EL PAíS › UN VIAJE POR EL PARANA HACIA LA ZONA DE LOS CAMPOS INCENDIADOS
Sólo se puede navegar de día y con sumo cuidado, porque casi no se ve nada. Los habitantes de las islas se enojan: los incendios son cosa de siempre, pero antes nadie venía. Las denuncias que nadie quería tomar y las casas en peligro.
› Por Emilio Ruchansky
“Parece que también queman cubiertas para mantener el fuego”, adelanta Julio, “El Uruguayo”, sereno de la guardería donde duerme la lancha que ayer llevó a Página/12 hasta Zárate, epicentro de varios focos de incendios en la provincia de Buenos Aires. Son las 9 y el humo se confunde con la niebla en el Tigre. El Uruguayo indica el trayecto al timonel, que sólo sabe ir hasta el Paraná de Las Palmas y se ha ganado el apodo de “Popeye” por su valentía, ante los pronósticos desfavorables del Uruguayo, que recomendaba salir después del mediodía.
“El Auxiliar Compinche”, hijo guacho de un crucero, es un bote pescador que Popeye tuneó para pasear por el Delta. Es pequeño pero zigzaguea victorioso las primeras aguas rumbo al canal Arias, en Villa La Ñata, donde el humo y el agua están estancados y la visibilidad es de 100 metros. Río adentro, no se ven ni barcos, ni catamaranes, ni yates. Sólo algunas canoas de los vecinos que reman urgidos por sus mandados. “Cuando vean el Paraná de Las Palmas se van a caer de culo”, promete Popeye y se corrige: “Bueno, mucho no van a ver”.
A poco más de 40 minutos, el humo se espesa y es imposible predecir las curvas de los canales. El horizonte es blanco y “no tener nada adelante da miedo”, admite Popeye. “Es como le decían a Colón, te podés caer donde termina el mundo.” El reflejo del sol sobre el agua es la única guía. La única forma de seguir, como decía Goethe, “no es buscar la luz sino el brillo”. Entre la bruma una joven, “que se parece a Pocahontas”, advierte el fotógrafo, es abordada por el timonel. “¿A cuánto estamos del cruce con el Paraná de Las Palmas?”, pregunta Popeye. La chica indica el camino. En el cruce hay un inmenso buque petrolero fondeado, a la espera de que se reanude el tránsito fluvial, que estuvo suspendido hasta las 16.
“Llovió poco en el verano, sólo cinco o seis veces y no fueron lluvias fuertes. Por eso prendió tan rápido el fuego”, explica Analía, rodeada por sus hijos sobre el muelle del parador El Ceibo en el Canal De La Serna. Esperan un catamarán para ir hasta el Tigre. Desde el jueves que sus chicos no tienen clase y están todo el día en casa. “Se aburren, pobrecitos. Acá el problema es el aislamiento”, afirma la isleña, casada con un tractorista.
“Es raro todo esto, mi marido entiende más que yo y dice que normalmente se hace quema en agosto o septiembre. Si el pasto lo quemás ahora no crece. Por eso me extraña, porque queman hasta la tierra. La tierra queda caliente como una brasa y después no sirve para nada. Ni para las vacas, ni para sembrar”, predice Analía Companucci, “con doble c”, como gritan sus hijas a coro. En el bar del parador, Paola Lucioni, la almacenera, dice que más que un manto de humo, lo que hay “es una cortina de humo”: jura que el rumor es que el Gobierno inició el fuego “para que la gente de la ciudad le tenga más odio al campo”.
El camino hacia el Paraná Miní es un espejo de agua, donde el humo toca el río. Jorge Manques y Mauricio Castorino, dos peones que trabajan en un aserradero, aseguran que el día anterior la masa de humo no los dejaba ver ni su propio embarcadero donde despachan los troncos de sauce americano. Popeye pregunta por el derrotero y a mitad de camino aparece otro buque enorme e inmóvil a sólo 20 metros. Su nombre, escrito en la proa, es “Evita K” y es de Manila, Filipinas.
La tarde sobre el Paraná Guazú trae una humareda llena de cenizas e insectos. Al costado se ven los hongos de los incendios en el cielo. A medida que avanza el “Auxiliar Compinche” aparecen los buques fondeados en línea recta sobre el río. Son siete. Sobre una de las naves, de bandera inglesa, hay un pequeño catamarán cuyo chofer, Juan José Siri, se encarga de llevar y traer prefectos y capitanes “para adelantar el papeleo del puerto de Zárate”. Desde hace una semana va de buque en buque y dice que vio fuego hasta en las islas pequeñas, “islas de nadie”.
Su teoría sobre la quema es que se trata de un adelanto compulsivo de los productores rurales, luego del piquete rural, para conseguir más terrenos para sembrar. “No sólo se quema en agosto, también se quema en enero y febrero”, dice el lanchero que aconseja hablar con los prefectos. Hacia allí se dirige Popeye, impaciente por llegar a algún puerto. En el puesto de Prefectura, el ayudante primero sólo quiere dar su apellido: “González”. Comenta que hicieron varias rondas en busca de evacuar a quien lo necesite, pero “no hizo falta porque el incendio es tierra adentro”.
Sobre el puente de Zárate Brazo Largo, el tránsito es lento y la distancia entre vehículos es de, al menos, 30 metros. En la isla Talavera hay dos focos de incendio que forman un gran nubarrón. Más adelante, en Ibicuy, se ven más focos. El sol es rosa y no hay Norte ni Sur. Hace frío. Los extremos del puente se difuminan en el humo, que tiene el olor de la cercanía.
“¡Hace un mes que están quemando! Ustedes vienen ahora porque les llegó el humo, porque si no nadie se enteraba”, protesta Ricardo Ares. Enfrente suyo, sobre las costas de Villa Paranacito, en Entre Ríos, hay tres columnas de humo. “Y ayer (por el viernes), había tanto humo que ni siquiera se veían los focos”, agrega este pescador enfurecido. Hace una semana, Ares fue a denunciar la situación hasta la Prefectura y asegura que al principio no querían tomarla y les dijo: “Entérense que nos morimos”. Después pasaron por su casa “para hacer un acta de lo que ellos también están sufriendo”.
Su mujer, Gladys Enríquez, enumera los padecimientos: irritación, garganta seca y problemas de respiración. Dice que su hija se desmayó la semana pasada porque se sentía ahogada. El enojo con sus vecinos es inmensurable. Hace algunos años, cuenta, cambió el viento mientras hacían la quema y se encontró en su patio con llamas de casi 30 metros de alto. “Casi nos incendian la casa”, recuerda. “¿Sabés cómo lo hacen? Con un palo con estopa y gasoil, como si fuera una antorcha. Van quemando varios puntos y calculan el viento para saber cómo se va a expandir, pero siempre se turnan, no como ahora”, explica la señora.
Gladys y Ricardo viven hace 10 años en la isla Botija. “Nunca vimos algo como esto, es todo lo que puedo decir, y estoy diciendo mucho”, desliza el pescador. Popeye pregunta cómo ir al puerto de Zárate. Hay que llegar antes de que anochezca. “Es el toque de queda para los barcos”, alerta Gladys.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux