EL PAíS › MIENTRAS LOS PRESIDENTES DEBATIAN PARA LA TELEVISION, SUS ASESORES NEGOCIABAN TRAS BAMBALINAS PARA QUE URIBE Y CORREA SE DIERAN LA MANO
El presidente mexicano Felipe Calderón fue uno de los grandes protagonistas de las negociaciones. La estrategia del gobierno argentino fue estrechar filas con México, al que ve como un contrapeso frente al poderío de Brasil.
› Por Martín Piqué
Desde Santo Domingo
El final inesperado con el apretón de manos entre Alvaro Uribe y Rafael Correa sorprendió a muchos espectadores de la Cumbre del Grupo Río. Tras siete horas de debate a cara de perro, los presidentes que habían tenido el mayor protagonismo en la polémica aceptaron firmar un comunicado conjunto y saludarse para las cámaras. Como en las películas de Hollywood, todo pareció terminar con un happy end. ¿Qué fue lo que hizo posible que los mandatarios de Colombia y Ecuador, y luego también de Nicaragua –que había roto relaciones con Bogotá– se fueran de esta ciudad más cerca de lo que habían llegado? Por un lado fue la disculpa pública de Uribe y su compromiso de no violar nunca más la soberanía de un Estado vecino. Por otro, la aceptación por parte de Correa de que se investigue si hubo colaboración y financiamiento de sus hombres hacia las FARC, como le había imputado el colombiano. El acercamiento también se concretó gracias a gestiones reservadas detrás de bambalinas. Mientras los presidentes debatían en vivo para la televisión, sus asesores negociaban invisibles a las cámaras.
En las gestiones paralelas al debate tuvo mucho protagonismo el mandatario mexicano Felipe Calderón, cuyo país tiene mucha influencia sobre el Caribe y que este año asumió la secretaría pro-témpore del Grupo Río. Este foro latinoamericano es la sucesión de la comisión de Contadora, un espacio de diálogo que se creó en 1983 para buscar la paz en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner estuvo todo el tiempo muy cerca del mexicano. Desde el inicio de la cumbre, cuando los mandatarios aún no habían llegado y las discusiones estaban en manos de cancilleres o diplomáticos de alto nivel, la estrategia del Gobierno fue estrechar filas con México.
Para la diplomacia argentina, el país azteca funciona siempre como un contrapeso ante el gigantismo de Brasil. “Los brasileños no nos dejan pasar al sur”, suelen quejarse los mexicanos. La estrategia de actuar en conjunto con México ante la crisis regional quedó reflejada hasta en situaciones aparentemente mínimas. La foto oficial del encuentro ubicó a Calderón y CFK uno al lado del otro. Cuando los fotógrafos comenzaron a gatillar, la mandataria no paró de sonreír y de bromear con su par mexicano. Si faltaba algún otro gesto llegó al término de la cumbre. La Presidenta sólo tuvo una reunión bilateral y fue justamente con Calderón. En la delegación argentina festejaron mucho el papel que tuvo el mandatario azteca. Conservador y miembro del Partido Autonomista Nacional (PAN) que en su momento elevó a Vicente Fox, Calderón subrayó que en la región no podía aceptarse una ocupación militar ni otras medidas tomadas por otro Estado.
Esa exigencia figura en el artículo 19 de la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA). La declaración del mexicano anticipó cuál sería el eje del acuerdo. La idea que impulsaban México, Argentina, Brasil y Chile era inspirarse en las conclusiones del Consejo Permanente de la OEA, pero con un mayor endurecimiento en los términos. Es decir, usar palabras más fuertes para cuestionar el operativo de Colombia en la provincia ecuatoriana de Sucumbios. El consenso mayoritario era necesario para ofrecer a Uribe no quedar aislado y sufrir las consecuencias de un final sin acuerdo. CFK formó parte de esa estrategia. Durante toda la cumbre consultó en forma constante a la chilena Michelle Bachelet mientras enviaba al subsecretario de Política Latinoamericana de la Cancillería, Agustín Colombo Sierra, a negociar con las naciones más afines la redacción de un documento.
Uribe estaba dispuesto a acordar un documento al final del debate. Pero antes no se privó de contestar punto por punto a todos los mandatarios que lo habían criticado. Y lo hizo, como se preveía, desde las convicciones de la derecha más radical del continente.
