EL PAíS › OPINION
Entre el acto de Rosario y los anuncios del jueves. Las escaramuzas, el documento del PJ, idas y venidas de los oradores, De Angeli en el centro de la escena. Los reconocimientos oficiales, su presentación. Un secretario que no fue ni es. Los avances del “campo” y el abuso de la acción directa. Caminos posibles para salir del encierro.
› Por Mario Wainfeld
Los productores agropecuarios afrontan la enésima oportunidad de discontinuar la faz más virulenta de sus medidas de fuerza. Llegan a ese casillero del juego de la oca tras una semana vertiginosa iniciada con un acto masivo y en la que el Gobierno reconoció (a regañadientes y de modo parcial) algunas de sus demandas. El fragor debería abrir un resquicio a la introspección y a la responsabilidad social. La acción directa, lesiva e interminable carece de fundamentos éticos. Los piqueteros “del campo” no son “invisibles” como eran los desocupados que implantaron ese método de lucha en los ‘90. La gran prensa los trata en triunfo, varios gobernadores e intendentes los reciben y algunos se pliegan a su movimiento. Sus planteos son escuchados y reproducidos. El domingo en Rosario dieron un salto cualitativo para constituirse, si no en un partido, en un movimiento político apetecible para cualquier sector de la oposición.
En esas condiciones, no ya de audibilidad sino de avance político, ensañarse en el lockout más prolongado de la historia nacional es un abuso de poder. Contra lo que se ha dicho, los reclamantes se aprovechan de la continencia del Gobierno, coherente para no ejercitar el monopolio legal de la fuerza.
Un paso al costado de la ruta también serviría de parche para las internas entre las cuatro entidades, que se incrementan según pasan los días. El martes pasado, la dirigencia agropecuaria debatió a los gritos qué hacer, tras escuchar por tevé la lectura del documento del Partido Justicialista (PJ). Había tres posturas en danza. La que primó, renovar los piquetes, envueltos en un plan de lucha que se ramificaría en otras acciones, no era la más radical. Algunos líderes agropecuarios, seguramente con buena fe pero calibrando mal el efecto de sus movidas, la calificaban informalmente a este diario como un mensaje de distensión.
La excitación pudo jugar en parte. Una concurrencia memorable en el Monumento a la Bandera soltó demasiado la lengua de los caciques gremiales. Eduardo Buzzi prorrumpió en dos expresiones no ya opositoras sino intolerantes, maximalistas, filogolpistas. Tuvo el buen tino de excusarse por ellas días después. Quizá, para sus adentros, haya recapacitado sobre su patético ensayo de exaltar a las Madres de Plaza de Mayo ante un auditorio que enaltece otros valores. Como fuera, Buzzi admitió su desmesura. Pero, más allá de ese correcto acto de contrición, los agraristas reincidieron en una praxis de exacerbación cuando permitieron a Alfredo De Angeli replicar en su nombre los anuncios del Gobierno, el jueves. Con De Angeli en vivo, el circo y la descalificación están garantizados. Haciendo alarde de sus limitaciones culturales, De Angeli calificó como “enchastro” (sic) las medidas anunciadas. El lenguaje del “Melli” revela una característica notable del imaginario de la nueva derecha: hombres que integran el primer decil de la población por ingresos y por patrimonio se vanaglorian de ser iletrados. Tradiciones argentinas enraizadas valorizan más la educación, aun en gentes menos empinadas.
También merecen una línea de reproche los medios electrónicos que corren detrás de un emergente sin representación institucional que siempre echa leña al fuego, mientras editorializan acerca de la imperiosidad de bajar los decibeles. Darle micrófono, eminencia y manija a un agitador astuto, pero huero de autoridad institucional, quizá no sea el modo más congruente de ajustar las transmisiones a los principios que se declaman.
Como fuera, de cara a una sociedad civil hastiada de la prolongación del conflicto, con avances en materia de retenciones móviles, las conducciones del “campo” tienen una chance para relegar el uso de la fuerza y dejar en paz las rutas. Les cabe hacer un aporte sistémico, revalidados ante sus bases, con un espacio inédito ganado en el ágora. Prescindir de abusos y prepoteos para trabajar en el espacio político ganado exigiría de esa dirigencia muñeca y dotes morales que quizá no posean. El tiempo dirá.
