EL PAíS › OPINION
Qué cambió con la convocatoria al diálogo y la oferta oficial del viernes. Cómo impacta entre las corporaciones agropecuarias. Los dilemas de la Federación Agraria. Carencias y deudas del Gobierno reveladas por la crisis. Perspectivas sobre piquetes de clase media y conflictos similares. Final abierto de un lockout con malos precedentes.
› Por Mario Wainfeld
“Flor de lino se fue y hoy que el campo está en flor, ¡amalaya me falta su amor!”
Homero Expósito “Flor de lino”
El discurso de Cristina Kirchner del martes ratificó la racionalidad de su política económica (aprobada en las elecciones de octubre pasado) pero remachó dos errores del Gobierno en su conflicto con “el campo”. Uno fue no discernir entre los distintos sectores de productores, juntándolos en el reproche y en la protesta. El otro fue no enunciar la voluntad de negociar. La respuesta quizá fue imprevista en su magnitud pero no en su sentido: estaba cantado que si no se proponía otro modo de salida, la crispación aumentaría. Las adhesiones veloces, explicitadas en los cacerolazos, nimbaron al lockout de un apoyo social que podía imaginarse pero que no se había corporizado. Sin gestos conciliatorios, sin discernir en el variopinto frente agropecuario, la Presidenta facilitó que muchos de sus opositores se juntaran en su contra, algo que en política siempre conviene precaver.
El jueves, la mandataria se esmeró en enmendar ambos errores. De paso, suavizó sus modos expositivos que (haga lo que haga) nunca complacerán a sus antagonistas. Lo esencial, con todo, fueron sus palabras. La invitación al diálogo, el “por favor”, la “humildad”, una diferenciación entre los chacareros y los terratenientes. Hasta ahí, por esos y otros motivos que se señalan más abajo, el Gobierno había favorecido la táctica de los grandes propietarios que se escudaban detrás de los paisanos de Federación Agraria (FAA) que cortaban las rutas. La cobertura mediática, que disimula o niega la existencia de intereses y prioriza el melodrama, catalizaba ese portento. Aceptando la gramática televisiva, el cronista imagina un contradiscurso que sería partir la pantalla en dos y contrastar las historias de vida de Luciano Miguens o Mario Llambías versus la del “héroe Andy Warhol” de esta semana, Alfredo de Angelis, el Melli de Entre Ríos.
El viernes, en la larga reunión de la Casa Rosada, el Gobierno ofertó un abanico de medidas. Es provisorio, como suele acontecer en todo regateo, y se formuló en esbozo, pero su direccionalidad es un cambio cualitativo. Lo que se puso sobre la mesa, quizá por primera vez en la historia argentina, es un conjunto de políticas públicas que discriminen positivamente a favor de los pequeños y medianos productores y a los que moran en zonas marginales o alejadas de los grandes puertos.
La jugada le cambia el tablero a la FAA y le abre la chance de dejar de ser el mascarón de proa de sus “bestias negras”, los grandes terratenientes, los exportadores, los pools de siembra. La réplica inmediata de Sociedad Rural y, especialmente, de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) fue flagrantemente sincera: no se conmovieron por la tutela a los pequeños y medianos, sí salieron con los tapones de punta en defensa de sus intereses reales, tangibles, concentrados. En rigor, CRA ya había expresado en una arrogante solicitada publicada (el medio es el mensaje) en el diario La Nación, en la que en un lenguaje agresivo y desdeñoso le prescribía una cartilla al Gobierno, casi ignorando (ninguneando) su condición de tal.
Los reintegros compensatorios de retenciones a los pequeños propietarios, los subsidios diferenciales para fletes y la creación de una subsecretaría que atienda a los propietarios menos empinados son la clave de un acuerdo posible, sin retocar las retenciones móviles pero distribuyendo las cargas con mayor justicia. Alberto Fernández prometió esas medidas anteayer.
Este diario pudo saber, por vías informales, que la cúpula de la FAA está dispuesta a rubricar un pacto con esas cláusulas, pero que espera que el Gobierno la proponga con todas las letras. “Con promesas no podemos levantar los cortes.”
Eduardo Buzzi es un dirigente demasiado afecto a la verba altisonante y seguramente no adiestrado para una situación tan intrincada. Sus bases se han soliviantado, no está claro que las conduzca. A esta altura, tiene barajas para despegarse de las grandes centrales agropecuarias y mejorar su posición relativa, con políticas de Estado que pueden signar los años futuros. Un horizonte estratégico auspicioso, un avance institucional en una época de bonanza. Son estrechos, empero, sus márgenes tácticos, en parte por su propia sobreactuación. Ni comparación con la muñeca de los dueños de la tierra que tan bien vienen parasitando la imagen de los afiliados de la FAA.
Ciertos problemas de Buzzi derivan de su falta de experticia o de su falsa radicalidad, otros tienen raíces más profundas. Varias medidas en danza fueron prometidas por el Gobierno meses atrás y no se han implementado. La subsecretaría es uno de ellos.
