EL PAíS › A 18 MESES DE LA DESAPARICIóN DEL TESTIGO
En la plaza Moreno de La Plata se prendieron mil ochocientas velas que formaron el rostro de Jorge Julio López, el testigo que declaró contra Etchecolatz y sigue desaparecido.
› Por Adriana Meyer
Martes 18, dieciocho meses sin López. “La lucha por Julio sigue encendida”, por eso en la plaza Moreno de La Plata prendieron mil ochocientas velas que formaron el rostro del testigo desaparecido. “Todos tenemos que iluminar al compañero, somos parte de la lucha”, dijo uno de los organizadores, y la gente se acercó con su vela, al principio con timidez, hasta que cada pabilo tuvo su llama. La idea era que fuera una creación colectiva. Desde los edificios las cámaras tomaron la imagen completa que los participantes en la plaza no podían percibir. Apenas un conjunto de luces temblorosas, las velas resistiendo contra el viento en sus bolsas de papel sobre puñados de arena.
“Ahora, ahora, resulta indispensable, aparición con vida y castigo a los culpables”, cantó la multitud, como hace tres décadas. Pasadas las 19.30 ya había oscurecido y los empleados municipales colaboraron apagando los faroles de la plaza. Los manifestantes de variadas organizaciones sociales, políticas y de derechos humanos agradecieron con un aplauso, un toque de bombos. Los organizadores –Justicia Ya!, Multisectorial La Plata, Berisso y Ensenada, y CTA– habían comenzado a las 14 con una radio abierta y terminaron con la tradicional marcha, de plaza Moreno a plaza San Martín. “Hay mil ochocientas velas”, anunció alguien por el micrófono. “Eso dicen los organizadores, pero la Policía Bonaerense calcula 600”, bromeó un abogado de derechos humanos.
“Nos juntamos a hablar de los campos en los que yo estuve y él estuvo, a comparar experiencias y lugares. Era una persona muy segura al hablar, pero con cierta reticencia al principio. La segunda vez que lo recuerdo bien fue el día que declaramos contra Etchecolatz. Compartimos la sala de testigos durante horas y noté un gran cambio respecto de aquella primera vez, un Julio dispuesto a declarar, con una fuerza, convencido. Cuando terminó lo vi pasar con su familia, le grité pero no me escuchó. Le vi la cara de satisfacción y de orgullo, era otra persona. Y ésa es la última imagen que tengo de él, cuando se iba del tribunal.” Así lo recordó Adriana Calvo, sobreviviente de los campos de exterminio.
“No me gustan las injusticias, por eso estoy acá”, dijo el artista plástico Jorge Pujol, quien ya había armado un enorme signo de interrogación para pedir por López sobre las baldosas de Plaza de Mayo, en diciembre de 2006. “Es una obra de arte pública. Yo ya no tengo nada que ver”, explicó. Pujol precisó que “en todos lados que he hecho esto usamos helicópteros o aviones y así podemos llevar la imagen a las casas, por la televisión o Internet. Hace 18 meses que Jorge no está, es tiempo suficiente para obtener una respuesta”, expresó el artista a Página/12. A su lado pasaban llevando sus velas Pastor Asuaje, compañero de militancia de López en los ’70, y Hugo Savegnago, sobrino del testigo desaparecido, que lo acompañó siempre en las actividades relacionadas con las denuncias que decidió hacer a partir de 1999. De ese período lo recuerda Marta Ungaro, hermana de Horacio Ungaro, uno de los desaparecidos en la Noche de los Lápices. “Conocí a Julio cuando declaramos en el Juicio por la Verdad, el 14 de julio de 1999. Estaba muy nervioso y me pidió que lo dejara pasar primero. Su declaración fue tan importante que cuando terminó fueron a allanar Arana. Lo recuerdo muy paternal, cariñoso, y estaba muy preocupado por cumplir con lo que le había pedido Patricia Dell’Orto, que si sobrevivía le dijera a su hija que la amaban”, contó la mujer.
Mientras el viento encendía algunas bolsas de papel, como queriendo impedir que el rostro de Julio quedara en la memoria, una mujer con pañuelo blanco miraba fijo las luces trémulas. “Lo recuerdo a Julio recordando –dijo Myriam Bregman, una de las abogadas de López en el juicio contra Etchecolatz– tratando hasta último momento de exprimir su cerebro para aportar todo lo que sabía, porque tenía claro que había que condenar a todos los que participaron en los centros por los que pasó. Cuando terminó de declarar se paró y toda la sala lo aplaudió, mientras él recogía la gorra que se le había caído.”
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