EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Esto es un quilombo, aclaremos y propongamos de entrada.
Hay que tener la humildad de decir que frente a la magnitud del actual conflicto argentino es imposible tener certezas absolutas. Por un lado, tanto como agotador es apasionante el debate que vive este país. Porque somos lo que somos desde hace casi, apenas pero vaya, 200 años. El producto de liberalismo jacobino, monárquicos patriotas, estancieros nacionalistas, genocidas del desarrollo, inmigrantes anarquistas y ombliguistas, clasemedieros, represores, populistas de toda calaña, militares asesinos, juventud rebelde, burgueses contradictorios, nazis, socialdemócratas, tilingos que juntaron todo eso, campo, ciudad, aparatos, crisis permanentes y recurrentes, tibios, expeditivos, tensión, conservadores que parecen progres y progres que terminan al lado de la Sociedad Rural. De todo eso sale que en este país siempre, o casi, pasa algo. Y también sale, por otra parte, como ahora, con este choque entre garcas y gauchos tinellizados contra relatores del “nosotros solos contra lo que venga, en nombre de la justicia social”, esto de que todos parecen estar seguros de todo. Los que protagonizan y los que explican. Debe tomarse una posición pero no es fácil, porque todo es muy argentino. Y ser argentino es excitante pero muy difícil. Serlo y, sobre todo, describirlo.
Un Gobierno que no midió las consecuencias de haber hecho la única apuesta a la recaudación del modelo sojero y que creyó, como muchos, que la parte de la derecha afectada se quedaría de brazos cruzados porque la afectación, calculó, no le impediría ni le impide seguir gozando de una de sus mejores orgías históricas. Unos chacareros de cabeza con forma de tranquera para adentro y listo, gracias, dejame volver a mis hectáreas para trabajarlas o arrendarlas y entrar en el circuito financiero y nada más, qué me importa si le hago de pared al puñado de bestias agroexportadoras o si terminaré metiéndome el campo en el culo porque ya perdí, porque no fui capaz de entender que el nuevo paradigma capitalista son los agronegocios a gran escala, o sí lo entendí pero me conformo con las migas que dejan, y entonces no me junto con nadie para tener más fuerza e imaginar otro esquema de aprovechamiento de la tierra, pero sí dejo que me junten los intereses de Monsanto, de Dreyfus, de Bunge y del resto de las grandes hermanas. El Buzzi ése, que un día aclaró que su apellido se escribe con doble z porque el de la doble s es el asesino serial de Tucumán y él no quiere que lo confundan, y como no quiere que lo confundan se junta con los cómplices de Bussi. El Gobierno éste que deja esquilmar a tamberos y subsidia a La Serenísima. El De Angeli ése, que es la versión remixada de Blumberg y Nito Artaza en la subjetividad profunda del yo argentino de medio pelo: más cárceles, endurezcamos penas y me vuelvo a casa; devuélvanme mis ahorros y me vuelvo a casa; no toquen al campo, a mi campo, y me vuelvo al campo y no jodo más porque la Patria se termina en los mil y pico de hectáreas que le arriendo a la familia de Yabrán. Y las sectas de izquierda que van a Rosario a ponerse la escarapela de soja pero, guay, que quede claro que no vamos a hacerles número a los terratenientes: simplemente se lo damos a De Angeli para que, en vez de hacerse el guapo con Cargill, muestre lo larga que la tiene al lado de la patriótica pasión de Luciano Miguens por la cría de caballos de carrera, porque como ya se sabe, como lo dijo el Buzzi que aclara que no es el de las SS, “el campo” está al borde de la subsistencia (no se supo que le haya contestado al escritor chaqueño Mempo Giardinelli, que desde este diario lo invitó a que, cuando vaya a Sáenz Peña junto con Miguens & Cía., se haga unos kilómetros más “hasta el ex Impenetrable, hoy un semidesierto en el que habitan unos 60 mil miserables esparcidos entre restos de bosques y sojas malditas, (que) esos sí que están sobreviviendo, y muy mal”.
Y el Gobierno éste, otra vez, que anda construyendo su relato de nacional y popular con el único concurso de enfrentarse a los gauchos de oficina rentística, con la habilidad de aportarles a las neoclases medias agrarias en vez de trabajarles la moral y el bolsillo con asesoramiento y créditos productivos. Esa suma y la de los sectores urbanos disconformes, gorilas, insatisfechos imperecederos, a los que sólo regala el tonito altivo de Cristina y sus apariciones de tinte monárquico, obsequiándole el “republicanismo federal” a la gauchocracia y a Carrió, que se sube a cualquier tren que pase con tal de que la lleve a sus profecías apocalípticas. Y esa impactante tontería de competirle al acto de Rosario con uno patético, en Salta, llenado a durísimas penas con micros del Gran Buenos Aires. Está visto que se debe machacar con lo de poder quedarse sin el pan y sin la torta. Ni base popular para enfrentar los desafíos de la derecha más salvaje y su mano de obra chacarera; ni corrimiento explícito hacia ahí, hacia la derecha, precisamente, para (pretender) descansar sin conflictos con ese palo. Rosario dejó una multitud indesmentiblemente fuerte, testimonial, enfrente de la cual no hay, casi, más nada que algunas fuerzas de choque marginales, sindicales e intelectuales, junto con el alquiler del aparato del PJ y algunos gobernadores. Muy poquito.
¿Podría este gobierno ampliar esa base de sustentación, como para que “lo peor” no se imponga de alguna manera a “lo que hay”? Probablemente, pero para reconquistar a las franjas medias e incluso bajas que está dejando huir le haría falta revisar y agrandar su muy escasa batería. Y eso implica choques de intereses y apoyo popular para guarecerse. Si a la primera de cambio el agro lo agarró desnudo contra las cuerdas, ¿qué pasaría en caso de avanzar contra los privilegios de otras porciones del capital? Controlar la inflación, redireccionar los subsidios, ensanchar la base impositiva desde arriba, regular el comercio exterior; apropiarse de más abundancia, en definitiva, para repartirla mejor de una vez por todas, ¿cómo se hace sin despertar a más leones todavía? Pero, ¿acaso no está demostrándose que se despiertan igual? No hay otra forma que probarlo y no hay certezas de lo que ocurriría. Ni tan sólo mayores precisiones (o sí, si es que, como con las dichosas retenciones, encaran la información desde un cubito para después seguir defendiéndose desde otro). La única seguridad es que si este Gobierno sigue así, enfrascado en sí mismo y dedicado a construir la única épica de enfrentarse a la bartola con el conglomerado agrario, se extinguirá con pena y sin gloria.
Y hasta podría dejar pasar la oportunidad de que lo defiendan quienes se dan cuenta de que están arrinconándolo por las cosas que hace mal pero, sobre todo, por algunas que hace bien.
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