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Sistema en crisis: Las anécdotas, los tropiezos de los protagonistas, errores de cálculo, imprevisiones quizá determinen cuándo estallan los problemas. Suele haber también determinantes estructurales, carencias preexistentes, nafta mal almacenada a la espera de una chispa. Lo que pasó en estas semanas de vértigo anticipa desafíos que tendrá el Gobierno. Subraya también carencias de funcionamiento del gabinete nacional y desnuda la excesiva simplicidad de políticas macro que fueron fértiles en la emergencia, que siguen marcando rumbos deseables pero que son insuficientes.
Otro déficit, que se hacía sentir ya cuando presidía Néstor Kirchner, es el escaso peso propio de demasiados funcionarios importantes. Pocos de ellos califican para ser interlocutores válidos de los sectores que trajinan. La consecuencia es una falta de instancias intermedias, de contactos que amortigüen los choques y nutran a la presidencia con información proveniente de la sociedad. Javier de Urquiza es un arquetipo de esta carencia. Suplió a Miguel Campos, tras intercambiar puñetes un par de veces con él, un aporte opinable a un área exigente. Su perfil ya es llamativo, un santacruceño en ramas de actividad que prosperan en otras provincias muy diferentes. Pero su déficit básico es una falta de eminencia no sólo como correa de transmisión sino aun como representante de la autoridad del Gobierno.
Sólo una ración de esa culpa debe recaer sobre el hombre, su caso se propaga por muchas partes. Sí le cabe bastante en la parsimonia para armar una subsecretaría, también demorada en el embudo de trabajo que recae sobre el jefe de Gabinete, uno de los pocos ministros con poder reflejo.
Ante esos señalamientos, la primera línea del oficialismo suele replicar que los ministros son auxiliares de la Presidenta y alertan contra los estereotípicos “hombres fuertes” de otros gobiernos como Domingo Cavallo. Por cierto, son precedentes funestos. Pero no se trata de empollar huevos de la serpiente sino de contar con auxiliares que alivien problemas, aporten saberes, filtren dificultades, engruesen la agenda, esas minucias. El kirchnerismo ni tendría que mirar afuera, podría observar su propio espejo. Daniel Filmus y Carlos Tomada no fueron challengers de sus presidentes, no robaron cámara pero sí lograron concertar con los actores sociales vinculados a sus carteras. Las leyes educativas, la relativa paz social con los gremios docentes, los miles de paritarias firmadas, el Consejo del Salario testimonian que las mesas de discusión sirven, que el contacto permanente lija aristas, mandatos de la política no siempre recordados.
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La profecía: Mucho de lo sucedido en estas semanas de vértigo es un anticipo de remakes futuras. La estabilidad y la certidumbre (que puede ser falsa pero es compartida) de que siguen los años de vacas gordas azuzan la puja distributiva.
Kirchner supo armar un liderazgo haciendo palanca con la emergencia. El futuro parecía negro, cuanto menos era poco predecible. La crisis estaba ahí nomás. Sus propios allegados describen con metáforas válidas la acción de Kirchner: capitán de tormentas, médico de campaña. Con destreza y decisión, Kirchner concentró el escaso poder existente y lo amplió. Muchos que no lo quisieron nunca se le colgaron de los faldones, consintieron que les amputara un brazo sin anestesia o les operara el apéndice sin cicatriz estética.
Ahora, muchos socios (forzados o no) se sienten más fuertes y reclaman sus estatutos, el poder que cedieron: los gobernadores, las corporaciones entre tantos.
Mucha conflictividad tiene en ciernes este gobierno, seguramente no brotada de los más humildes, que están mayormente de su lado. Una de ellas está transcurriendo.
El crecimiento del Estado fue funcional a muchos jugadores, como los propietarios del agro que licuaron sus deudas y mejoraron su competitividad en un abrir y cerrar de ojos merced a una devaluación (en ese aspecto) exitosa. Ahora van por más, en especial por disminuir su aporte al patrimonio común. “El campo” es uno de los sectores más cerriles en ese aspecto, no es para nada el único. El Gobierno debería poner barbas en remojo. Las corporaciones no riñen por las retenciones móviles a la soja sino por cómo se apropia una renta extraordinaria en los años por venir. Esas peleas son brutales y producen alineamientos ideológicos y de clase.
Una historia que continuará en otros frentes, que el Gobierno debería afrontar con alianzas más amplias. Procurar ampliar la base de sustentación es bolilla uno de la gobernabilidad, no siempre bien internalizada.
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Medias y medios: La impericia kirchnerista para interpelar a sectores medios urbanos hizo llaga en estos días. Muchos Juanes o Juanas sin tierras golpearon las cacerolas avalando una propuesta impositiva que los pondría en apuros y propiciando un desabastecimiento que los embromaría. Hubo, claro, gente bien, señoras gordas (algunas de género masculino) irrescatables. Pero también se plegaron personas más volátiles que el oficialismo no sabe (a veces parece que ni quiere) seducir, apaciguar o neutralizar. Una sociedad civil tan vasta como la Argentina no se deja encasillar en dos bloques, menos en tiempos de despliegue económico. Obrar como si así fuera es una falencia del oficialismo que calca en eso al primer peronismo, suscitando lucidos reproches de Arturo Jauretche en sus textos canónicos, anche en el famoso Medio Pelo.
Claro que. si de eso hablamos, no podemos soslayar la estulticia, la “falsa conciencia” de argentinos de clase media, mimetizados en la intolerancia y el racismo proverbiales de su oligarquía. La expresión “negro de mierda” se escuchó decenas de veces en boca de “la gente”, sin que tanto movilero proclive al editorial respecto de Luis D’Elía abriera la boca o siquiera lo señalara.
Las alusiones machistas y descalificadoras sobre la Presidenta fueron consentidas y (bien miradas) estimuladas por quienes se hacen cruces por las instituciones. El voto, se ve, no es una de ellas para la narrativa imperante. La CGT tampoco. Muchos comunicadores apologistas de las entidades del campo se preguntan, por ejemplo, qué hace Hugo Moyano en actos públicos. Una respuesta posible, ajena al imaginario mediático dominante, es que se trata del titular de una gran corporación, que representa a mucha más (ejem) “gente” que las agropecuarias. Y a gente más necesitada. No es una respuesta que esté de moda.
Hubo comunicadores que repitieron una augusta frase del filósofo Mauricio Macri: la sociedad se conforma con “gente” (eventualmente “ciudadanos”) y piqueteros.
Por ahí no hay con qué darle a ese tramado cultural. Por ahí las herramientas democráticas (el diálogo, la difusión de las ideas, espadachines mediáticos más sofisticados que Luis Samid) sirven para atenuarlo un poco. En caso de duda, lo aconsejable es dar rienda suelta a la voluntad.
Otro brochazo cultural, intuitivo. Como cuando alboreó Juan Carlos Blumberg, la ofensiva de clases medias enardecidas y medios se produjo horas después del Día de la Memoria.
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Piquetes presentables: Ya que de Blumberg hablamos, otro dato confirmado es la apropiación de la herramienta del piquete por grupos de clase media o alta. Juan Carlos Blumberg, los asambleístas entrerrianos, los familiares de víctimas de Cromañón, los vecinos de Caballito, ahora los productores agropecuarios saben sacar buena tajada de un método que, antaño, han hecho cola para repudiar.
El tratamiento mediático fomenta ese hábito, endiosando a ciertos piqueteros tras haber lapidado a otros menos vistosos durante años. Las coberturas usualmente esconden la lesividad de las acciones, un tópico nada menor. Recién ayer los canales de noticias empezaron a mostrar imágenes de las toneladas de comida que se echaron a perder y se sustrajeron al consumo ciudadano. Nadie les pregunta a quienes cortan ruta y suministros cuánto ganan por mes aunque se los sondea una y otra vez sobre si tienen “bronca”. La “bronca” de “la gente” es tenida como plena prueba de la solidez de sus derechos.
Ese relato naïf, obviamente ideológico, apuntala una previsión. La técnica del piquete, capturada por sectores medios-altos, seguramente perdurará en los próximos años, máxime si la tele la premia e incentiva. Una forma de aminorar la anemia de la oposición política a la hora de movilizar o de sumar votos.
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Final abierto: El Gobierno llegó, vía un camino ripioso y zigzagueante, a lo que pudo ser el punto de partida: abrir la negociación, reconocer las asimetrías y tratar de compensarlas. El discurso del jueves y la oferta del viernes le devolvieron la iniciativa y lo situaron en mejor posición que sus contradictores. El Gobierno dialoga, ofrece soluciones. La democracia, al fin y al cabo, es un sistema de negociación permanente en la que la apelación al número y al poder es el último recurso, siendo disfuncional que sea el único. Un sistema de negociación que envuelve a todos y no sólo a los que comulgan entre sí.
La propuesta tiende también a redefinir las alianzas y antagonismos entre las entidades agropecuarias y el oficialismo. El cronista cree cada vez menos en la precisión del concepto “campo popular” pero sí nota cada vez más la abundancia de desencuentros indeseables entre quienes deberían ser aliados en la arena democrática.
La autocrítica puesta en acto por Cristina fuerza a mirar del otro lado a corporaciones que se han arrogado el rol de suplir al voto popular, dejar sin efecto el contrato electoral de la flamante Presidenta y obrar una medida de acción directa desmesurada. El desabastecimiento es una agresión tremenda a la sociedad, muy desproporcionada al derecho que se invoca. La historia de la región cuenta con dos ejemplos célebres de lockouts patronales con desabastecimiento, como parte de la escalada golpista contra Salvador Allende e Isabel Perón. La frágil memoria del cronista no computa ningún lockout así que no haya sido golpista, aunque acepta que lectores avezados le subrayen alguno.
La pelota está del otro lado de la red. Y la oferta que (más allá de detalles sujetos aún a tira y afloje) se orienta en el mejor sentido pone en crisis a un colectivo en el que todos los grandes avanzaron demasiado invocando los derechos de los pequeños.
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