EL MUNDO • SUBNOTA
Con paciencia y habilidad, trabajó con los republicanos para reformar un sistema electoral permeable a la corrupción, para extender el seguro de salud a los niños de familias pobres, para garantizar la legalidad de los abortos y para eliminar prácticas que perjudicaban a los negros.
› Por David Alandete *
desde Chicago
Se suele decir en el estado de Illinois que aquí el verdadero poder lo ostentan muy pocas personas. Por eso, hace 11 años, a muchos les extrañó que alguien como Barack Obama lograra un sillón en el Senado del estado. Al fin y al cabo, el nuevo senador no era más que un trabajador social de 36 años, acabado de graduar en Derecho y cuya experiencia se centraba en ayudar a pobres afroamericanos en los suburbios de Chicago. El 65 por ciento de los 12,5 millones de habitantes de Illinois vive en esta ciudad, el segundo mayor centro industrial del país, sólo por detrás de Los Angeles. Liberal de corazón, comprometido con sus principios, Obama trabajó aquí como senador ocho años. Y de ser contemplado como un radical al margen del sistema pasó a ser la estrella de la Legislatura. Con su esfuerzo, aprobó leyes para ampliar la cobertura médica a niños de familias con escasos recursos, reformó la financiación electoral y concedió más derechos a los sospechosos policiales.
“Barack era un político especial”, según lo recuerda Cynthia Canary, directora de la Campaña para la Reforma Política de Illinois. “Creía en sus ideas, pero no ciegamente. Aprendió que en algún momento hay que detenerse y negociar, buscar consenso. Por eso hizo muchos amigos en el Partido Republicano.” De hecho, no es difícil ver al senador republicano Kirk Dillard en los actos electorales del candidato. Este político conservador ha calificado a Obama de “héroe” y “la única persona capaz de devolver la esperanza a América”. Ambos trabajaron codo con codo en uno de los primeros proyectos de Obama: el de reformar las leyes de financiación electoral en Illinois. Y el decir que Illinois tenía entonces leyes de financiación electoral es más bien un formalismo. El sistema era caótico y corrupto. Los políticos podían recibir tanto dinero como se les ofreciera y podían utilizarlo además para pagar compras personales. Hasta que llegó Obama. En principio, como buen idealista, buscó cambios radicales. Quería que hubiera un estricto límite en la cantidad de dinero que podían recibir los cargos públicos. Pero, durante largas semanas de negociaciones, aprendió su gran primera lección en política: “Si se quiere avanzar, hay que colaborar”.
“Rebajó sus aspiraciones y negoció con los republicanos para aprobar la ley”, explica Mike Lawrence, director del Instituto de Política Pública de la Universidad Southern Illinois. “Al final este grupo de trabajo prohibió que los lobbistas dieran dinero a políticos, restringió el uso de dinero de las campañas para asuntos personales y se exigió que los candidatos revelaran todas y cada una de las donaciones recibidas. La mayor reforma en este campo en 25 años.”
Entonces los demócratas estaban en minoría. Poco a poco, Obama entró en la dinámica de colaborar con los republicanos con la idea de que éstos moderaran las leyes que aprobaban. Mientras tanto, presentaba centenares de proyectos que eran tumbados una y otra vez, como una ley que hubiera abolido la pena de muerte u otra norma que hubiera prohibido la tenencia de armas. “El suyo es un perfil netamente liberal. Además, estaba a favor del aborto”, dice Pam Sutherland, directora del Grupo de Planificación Familiar de Illinois. “Como senador trabajó activamente para garantizar este derecho a las ciudadanas.”
En 2003, los republicanos perdieron el control del Senado. Un afroamericano, Emil Jones, se convirtió en presidente de la Cámara. Obama pasó a ser su discípulo y la estrella de la Legislatura. Su primera iniciativa la centró en aquellas zonas en las que había trabajado como organizador social, en los suburbios del sur de Chicago. La criminalidad campaba a sus anchas en estas barriadas. La violencia policial también. “Entonces Barack creó un grupo de investigación que llegó a la conclusión de que la policía estaba deteniendo a afroamericanos rutinariamente, que les registraba sin más razón que su color de piel. Racismo puro y duro”, comenta Debrah Graham, colaboradora de Obama y también diputada en Illinois.
Obama logró aprobar dos leyes al respecto: una para que se grabaran los interrogatorios de la policía y otra para que se prohibiera cachear a afroamericanos y latinos sin más motivo que su raza. Logró aprobar sus leyes con el voto unánime de la Cámara y el apoyo explícito de los sindicatos policiales. El consenso fue su gran triunfo de entonces y lo que le garantizó llegar como finalista al supermartes de ayer. En Illinois, Obama fue capaz de ver más allá del sistema de partidos, una actitud que se ha empeñado en llevar a Washington el año que viene.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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