EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por J. M. Pasquini Durán
El país está atravesando un período reduccionista que contrajo sus propias dimensiones y las del mundo al tamaño de un poroto de soja, incluida la inteligencia y sensibilidad de algunos de sus líderes y de la mayor parte de la comentocracia mediática. Hay que ser necio para negar la importancia del campo en la vida argentina, pero ni aun en las actuales condiciones de privilegio para los productores de alimentos esa trascendencia justifica que, para atenderlo, tenga que desaparecer cualquier otro tema de la consideración pública, con la posible excepción del fútbol y poquito más. Lo peor es que tanta concentración no significa que cuando termine, porque algún día terminará, los argentinos habrán dado un paso adelante en el bienestar general, sino más bien lo contrario.
Todavía no desaparecieron todos los problemas sufridos durante el lockout desabastecedor impuesto por la Sociedad Rural y sus aliados y ya se notan efectos residuales diversos, el principal los aumentos en los precios de la canasta básica de la mayoría de los hogares, sobre todo en los mayores centros urbanos, con el consiguiente retroceso a la condición de pobres de miles de trabajadores que comenzaban a levantar cabeza después de las humillaciones sufridas a finales del siglo pasado. Podrá argumentarse que estos resultados son el fruto envenenado de maniobras especulativas de las cadenas de comercialización que, primero, ocultaron mercaderías pretextando los cortes de ruta y, luego, los repusieron a la venta pero con los precios que se les dio la gana. Puede ser, pero la oportunidad la obtuvieron del lockout “granario”. De paso: ¿Dónde estaba el rayo congelador de precios del secretario Moreno?
Para colmo, en la última etapa del lockout y ahora que el asunto pasó al Congreso nacional, la impresión más fuerte es que ya los forcejeos tienen más que ver con las pujas por el poder que con los intereses de los productores agropecuarios o con las economías regionales. Hasta el vicepresidente Julio Cobos tuvo el arrebato de ocupar un espacio desusado, cuando se le ocurrió ponerse al frente de una liga de gobernadores, fuera de la Casa Rosada. Como en el ludo, lo único que consiguió fue retroceder todas las casillas que había avanzado cuando la presidenta Cristina coincidió con la carta abierta del vice en la que pedía que las retenciones fueran tratadas en el Congreso. Un tiempito de meditación a la intemperie con seguridad enfriará los fervores excesivos del más sobresaliente de los radicales “K”.
En cuanto a las deliberaciones en el Congreso, si alguien tuvo la paciencia necesaria para seguir los primeros días de deliberaciones en las comisiones de diputados, habrá advertido que hay asambleas en clubes de barrio o reuniones de consorcio que son más fáciles de entender. Debe ser la falta de práctica de los congresistas, aunque lo más probable es que la presencia de los ojos electrónicos, los que hicieron un figurín nacional del entrerriano “Minga” De Angelis, despierte en los participantes esa dosis de adrenalina que han probado los que van a los “castings” de Latin American Idol o bailan “el perreo” en el pornolight de Tinelli. Le hablan a la “tele”, gesticulan para las cámaras y hacen frases en busca de los aplausos fáciles.
Los opositores les atribuyen a los Kirchner la voluntad de lograr la rendición incondicional de las entidades agrarias, debido a que supondrían que ésta es la madre de todas las batallas y que si la pierden las otras corporaciones se los comerán vivos. En el oficialismo, por supuesto, la percepción es igual pero opuesta: Son las entidades rurales, dicen, las que quieren “esmerilar” el poder presidencial, y si tienen éxito sobrevendrá el ataque masivo de la derecha económica y política que tiene nostalgias de los años ’90, nada de Estado, mucho mercado. Dado que el pleito, en algunos momentos, se mueve como una partida de ajedrez, no hay que ser muy vivo para entender que algo de eso guía las conductas de los protagonistas centrales de estos últimos cien días. Puede ser, claro, que algunos de ellos piense que la historia lo puso en ese lugar para que deje su marca en nombre de sus personales tradiciones ideológicas o sus valores estéticos: Los “gorilas” no soportan el olor a negro del populismo.
