Mar 10.09.2002

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

George W. contra el Mal

Por James Neilson

Aunque pocos suponen que Saddam Hussein haya tenido mucho que ver con el ataque aéreo contra las Torres Gemelas, George W. Bush y Tony Blair creen que forma parte del mismo “eje del Mal” que sembró la muerte en Nueva York y que, por lo tanto, les corresponde aplastarlo antes de que adquiera la capacidad para emular a Osama bin Laden y sus guerreros en una escala decididamente mayor. De más está decir que su voluntad de hacerlo, le guste o no le guste a la “comunidad internacional”, ha servido para aislarlos no sólo de sus adversarios naturales que por los motivos que fueran los consideran los más malos de todos sino también de políticos presuntamente amigos como Gerhard Schroeder y Jacques Chirac que prefieren creer que Saddam no sea tan maligno como algunos insisten porque a su entender el mal es algo muy difuso vinculado con la pobreza y la desigualdad.
Que los que dicen que si Saddam constituye una amenaza genuina la mejor forma de domesticarlo consistiría en negociar con él parezcan llevar la voz cantante en Europa, Africa, Asia y América latina, no debería sorprendernos. Desde hace aproximadamente un siglo, crecen en número los convencidos de que el mundo debería romper ya con un pasado signado por la violencia arbitraria porque en el fondo todos somos personas razonables que quieren la paz. En opinión de la mayoría, pues, Bush y Blair, por ser reacios a rendir pleitesía a esta verdad/esperanza fundamental, son un par de belicistas natos que están más que dispuestos a pisotear con brutalidad todas las reglas por motivos políticos o personales.
Puede que lo sean, pero aun así sería un error subestimar los riesgos planteados por el dictador iraquí, error similar al cometido por generaciones de buenas personas que se negaron a aceptar la posibilidad de que ciertos individuos no sean pacíficos en absoluto sino que, por el contrario, no vacilarían un solo minuto en usar cualquier medio factible a fin de lograr sus objetivos particulares tal y como han hecho sus equivalentes a partir de la aparición de nuestra especie. Aunque la negativa a tomar en serio la idea de que en este sentido como en tantos otros el género humano no haya mejorado en absoluto sea esencial para la convivencia, esto no quiere decir que sea realista. Si es verdad que Saddam está por dotarse de aquellas “armas de destrucción masiva”, convendría quitárselas. De lo contrario, él, o alguien de principios similares, las usará. En tal caso, el ataque a Nueva York habría sido nada más que la primera escaramuza de una guerra muy pero muy cruenta.

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