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Sin agenda: La perduración de las hostilidades damnifica especialmente al oficialismo, responsable primario de la gobernabilidad y aun del buen humor social. En consonancia con meses de malos manejos y pobres lecturas de la realidad, el Gobierno analizó mal el acto de Rosario. La muchedumbre congregada justifica muchos abordajes (incluida la disección de la clase social participante), pero es irreal abstraerse del peso de la convocatoria. Portavoces de la Rosada se contentaron con señalar una obviedad, el carácter opositor de la tenida. Y se ensimismaron en el muestreo de los políticos opositores que asistieron, cuando ninguno de ellos podría haber logrado un escenario semejante. Por decir lo mínimo, Rosario cifró un malestar extendido con el oficialismo. Una multitud lo cuestionó como nunca antes, ese mensaje no debe caer en saco roto.
Desde Salta, en un acto más tibio y predecible, Cristina Fernández de Kirchner consagró sus esfuerzos a no replicar, no agredir y no mostrarse crispada. Su discurso transmitió más por lo que calló que por lo que dijo, tal como había sucedido en la cancha de Almagro. Atemperar es una intención valiosa pero no debería ser el único norte de la palabra presidencial. Face to face, Rosario y Salta espejaron que la agenda pública actual tiene un solo ítem, absorbente y ya insoportable.
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El anuncio inevitable: La escenografía montada de consuno por las contrapartes y los medios hacía de la reunión del lunes un prospecto de batalla campal. Los precedentes envenenan desde el vamos cualquier tentativa de conversación. El oficialismo decidió asumir el costo de suspender un encuentro imposible con el trillado recurso de darse por ofendido. Los ruralistas prorrumpieron en berrinches horas después. La sobreactuación mutua es un clásico fatigoso, cuya única funcionalidad es socavar el endeble territorio común.
Minada la perspectiva de algún encuentro fructífero o siquiera tolerante, el Ejecutivo estaba constreñido a salir de la impasse anunciando las reformas en el régimen de retenciones móviles. Empequeñecido por una disputa con un grupo corporativo, necesitaba como maná engrosar su base de sustanciación. La resolución comentada por Alberto Fernández jamás satisfaría al “campo”, sonaba de libro nimbarla de apoyos políticos y sociales. No es ése el pensamiento de los Kirchner en estos días. En aras de un pensamiento binario, el Gobierno cerró filas con “los del palo”: se conformó con una convocatoria al PJ, haciendo visible que no cuenta con toda su dirigencia.
El documento pejotista no agregó nada nuevo, se confinó en una apología de los logros de la gestión de Néstor Kirchner. Pudo ser un calco de los discursos de la campaña política del año pasado, con el solo agregado de la expresión “clima destituyente” tomada del interesante documento de centenares de intelectuales que dieron apoyo crítico al Gobierno. En el contexto de un manifiesto partidista trillado, la provocativa fórmula perdió su fertilidad para incitar a la reflexión y al debate.
Alberto Fernández difundió las medidas entornado por un puñado de gobernadores justicialistas y el radical K Gerardo Zamora. Esa puesta en escena ameritaba (si no exigía) una liturgia más amplia. Representaciones sociales y corporativas, gobernadores de todas las provincias o de casi todas. Por decirlo a modo de slogan: al Gobierno le resta capital simbólico la defección de Juan Carlos Schiaretti, lo compensaría con creces si supiera sumar a Hermes Binner. Acceder a esos avales hubiera forzado al Gobierno a concertar, conceder o modificar sus decisiones. Lo que hubiera cedido en ese trajín seguramente sería mucho menos que lo que hubiera crecido en representatividad. Se eligió, otra vez, el camino de manejarse sólo rodeados por la fuerza propia.
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Fernández y Fernández: El anuncio de las modificaciones de la resolución 125 corrió por cuenta de dos de los ministros apellidados Fernández, el jefe de Gabinete y el titular de Economía. Alberto Fernández desgranó bien su discurso político aunque debería computar que nadie tendrá la paciencia de escucharlo media hora seguida, que su verba será editada y trabajar en consecuencia. Y también reparar en que buena parte de la sociedad civil anhela algo más que tecnicismos y belicosidad, que su ansiedad primera es menos enfrentamientos y más tranquilidad. Las estocadas para la tribuna adicta pueden ser un golazo en contra ante auditorios mucho más populosos. Hasta Mauricio Macri advirtió que hay necesidad de pacificación, se ofreció para servir café. PáginaI12 no cree que sería muy útil en ese menester pero (periodista al fin) le encantaría ser testigo de una primicia sin precedentes: ver trabajar a Macri.
Carlos Fernández, otra vez relegado por el ministro jefe a una intervención escueta, lució nervioso y poco didáctico, sin conseguir que se entendiera lo que describía.
Ante una polémica llena de peculiaridades técnicas volvió a brillar por su ausencia el secretario de Agricultura, Javier de Urquiza, cuya performance lo emparienta más con un ñoqui que con un funcionario cabal. Cumple órdenes, se supone, pero debería tener el decoro de irse si no se le da trabajo. El pobre hombre exhibe en su cuerpo un estado de cosas que lo trasciende: el elenco de Gobierno es magro en figuras con autoridad y aptitud para moverse en el espacio público. Por motivos contingentes, De Urquiza es el que da más papelón en estos días pero no es una flor exótica.
La Presidenta rumbea bien cuando postula que hay una puja por la narrativa política, pero su iluminación no se corresponde con las acciones de su equipo que, como mucho, juega de contragolpe en esa lid. La competencia por el imaginario exige presencia y discurso, no apenas recusar la palabra de los otros. El Gobierno queda a la defensiva, cuando no desertando (piénsese en los silentes De Urquiza o Ricardo Jaime).
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Lo que se ve: Hace mucho que la pelea no es por las retenciones, es una pulseada política que excede esos límites. Por eso mismo es insuficiente discutir técnicamente los anuncios del Gobierno, sin contar que todas las posiciones están inficionadas por los intereses que se defienden. El lector que quiera bucear esos debates puede buscar a Elémaco en el blog Economista Serial Crónico para toparse con un alegato contra la propuesta del Gobierno. Para un contrapunto favorable a las medidas puede leer a Musgrave en el blog Finanzas Públicas.
El cronista confiesa los márgenes de su saber para enredarse en la minucia de las rectificaciones. Pero le queda claro que en términos políticos el Gobierno asumió errores, recogió reclamos de los productores, trató de reparar errores de implementación. Algo se hizo para restaurar el funcionamiento de los mercados a futuro, se mochó la escala superior de las retenciones móviles, se permitió a los monotributistas poder exigir la devolución del precio disminuida por las retenciones, se propició la intermediación de provincias e intendencias para agilizar esos pagos. Los dos últimos puntos fueron pedidos específicos de los pequeños y medianos.
El alcance de las rectificaciones queda sujeto a controversia. Las acciones pueden ser juzgadas insuficientes o hasta malas. Los márgenes de los debates o de las resistencias no deben ser restringidos. Pero un núcleo del contencioso, la apelación extrema a la acción directa, pierde justificación. El gobierno democrático es cuestionable por definición y (según muchos, incluido este cronista) está en su peor momento: eso no habilita cualquier método de reacción antisistémica. El sacrosanto derecho a criticar la política estatal no emite un salvoconducto para violar la ley en forma eterna. Ocultar esa obviedad republicana es una constante penosa de este contencioso, signado por la irresponsabilidad de la dirigencia opositora y de muchos medios de difusión masiva.
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Deuda de bilateralidad: El kirchnerismo está en mora desde hace años en el arte de articular con actores políticos y sociales, no sólo con “el campo”. En este último caso, el piso está serruchado por las demasías de ambas partes y por su falta de profesionalidad negocial que induce a ofenderse personalmente con enorme facilidad.
Restaurar la bilateralidad parece (si se permite una hipérbole) cada vez más imposible. Imagine el lector un encuentro mañana o pasado, con los movileros rondando, con declaraciones previas flamígeras, con el inventario de todas las broncas acumuladas. Agréguele disfunciones propiciadas desde ambos lados: el número desmesurado de las representaciones de las entidades (nadie arma en serio una reunión con dieciséis personas para encarnar una posición) versus el reducido elenco de funcionarios legitimados.
