EL MUNDO • SUBNOTA › EE.UU. DEBE RECONSTRUIR SU RELACION CON PAKISTAN
› Por Antonio Caño *
desde Washington
La desaparición de Benazir Bhutto deja a Estados Unidos sin su baza predilecta para la construcción de un Pakistán democrático, laico y firme contra Al Qaida y el integrismo. Wa-shington había trabajado durante mucho tiempo para permitir el regreso de Bhutto a su país en octubre pasado y, desde entonces, no ha cesado, a través del secretario de Estado adjunto para la región, Richard Boucher, de tejer cuidadosamente los hilos de un delicado pacto entre ella y el presidente paquistaní, Pervez Mu-sharraf. Ese plan, que, aunque dolorosamente, iba obteniendo sus frutos y debería concluir con la celebración de elecciones en enero, se ha visto abortado por el asesinato de Bhutto el jueves pasado. Estados Unidos está ahora obligado a reconstruir su estrategia desde cero.
Pakistán es un país fundamental para los intereses norteamericanos porque, desde los tiempos de la guerra contra la ocupación soviética de Afganistán, es el territorio en el que encuentran refugio y adiestramiento los combatientes islámicos que entonces lucharon contra el comunismo y después contra Estados Unidos. En áreas de la frontera afgano-paquistaní se supone escondido Osama bin Laden y allí operan también otros grupos radicales que promueven el terrorismo contra Occidente y que, para completar el amenazante cuadro, podrían intentar acceder al arsenal nuclear que Pakistán posee desde hace casi dos décadas.
En un escenario tan decisivo para la suerte de la guerra global contra el terrorismo, Estados Unidos mantenía un difícil equilibrio entre su apuesta de futuro a favor de Bhutto y su apoyo presente a Mu-sharraf, hasta hace unos días jefe del Ejército, como instrumento imprescindible aun para frenar a los extremistas. Es decir, Wa-shington apoyaba tanto a la persona que promovía el cambio y la democratización como al hombre que impedía ambas cosas. Apoyaba tanto a la víctima del crimen ocurrido el jueves pasado como a quien las masas enardecidas en Pakistán señalaban ya como el último responsable.
Ahora, seguramente, se ha quedado sin ambos. A la pérdida de Bhutto se une el descrédito, ya irrecuperable, de Musharraf. Hasta el día del magnicidio, Bush se las había ingeniado para mantener el respaldo a Musharraf pese a todas las dudas sobre sus propósitos y su lealtad, especialmente tras la declaración del estado de emergencia en Pakistán en noviembre pasado. Los demócratas en el Congreso han exigido a Bush un mayor control sobre el comportamiento de Musharraf y sobre la ayuda que tan generosamente Washington envía cada año a Pakistán, cerca de 10.000 millones de dólares desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Hace diez días, Bush consiguió del Congreso un nuevo paquete de ayuda de 300 millones de dólares para Pakistán, pero condicionada a que la secretaria de Estado, Condolee-zza Rice –vital en el mantenimiento del equilibrio que ahora se quiebra–, certifique que se están produciendo en aquel país los necesarios avances hacia la democracia.
También hace diez días, después de conocerse que el Ejército paquistaní estaba desviando fondos destinados a la lucha contra el terrorismo para invertirlos en la inestable frontera con India, el Congreso impuso que, a partir de ahora, la ayuda militar a Pakistán esté vinculada a la certificación de que es usada en el combate a Al Qaida.
Toda esa ayuda puede resultar ahora insuficiente para contener a los grupos radicales que, alentados por el asesinato de Bhutto, pueden intentar la completa desestabilización de Pakistán y, como consecuencia, un cambio decisivo en el balance de fuerzas en el vecino Afganistán y quién sabe si en todo Medio Oriente.
El 8 de enero, Bush empieza un viaje a esa región que se suponía certificaría un cambio de rumbo positivo después de años tormentosos. Ese viaje iba a coincidir, precisamente, con elecciones en Pakistán, que quizá ahora ni siquiera lleguen a celebrarse. Ese viaje es ahora una prueba de fuego sobre el liderazgo norteamericano en un momento crucial para el mundo.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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