No obstante, cualquier dirigente con experiencia y sin obnubilaciones dogmáticas, con una dosis relativa de pragmatismo, sabe que estas confrontaciones llegan a un punto que comienzan a girar sobre sí mismas y ahí es cuando la perinola canta: “pierden todos”. Quiere decir que llegará, en un plazo más o menos breve, la hora de buscar un término de acuerdo, “consensuar” como se dice ahora en lugar de consentir. Las versiones mediáticas les adjudican a los Kirchner el deseo, explícito en el proyecto de ley, que la Resolución 125 (retenciones móviles) sea votada a libro cerrado, mientras los legisladores del bloque kirchnerista sostienen que el proyecto será abierto a la discusión de todos. En casos similares, la retórica política suele deshacer los nudos. Si, por ejemplo, las retenciones quedaran este año como las determinó el Poder Ejecutivo, pero a partir de 2009 fueran “aplanadas” hasta acercarse al paladar de los ruralistas moderados, quizá será una clásica salida por acuerdo: no satisface en plenitud a ninguna de las partes, pero atiende al interés de todos sin desautorizar por completo a ninguno.
Desde ya que los productores más chicos, si alguna vez logran identificar los parámetros que los definan (¿500 o 1000 toneladas de producción?), recibirán subsidios especiales y, tal vez, la ley de arrendamiento ponga algún límite a la expansión de los “pools” de los fondos de inversión, pero estas sofisticaciones sobrevendrán después de despejar el carozo de las retenciones, puesto que no son temas sustitutivos. Lo que no parece tener buenas chances es la demanda reiterada de los ruralistas, que quieren suspender las retenciones por 180 días, tiempo suficiente para que puedan negociar el tonelaje de soja que retienen en silos de plástico. La senadora Hilda Duhalde es una de las que se opuso en público a esa ambición ruralista, pese a que Eduardo Duhalde volvió a la actividad en estos días, convencido de que el Gobierno no se repondrá de los golpes recibidos. No es el único que piensa así en el ámbito político del peronismo, incluso en las filas de los leales a Kirchner, aunque estos últimos confían que el matrimonio tiene iniciativa y capacidad para remontar este tiempo difícil, sobre todo porque hasta el momento no hay oposición formada con capacidad de ser reconocida como alternativa de gobierno en el voto popular.
En los debates de comisión, el diputado Claudio Lozano, de la CTA, desnudó una parte de los negocios de exportación que evaden impuestos o falsean declaraciones, sin que la Aduana o la AFIP se den por enteradas. La evasión fiscal, en realidad, es una de las mayores debilidades del negocio agropecuario, si el Estado cumpliera con sus funciones. No es fácil: ayer un vocero autorizado de los jueces, miembros de uno de los poderes estatales, denunció que sufrían presiones políticas para que intervengan en los cortes de ruta. ¿Desde cuándo los jueces o fiscales necesitan ser presionados para hacer cumplir la ley? ¿O esta presunta denuncia es una manera de decir que los jueces seguirán sin meter la nariz en las conductas campestres, así sean delitos flagrantes?
Entre tanto barullo y confusión, hay un costado alentador para los que creen que la política es el instrumento adecuado para actuar sobre la realidad. Es la presencia creciente de jóvenes en la militancia, hasta no hace mucho indiferentes a esos “vicios públicos”, con toda la ingenuidad, la exuberancia y la alegría propias de sus edades, que hacen falta para oxigenar la vida de partidos y movimientos sociales. Hay jóvenes al lado del campo y del Gobierno, los hay ni con unos ni con otros, pero todas las presencias merecen ser bienvenidas, a ver si por fin comienza un proceso de relevos, cada día más indispensables, para terminar con el divorcio de la sociedad y la política que viene desde el 2001 y aún no hay reconciliación firme a la vista. En otro plano (y generación) también han aparecido intelectuales, la mayor parte sin partido, que intentan hacerse escuchar con reflexiones propias sobre la realidad. Una de sus preocupaciones, no la única por cierto, intenta develar la identidad de la “nueva derecha”, pese a que las ideas esparcidas en distintos lotes de la sociedad se parecen demasiado a las que ilustraban lo que en el último cuarto del siglo XX se llamó el “pensamiento único” cuando Fukuyama creyó que la historia había llegado a la estación terminal. Ojalá que los jóvenes y los intelectuales encuentren el camino, para los que quieran, que lleve a la formación de una nueva izquierda, con atractivos electorales y capacidad para influir en los destinos colectivos.
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