínfima diferencia hubiera triunfado el Sí. Los voceros de la “democracia” habrían incendiado Venezuela. Pese a su derrota, la estatura moral de Chávez y su fidelidad a los valores de la democracia convierte en pigmeos a sus oportunistas adversarios, que sólo respetan el resultado de las urnas cuando los favorecen. Y, de paso, deja en una posición insostenible a los senadores brasileños que, pretextando la débil vocación democrática de Chávez, quieren frustrar el ingreso de Venezuela al Mercosur.
* Politólogo.
El vicepresidente boliviano, Alvaro García Linera, anunció que la propuesta de reelección presidencial será excluida del proyecto de reforma constitucional y se someterá a un referendo popular por separado, según declaraciones publicadas ayer por Folha de Sao Paulo. “Nuestra propuesta es que la reelección esté en un referendo separado, y el texto constitucional en otro bloque”, aseguró el vicepresidente, un sociólogo marxista de 45 años. García Linera sostuvo que “no nos apegamos al tema de la reelección. El problema no es ése. No quieren la nueva Carta Magna. Con la Constitución, si llegara la derecha al gobierno, por ejemplo, necesitaría de al menos veinte años para cambiar la ley de hidrocarburos y de tierras. La cuestión es la duración de los cambios que hicimos”, subrayó, y rechazó la idea de que el presidente brasileño medie en el conflicto por las reformas constitucionales entre la oposición y el gobierno boliviano “porque es un problema nuestro, no precisa de un mediador externo”. La Paz convocó al diálogo a los gobernadores del país, especialmente a los de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija, opositores radicales al gobierno central, tras los violentos disturbios la semana pasada en Sucre, que dejaron un saldo de tres muertos y centenares de heridos, y en Cobija, con al menos 20 heridos. El llamado de los gobernadores rebeldes a desobedecer a La Paz “es un boomerang que da argumento al desacato de los trabajadores contra los empresarios, de los campesinos. Están abriendo una caja de Pandora que puede ser muy peligrosa. Por eso convocamos al diálogo”, sostuvo García Linera. “Vamos a tener una nueva Constitución. Aprobada en detalle, ojalá que con la oposición. Todo lo que hicimos fue intentar el diálogo”, añadió. Agregó que la influencia del presidente Hugo Chávez en el proceso de nacionalizaciones impulsado por el presidente Evo Morales en Bolivia fue “cero”. “El tono de Chávez siempre fue del estilo ‘en qué puedo ayudar’ y no ‘haga eso o aquello’. Un día antes de la nacionalización de los hidrocarburos, en mayo de 2006, Evo estaba en Cuba. El presidente Fidel Castro le dijo: ‘Evalúen un poco, tengan cuidado’. Fue una decisión del presidente Evo”, manifestó.
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