EL PAíS
› CASILDA, EL PUEBLO QUE ESTALLO
Rebelión en la granja
Tranquila, pacífica, conservadora, es una de esas localidades que antes llamaban “pujantes”. El martes, este rincón de Santa Fe que tiene sus agroexportadores en crisis, su frigorífico cerrado y su industria de maquinarias agrícolas partida, explotó en una manifestación que atacó a los bancos y a la agencia local de recaudación de impuestos. Una historia de pueblo chico y crisis grande.
› Por Luis Bruschtein
Casilda está más apacible que nunca, después del martes furioso en que resultaron incendiadas varias oficinas públicas y los cinco bancos de la ciudad fueron destruidos por manifestantes convocados para “repudiar la presión del sistema financiero”. En los bares que rodean las cuatro plazas, los parroquianos hablan de ese martes 15, son conscientes de que estuvieron en las pantallas de todo el país, y todavía no salen del estupor. “Aquí hubo manifestaciones y marchas otras veces, pero nunca en toda la historia de la ciudad había pasado una cosa así” aseguran. Uno de los principales temas es dilucidar quiénes fueron los protagonistas de los hechos. Algunos acusan a “infiltrados de izquierda”, otros a barrabravas venidos de Rosario y Buenos Aires, otros a pujas de los partidos políticos, porque los radicales gobiernan en Chabás y el justicialismo en Casilda, y finalmente otros reconocen que, más allá de que había gente que no conocían, hubo muchos locales que tiraron piedras hasta cansarse.
Casilda tiene 32 mil habitantes. Sus calles tienen una mayoría de casas bajas, casi sin edificios altos, arboladas con frondosos plátanos donde en la siesta se pueden escuchar las chicharras y los pájaros. Hay bulevares con palmeras que confluyen en las cuatro plazas, centros sociales de la ciudad. Está la plaza de los niños, con sus juegos, la de los novios, la del mástil y la de la iglesia. Todo está cerca de las cuatro plazas. En los bares que la circundan se reúnen los parroquianos, en los bancos de la plaza las parejas y en las esquinas zumban bandadas de jóvenes que llegan en bicicletas y motocicletas.
No hay bocinazos, ni frenadas, ni gente apurada. Todo parece bucólico y pacífico si no fuera por los bancos. El Bisel, el Nación, el Credicoop, el de Santa Fe y el Galicia en vez de grandes vidrieras ahora exhiben planchas de madera aglomerada.
Desde setiembre del año pasado comenzaron a organizarse Consejos de Emergencia Económico-Social o Comités de Crisis en todas las localidades del sur santafesino, con la participación de organizaciones de comerciantes y empresarios, productores agrícolas, desocupados, sindicatos e incluso las autoridades municipales, para discutir y encontrar salida a una crisis que devasta a la región. Casilda fue la primera en organizarlo y pronto se le sumaron Chabás, Chañar Ladeado, Maciel, Clarke, Aldao, El Trébol, Arroyo Seco, Las Parejas, Capitán Bermúdez, San Lorenzo. En total se formaron comités de crisis en unas treinta localidades de la zona. El domingo 13 se reunieron en San José de la Esquina y decidieron convocar a una protesta para el martes 15 en cada pueblo.
“La protesta fue por el corralito, que más que corralito parece un chiquero,” comenta el taxista José Argüelles, mientras hace el recorrido turístico por los frentes de los bancos destruidos. Pero Hugo Racca, presidente del Centro Económico, que agrupa a los comerciantes de la ciudad, asegura que la convocatoria no fue contra el corralito. “Aunque no hubiera estado, igual se hubiera hecho la marcha, porque los problemas vienen de antes”, asegura. Los productores agropecuarios y los industriales de Casilda tuvieron su época de oro en los años ‘70 (ver aparte). La decadencia empezó con la política de José Alfredo Martínez de Hoz. En el último censo esperaban llegar a los 35 mil habitantes, pero los números les indicaron que, además de la crisis de productores y empresas, ya habían comenzado las secuelas de otros pueblos del interior en caída, con la emigración de los jóvenes.
La mayoría de los productores tienen sus campos hipotecados, sin más fuentes de crédito o con los créditos muy caros. El frigorífico Rafaela está cerrado por la suspensión de la exportación de carnes por la aftosa y la metalúrgica Ghirardi, que fabrica y exporta maquinaria agrícola, no paga los sueldos desde hace tres meses. Aunque lo cierto es que el cuadrose agravó con la llegada del corralito porque se secó el circulante, los bancos devuelven los cheques, no se pueden renegociar deudas, se produjeron, como en los bancos de todo el país, sospechosas caídas del sistema y demoras en la acreditación de cheques. Si se suma el alto costo del descubierto (el Bisel llegó a cobrar el 10 por ciento mensual cuando paga el 8 por ciento anual en sus plazos fijos) y la imposición de cubrir las cuentas sólo con efectivo, se entiende qué terminó de poner la situación al rojo vivo.
En abril del año pasado, con la Federación Agraria, se había convocado a una marcha hacia la ruta. Un mes y medio atrás hubo otra marcha de los obreros de Ghirardi y el viernes anterior se efectuó un cacerolazo. Pero nunca se juntaron más de 200 o 300 personas. El casildense es progresista por su actividad. Esta no es zona de terratenientes, sino de pequeños productores, acostumbrados a trabajar con cooperativas y conscientes de su relación con el resto de la comunidad. Pero también es pacífico y, si se quiere, conservador en su forma de vida. Por eso, los organizadores no esperaban más de dos mil personas y sin embargo el martes a las diez de la mañana había más de ocho mil en la avenida Buenos Aires, la calle principal de Casilda. La idea era que cada pueblo hiciera su protesta, pero en la mayoría de las localidades se reunieron a las siete de la mañana, para que coincidiera con el inicio de actividades bancarias, y luego marcharon con sus chatas y camionetas al acto de Casilda.
La multitud recorrió a pie ocho cuadras de la Buenos Aires, con el intendente Eduardo Ronconi, Martín Bacalini de la Federación Agraria y Racca a la cabeza, sin que se produjeran incidentes. Al llegar a las cuatro plazas, algunos jóvenes con las caras tapadas y mochilas comenzaron a tirar piedras contra el Banco Bisel. A partir de allí se desencadenó la furia, que se extendió por varias cuadras a la redonda contra los demás bancos y contra oficinas de recaudación de impuestos y de servicios. La jornada culminó esa misma tarde con los bancos destruidos, las oficinas públicas incendiadas, 14 heridos y 19 detenidos, la mayoría de los cuales fueron liberados, menos tres que tenían antecedentes por delitos comunes.
Los restos del desastre fueron limpiados el miércoles, el jueves quedaban los bancos sin ventanas, que los parroquianos observaban con cierta vergüenza. Nadie quiere aceptar que fueron vecinos quienes participaron en los hechos de violencia, sobre todo cuando hablan con forasteros, y prefieren hablar de barrabravas o infiltrados de la Corriente Clasista y Combativa (CCC). En realidad no son infiltrados, aunque sí minoritarios, porque representantes de la CCC participan en el Comité de Crisis a través de las comisiones de desocupados. “Yo no sé quién empezó, pero que hubo gente de acá que se prendió, eso délo por seguro” afirma un parroquiano del bar de la esquina de la Buenos Aires y las cuatro plazas.
En realidad, la relación de la gente con los bancos no es tan lineal. No hay actividad aquí en la industria o en el campo que no esté íntimamente ligada a los bancos. Tienen más de 30 años de lidiar con ellos y la relación es una especie de amor-odio, especialmente con el Nación, el Santa Fe o el Credicoop. A veces han salido de penurias con un préstamo oportuno y otras han tenido penurias gracias a ellos, aunque esta última opción es la más generalizada en la actualidad. Por las anécdotas que se cuentan en los bares, muchos de los afectados se mostraron más combativos que el Perro Santillán en el momento de las piedras. “Fulanito se gastó toda la plata en los galgos y el banco se llevó todo –comenta un parroquiano– y ahí estaba ahora, tirando piedras a lo loco”.
Una mujer mayor da su visión de la batahola sin que se entienda bien si la critica o la exalta y sigue por la televisión la noticia sobre la investigación de la fuga de divisas. “¡Atorrantes! ¿Cómo puede ser? Hay que meterlos presos a todos”, exclama con la sensación de que la noticiaconfirma su idea de que los bancos han explotado a los argentinos. Aún así Racca y Bacalini prefirieron no participar en la marcha que realizaron el jueves 17 en Rosario los demás comités de crisis, por entender que los hechos de violencia del martes son rechazados por la gente y que hay una especie de condena social para sus protagonistas.
A lo largo de los cincuenta kilómetros que unen Rosario con Casilda se pueden ver enormes silos a los costados del camino. La zona es cerealera y una de las más importantes productoras de soja. Pero en este momento los exportadores no compran grano a los productores porque no hay precio. Pero Casilda tiene esperanzas, según Racca: “Si hay crédito más barato -afirma– el nuevo tipo de cambio puede favorecer a toda la zona, tanto a la industria como al campo”. Si al mismo tiempo se solucionan los problemas de funcionamiento con los bancos, y recomienza la exportación de carne, se abriría otra válvula de escape. “De todos modos –señala– yo creo que después de lo del martes, nunca más se va a juntar tanta gente en Casilda, la gente prefiere verlo por televisión, no en su ciudad”.
Por la calle pasan bandadas de chicos y chicas en bicicleta. A la tarde los amigos comienzan a reunirse en los bares de las cuatro plazas y las parejas se hacen arrumacos en los bancos de la plaza. A pesar de la situación crítica, Casilda está mejor que otros pueblos y ciudades del interior. Todavía no ha emigrado la mayoría de los jóvenes y la estructura económica está al borde de la desaparición, pero todavía existe. El martes 15 pudo haber sido el último grito antes de convertirse en pueblo fantasma o un llamado de atención para recuperar lo que perdió.
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