Perfumo, el mariscal
Al poco tiempo de empezar su discurso, Uribe reconoció una de las duras acusaciones que le había hecho Correa. Admitió que no le había informado del operativo sobre el campamento del frente 48 de las FARC. Su explicación fue, al mismo tiempo, una denuncia pública. Dijo que si Correa hubiera sabido de la incursión militar de sus soldados, el jefe guerrillero Raúl Reyes habría sobrevivido. Lo que siguió fue una sucesión de imputaciones, la lectura de correos electrónicos que habrían intercambiado las FARC y funcionarios de la administración de Correa.
La intervención de Uribe indignó al ecuatoriano y sorprendió a varios asistentes a la cumbre que no tienen demasiada simpatía por el delfín de
Washington en la región.
–Es como Rattín –susurró un funcionario que integraba la delegación argentina–. No se cansa de pegar.
–Más que Rattin es como Perfumo. Además de pegar, reparte el juego –lo corrigió el chileno José Miguel Insulza, secretario general de la OEA y conocedor del fútbol argentino.
Uribe aprovechó el foro para buscar el impacto entre el electorado de su país. Pero también logró instalar una agenda incómoda para la mayor parte de los gobiernos y que genera divisiones (y las generará aún más en el futuro). Dijo que las FARC deberían ser consideradas “terroristas” y que así se debería llamarlas en todos los documentos de la diplomacia latinoamericana. Estados Unidos y la Unión Europea utilizan ese término, a diferencia de los países latinoamericanos que las definen como “grupos irregulares”. Venezuela, incluso, pidió que se le reconozca el status de fuerza beligerante.
El debate que introdujo Uribe quedó a la vista en la declaración final de los presidentes, donde expresaron su compromiso a “combatir las amenazas a la seguridad de todos los Estados provenientes de grupos irregulares o de organizaciones criminales vinculadas al narcotráfico”. En ese mismo punto se agregó una oración al final por pedido de Uribe: “Colombia considera a esas organizaciones criminales como terroristas”.
El mandatario colombiano también consiguió extender a la región otra polémica que hasta el final de la cumbre no había tenido ningún eco en la región. Nada menos que la contradicción entre los derechos a la soberanía territorial y la seguridad de los ciudadanos de otro Estado. Una doctrina que han llevado a la práctica, en acciones militares en el terreno, tanto Estados Unidos como Israel. El primero en Irak y Afganistán tras el 11 de septiembre. Israel con el Líbano y Palestina. Ante todos los asistentes a la cumbre, Uribe planteó sin ninguna metáfora cuál es el debate que se propone para los próximos años. Lo hizo al responder a las críticas por haber violado la soberanía territorial de Ecuador. “Aquí no se habla de la violación de soberanía del pueblo de Colombia, que es titular de un derecho como cualquier pueblo del mundo: el derecho a su seguridad. Tampoco se dice nada sobre las FARC, un grupo terrorista”, cargó.
Hasta ahora la posición de Uribe no logró convencer a otros presidentes. Y las respuestas no tardaron en llegar. Por Brasil le contestó el canciller Celso Amorim. También le respondió la senadora colombiana Piedad Córdoba, opositora a su gobierno y cercana a Hugo Chávez (ver aparte). Una de las réplicas más comentadas a esa nueva doctrina para el derecho internacional partió de Cristina Kirchner. Fue la primera en usar la palabra “multilateralidad”, que luego repitieron los representantes de Chile y Brasil. CFK usó un concepto muy repetido por el matrimonio presidencial. Ambos lo vienen planteando desde mayo de 2003. Aunque eso significó una clara respuesta a Uribe, la Presidenta se preocupó por no producir un distanciamiento definitivo con el colombiano. En los días previos a la cumbre habló varias veces por teléfono con él.
Quizás el contenido de las conversaciones no se entremezcló con la discusión entre los principios de soberanía y seguridad. O sobre el ataque preventivo. Lo cierto es que el propio Uribe dijo sentirse sorprendido por las declaraciones de la Presidenta. Dijo que le pareció bastante alejado del tono que habían utilizado en las charlas telefónicas. El estilete de Uribe molestó visiblemente a Cristina, aunque no le pudo contestar. Las urgencias de los mandatarios que se querían ir de Santo Domingo obligaron a poner fin, por el momento, al debate.
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