El brete es mayúsculo y nada prueba que sea resoluble. Pero la política es en buena medida la capacidad de generar escenarios ejercitando la voluntad y la creatividad. Al cronista le parece cantado que el Gobierno tiene para explorar una terra ignota para zurcir este conflicto y para trascenderlo, promoviendo una agenda menos monotemática y sectorizada. Asumirlo implicaría un revisionismo de sus criterios generales y de sus tácticas de estos meses: ampliar los márgenes y las interlocuciones.
Como ya se señaló unas líneas más arriba, es inviable una reprise eficaz sin agregar interlocutores que amortigüen los topetazos, agreguen discurso y propuestas. El Consejo Federal Agropecuario es una (de tantas) instancia institucional menoscabada por el Gobierno, menos ampulosa que una reunión de gobernadores en medio de este batifondo. Pero quizá, por su propia limitación, contribuya a sedar las exigencias, a encarrilarlas, a constreñir a las partes a revisar una teoría ridícula que signó meses de desencuentros: tamaño bardo se puede dirimir en pocas horas, a satisfacción de todos.
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Un semestre: El gobierno de Cristina Kirchner está por llegar al semestre envuelto en una tormenta que nadie imaginó. No ha tenido iniciativa, no ha propuesto una agenda sugestiva, corrió detrás de los sucesos, su equipo no ha lucido. Se topó con un emergente social inesperado, tan efervescente como lo fue Juan Carlos Blumberg pero con una raíz social y económica mucho más sólida.
Encerrado en su propia lógica, el kirchnerismo traspapeló su privilegiada percepción de la opinión pública. A veces da la impresión de que está tan distante que no repara cuánto tiempo dilapidó y cuánto espacio ha cedido. En muchos puntos tiene más razón que sus adversarios que no se han caracterizado por la buena fue y la conducta democrática. Pero aun así, son un sector social que expone razones y que expresa a miles de argentinos portadores de derechos y autoestima. Y la obsesión monotemática es lógica en las corporaciones pero fatal para el gobierno de todos.
Salirse de la asfixia exige abrir el juego, receptar los reproches que flotan en el aire, registrar que hay un cambio de etapa, con nuevos requerimientos sociales, con otros modales de los jugadores, con otras correlaciones de fuerzas. Si las retenciones se justifican en aras de la redistribución del ingreso y los desempeños actuales siguen siendo insatisfactorios, es imprescindible innovar en ese terreno.
El Gobierno adeuda la legislación que concrete la sentencia de la Corte Suprema que ordena garantizar la movilidad de las jubilaciones. Plasmar esa movilidad en gasto social progresivo, justo y legal sería todo un detalle, mucho más sólido que la mera enunciación de una meta. Es un ejemplo evidente, no es una rareza. Hay un haz de políticas sociales pendientes que podrían llevarse a cabo demostrando voluntad de cambiar y no sólo de halagarse en elogiar lo ya cristalizado.
Señalado (así sea en parte) con razón por su sectarismo, el oficialismo debería tramitar canales de diálogo con otros representantes del pueblo. Maltratado por su genética unilateralidad podría valerse de ella para morigerar en su quántum (o suprimir) los “superpoderes” conferidos al jefe de abinete. Y derogar de una buena vez la anacrónica ley de emergencia económica, en consonancia con la normalidad que declama como adquirida.
Por último, tras una crisis de magnitud en la que viene llevando la peor parte, la Presidenta debería repensar la composición de su gabinete y en especial la pasmosa carencia de espadas mediáticas o funcionarios con autoridad ajena a su propia investidura. Y le vendrían bomba ministros o secretarios con recursos para engrosar la agenda y movilizar a la opinión pública.
Abrumado por la persistencia de una cuestión que no agota las necesidades de una sociedad dinámica y compleja, el cronista se permite apenas una ironía, deslizar que el problema “del campo” huele a encierro. Los productores, transformados en relevantes dirigentes sociales, deberían meditar y actuar con cordura. El Gobierno, buscar el aire fresco con nuevas formas de obrar, nuevos ámbitos, nuevos interlocutores y nuevos protagonistas en su propio equipo.
Amigo lector, ¿usted quería saber si el conflicto desescala? Esta columna hace rato renunció a la bola de cristal.
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