Dom 20.04.2008

EL PAíS  › SUSANA APARICIO ANALIZA EL TRABAJO INFANTIL

El círculo de pobreza

Socióloga, recorrió el interior estudiando de cerca cómo es la vida del niño que trabaja en el campo. Mecanismos de explotación, salidas a la marginación y falta de controles.

› Por Laura Vales

Socióloga e investigadora del Conicet en la UBA, Susana Aparicio recorrió en los últimos dos años diez provincias para estudiar el trabajo infantil en el agro. De Misiones a Río Negro, registró chicos que van con sus padres a las cosechas, para “ayudar” a la familia, el argumento con el que usualmente se naturaliza el trabajo infantil. En sus informes, Aparicio detalló la existencia de un trabajo increíble, el de los niños-bandera, chicos que son utilizados por las avionetas que sobrevuelan los cultivos para rociarlos con plaguicidas. La especialista cuenta que en el campo el porcentaje de niños que trabajan llega al doble que en las ciudades. La razón principal es el bajo nivel de ingresos de los peones rurales; forzados a emplearse tempranamente, los hijos abandonan la escuela y quedan de esta manera atados al círculo de la pobreza.

–¿Cuáles son los trabajos que hacen los chicos en el campo?

–Los hay de dos tipos: uno, en las explotaciones campesinas en las que tradicionalmente se incorpora toda la familia; allí los chicos hacen tareas como sacar yuyos, buscar leña o cuidar los animales. Otra es cuando los chicos son llevados con los padres a cosechar. Al papá le pagan por producción, a destajo. Como la cosecha dura poco tiempo y el resto del año está desocupado, el hijo trabaja para que el padre cobre un poco más.

–¿A qué edades ven que empiezan a trabajar?

–Nosotros tenemos datos de casos en los que a partir de los 6 o 7 años comienzan a ayudar a la familia, a los diez esa ayuda aumenta y a los 14 ya hay ocupación plena.

–Usted sostiene que el trabajo de los chicos y el de las mujeres es invisible.

–Se legitima diciendo “están ayudando al padre”. La explicación que hay en las propias familias es también ésa, los padres dicen que no quieren que sean vagos, que tienen que aprender el oficio de chicos. Pero uno ve que lo que realmente fuerza a que los hijos vayan a trabajar es la situación económica desastrosa que tienen los padres. Por otro lado, los chicos que trabajan son poco visibles para las estadísticas oficiales. En la Argentina el censo pregunta sólo a los mayores de 14 años qué trabajo hizo la semana anterior.

–¿En qué tipo de producciones encontraron chicos trabajando?

–En el tabaco y la cosecha de frutas, por ejemplo. Hay chicos en la producción de arándanos, también en la de peras y manzanas, y en la siembra de frutillas. En general, en todos los llamados cultivos industriales. En Jujuy, con el tabaco, si bien hay carteles que dicen que el trabajo infantil está prohibido, hay situaciones que fuerzan que los chicos trabajen. Como las madres no tienen con quién dejar a los chicos, van con ellos. En las fumigaciones están los banderilleros, niños de 12 o 13 años que sostienen las señales.

–¿Son fumigaciones vinculadas con la producción de soja?

–No solamente, porque también los hay cuando se fumiga tabaco. Cuando hay fumigación generalmente aparecen chicos o adolescentes.

–¿Qué es lo que deben hacer?

–Cuando el avión comienza a volar sobre el campo, el chico se pone donde termina la línea de cultivo para indicarle al fumigador el lugar donde tiene que doblar; una vez que el avión da la vuelta, el chico se corre a las dos líneas siguientes y así le va indicando el terreno que falta.

–¿En qué provincias ocurre esto?

–Hubo denuncias en Santa Fe, nosotros lo vimos también en Jujuy..., en todos los cultivos donde hay fumigación aérea es bastante común.

–¿Quiénes son los empleadores?

–Ahí aparece una complicación: toda la parte de servicios en el agro, especialmente en las cosechas, ha pasado a estar tercerizada. Es decir que el productor le paga a un contratista, que puede ser una empresa, que es quien reúne la mano de obra. Para las fumigaciones, se contrata casi siempre a una empresa. Los chicos en general no son contratados formalmente por la empresa, sino que suelen ser hijos de algún asalariado que vive en el campo. En el agro en este momento hay muchas situaciones en las que no está claro con quién es el vínculo laboral, si es con el dueño de la tierra o es con la empresa que está haciendo el servicio. En los casos de los banderilleros, suelen ser hijos de un empleado del campo.

–Usted cuenta que los padres naturalizan el trabajo de los hijos, ¿cuál es el argumento de los empleadores?

–Bueno, solamente fichan al padre, que es el único que aparece como trabajando. La situación depende de los contratistas: en la medida en que las empresas sean más formales es más difícil que utilicen chicos, porque implica un riesgo, sobre todo si son productos para exportar a Europa.

–¿Qué pasa si los adolescentes dejan el campo?

–Quedan en desventaja porque tienen menos escolaridad. Si no terminaron la escuela secundaria no tienen calificación; por esto en general no se emplean, sino que se autoemplean en trabajos precarios, en la construcción o en la venta callejera. Se insertan en trabajos muy marginales.

–El aumento de ganancias en el agro, ¿mejoró la situación?

–Mejoró la situación de los sectores más formales, por ejemplo en la ganadería, que es la que da más trabajo permanente porque tiene que haber una persona que vea a los animales todos los días. Ahí se cumplen más los convenios, pero en los otros sectores, como en las cosechas, excepto que haya habido un conflicto laboral muy fuerte, las condiciones de trabajo siguen siendo malas. Es una mala situación que se agrava por el hecho de que los trabajos duran sólo tres meses del año.

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