EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
¿Cómo termina esto? Porque si algo está claro, entre lo muy poco claro que parece estar casi todo, es que la votación en el Congreso no arregla nada. La fuerza de los hechos dice que, desde el inicio formal del conflicto, a comienzos de marzo, el Gobierno retrocedió y concedió. La única excepción fue y es el núcleo duro, que son las retenciones crecientes según aumente el precio del grano. En eso no dio ni debe dar un paso atrás porque significaría una muestra de debilidad que lo dejaría, políticamente, al borde del deceso. Lo que hizo, entonces, fue dar marcha atrás en la periferia. Se entiende por tal figura una serie de medidas que en algunos casos intentaron mostrar la voluntad negociadora exigida por el grueso social. Y, en otros, se buscó partir el frente campestre mediante disposiciones favorables a pequeños y medianos productores, que dejasen en el mejor orsay posible a la Federación Agraria. Fue así que, en orden aleatorio, se convinieron nuevos subsidios para la leche; se modifica la cantidad de toneladas de granos sujetas a retención y reintegro; se trabaja en una nueva legislación para que el arrendamiento de la tierra beneficie a los más débiles de la cadena. Pero hubo y hay dos problemas decisivos y hasta el momento insolubles, que se retroalimentan.
El kirchnerismo comunica de una manera espantosa, imperdonable, autodestructiva. No hay nada que haga bien en ese sentido. Nada. Gracias si cuenta con el concurso de algunos intelectuales y analistas sin llegada masiva, que en proporción mediática tienen el tamaño de un microbio frente a la artillería infernal de los grandes medios. Todo lo que el Gobierno recula y otorga en las agotadoras sesiones de palacio y parlamentarias e, incluso, en los secreteos con el equipo adversario, se evapora inmediatamente gracias a un cóctel de Presidenta inmóvil; ex presidente lenguaraz que crispa tras desandar; ausencia absoluta de (o freno a) cuadros políticos capaces de dar la batalla periodística cotidiana; y, encima, el dejar hacer a algunas tribus e individualidades de la tropa afín, que contribuyen al rechazo del tilingaje clasemediero, social y comunicacional. No hay concesión que resista con semejante acumulación de errores. Ese es uno de los agujeros por donde se le cuela al oficialismo la insubordinación de las patrullas imaginadas, tal vez, como invariablemente leales. Que sería el más asombroso de los errores, porque significaría ignorar o relativizar el aspecto esencial de la ontología peronista: un pragmatismo visceral que sólo reconoce una única jefatura, mientras el jefe revele saber comandar y ser estructuralmente inmune a los avatares de las crisis. Ocurre que eso, en apariencia firme hasta el choque con los campestres, empezó a transformarse en un colador por el que derraman desde intendentes, diputados, senadores y gobernadores, hasta el vice Cobos (?) juntándose con el cardenal Bergoglio. Una cosa es que eso sea naturalmente aglutinable, sumado o motorizado por la frivolidad de las franjas medias histéricas y el poder de fuego de las corporaciones oligárquicas. Y otra cosa es que se auxilie a esa acumulación, permitiendo desde dentro mismo que se escape la tortuga. Por derecha y por izquierda, porque como si fuera poco, exceptuando casi únicamente los rasgos de la política exterior, no hay signos ni de redistribución de riqueza, ni de estímulos productivos, ni de afectación de otros sectores ultraconcentrados de la economía.
Un segundo problema, alimentado por esas graves deficiencias gubernamentales, consiste en que ya es imposible conformar al movimiento gauchócrata. Están paridos por su insaciabilidad de clase, por una prevención automática contra el más mínimo atisbo intervencionista del Estado, por un gorilismo atroz. Y en la dirigencia de la Federación Agraria, por un apetito oportunista al que no le tiembla el pulso para quemar sus banderas históricas en alianza con la Sociedad Rural. No van a aceptar absolutamente nada que no parta de la eliminación de las retenciones móviles o bien de su suspensión, como reclamaron en los últimos días para tener seis meses de fiesta con la exportación de sus cosechas. Todo lo demás les importa un pito y es cínico, o de una ingenuidad inexcusable, pretender que las concesiones en otros aspectos servirían para descomprimir la situación. De hecho no sirvieron, como quedó dicho y al margen de los desatinos gubernativos en la construcción de imagen. El clima de tensión, sea latente o concreto, no tiene retorno. Y convivirá con el fósforo de la inflación, que es el gran tema pendiente y desde el cual, en algún momento, volverán a desatarse presiones sectoriales que quedaron relegadas por el choque con los campestres. Eso requerirá una muñeca política adicional, que debería impulsar al Gobierno a meter mano en la cadena de comercialización y crear condiciones para generar una estructura productiva mucho más equilibrada. Pero, aun si tuviera esa vocación, hoy invisible, de alentar medidas de justicia social que avancen más allá de la recaudación fiscal, no parece que el tiempo vaya a darle para evitar un desgaste que se adelantó a todas las previsiones. Tiene que cuidar los ingresos de las franjas más desprotegidas, porque el apoyo de las medias es muy improbablemente recuperable.
Si sobre ese escenario se posa una observación corta, tanto en tiempo como en miras, el Gobierno marcha hacia una derrota electoral el próximo año, aunque a manos de una oposición atomizada y de credibilidad entre escasa y nula. Pero para el voto castigo alcanzaría. A mediano plazo, en cambio, no sería concebible que el embrionario movimiento opositor engendrado por el accionar de la gauchocracia permanezca huérfano de programa concreto y figuras. Esa sería la “nueva derecha”, a nacer, de acuerdo con lo que podría escudriñarse en el presente, desde las entrañas del PJ con el aporte de sueltos, sellos y fuerzas distritales varias. Una derecha más bien modosita, capaz de apilar el imaginario conservador de las clases medias urbanas y el nuevo sujeto social de base agraria sojizada más, claro, los sectores tradicionales del espacio. Y la testificada simpatía de las corporaciones mediáticas.
Contra ese tipo de pronóstico, que no es lineal ni mucho menos y que sólo quiere anotarse entre las posibilidades abiertas por el deterioro gubernamental, el kirchnerismo enfrenta dos grandes y obvias alternativas. O intenta fugar hacia la izquierda, abriendo el juego a los sectores con los que puede armonizar una política de base popular y distribucionismo de Estado. O la salida es por derecha, y se evapora con más pena que gloria.
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