EL PAíS › MáS DE MIL TRABAJADORES QUE ESTABAN DESOCUPADOS INTEGRAN UNA FEDERACIóN QUE SE DEDICA A LA CONSTRUCCIóN
Formada por organizaciones de desocupados que primero aprendieron el oficio y después lograron asociarse y crecer, la Federación de Cooperativas de Trabajo Unidas se consolidó construyendo viviendas para planes estatales y ahora termina un barrio con 880 casas.
› Por Laura Vales
Hace cinco años eran desocupados, hoy tienen una federación de cooperativas de la construcción en la que trabajan mil personas, con ingresos promedio de 1500 pesos mensuales. Arrancaron haciendo viviendas para el Plan de Emergencia Habitacional, casi desde la nada, ya que vivían de planes sociales y tuvieron que aprender el oficio. Les fue bien, les encargaron otras obras, fueron contratados después por una empresa, ahora se presentan ellos a la búsqueda de nuevos contratos. La historia está ocurriendo en Florencio Varela, en la Federación de Cooperativas de Trabajo Unidas.
Para llegar a conocerla hay que cruzar el Riachuelo y tomar por la avenida Calchaquí. El conurbano tiene en el sur un paisaje duro: veredas sin árboles y poca gente en las calles, lo que da una engañosa idea de barrios despoblados. El auto avanza dejando atrás muros terminados en alambres de púa. Avellaneda, Quilmes, Florencio Varela. Cables cruzados contra el cielo. El galpón de la Federación está al 1500 de la avenida San Martín, pintado de un amarillo rabioso, tal vez para que se vea desde lejos. Junto al galpón hay un local y adentro, una oficina con tres mesas de fórmica. Un grupo de hombres, todos cercanos a los 50, albañiles. Son los que armaron las cooperativas.
“Yo vivo en Villa Hudson. Empezamos formando grupos de 16 personas, era lo que nos pedían para el plan, nos daban para hacer cuatro casas. Nos juntábamos siempre convocados por algún concejal, por algún político. En esa época, año 2003, yo estaba de remisero. De los que armamos mi cooperativa uno atendía un quiosco, otro había sido quintero, otros dos vendían pan en la calle. Nadie sabía nada de construcción”, cuenta Eladio Acevedo, morocho, los ojos negros, el pelo ya entrecano, el secretario de la Federación.
En las paredes hay fotos de las obras que hicieron. Casi todas los muestran levantando casas o cordones en las veredas. La Federación tiene dieciséis cooperativas que, centralmente, hacen obra pública a escala municipal: viviendas, redes de cañerías, trabajos de ocupación intensiva de mano de obra, sin maquinarias. Son cooperativas que fueron creadas como un parche social, pero que consiguieron establecerse y asociarse entre sí para dar el salto.
“Por ahí alguno sabía un poco más, había uno más joven que había estudiado como maestro mayor de obra, pero no tenía experiencia”, sigue Acevedo. Recuerda, de los primeros tiempos, los efectos de haber estado años sin trabajar, la inactividad que desestructura. “Teníamos un plomero que se subía a los techos y ahí se nos dormía. O por ahí uno decía: ‘Tengo hambre, me voy a mi casa’, y se iba.” Para una cooperativa de construcción, que cobra sólo si el trabajo avanza, esto era mortal. De cooperativismo, menos que de construcción. “Venía Alfredo, del Inaes, que ya murió, un fanático de las cooperativas, y nos daba charlas. Nos reuníamos en el comedor de mi casa, yo vivo en una de ésas que hicimos al comienzo. Nos asociamos entre cooperativas para comprar los materiales más baratos, por ejemplo el ladrillo a $ 1,80 en lugar de a $ 2. Nos juntábamos porque nos convenía.”
El galpón de la Federación es un tinglado de dimensiones industriales, de cincuenta metros por cincuenta, diseñado en alguna década pasada. Acevedo ha pedido disculpas y cortado la charla para ocuparse de una urgencia: buscar un cheque antes de las tres de la tarde. Su compañero Fernando Serrano se ofrece para hacer una recorrida por el lugar. En el interior, tres chicos de entre 18 y 20 años aprenden a armar piletas de cemento.
–¿La gente se queda o va rotando?
–Hubo tiempos en que se iban bastante, sobre todo para tener un sueldo fijo y una jubilación mejor.
Serrano explica que no hay salario familiar, ni aguinaldo y que son monotributistas. “El asociado hace un retiro mensual que depende de cuánto trabajo haya habido. Por ahí en un mes ganás 3 mil pesos, pero por ahí te llevás poco.”
Entre todas las cooperativas aportaron para alquilar el galpón y colocaron un anuncio en la entrada: “Se hacen presupuestos sin cargo”. El lugar propio les permite conseguir más clientes y fabricar sus insumos, como las piletas; también hacen tanques de agua y mesadas. Es un centro de reunión para las asambleas de las cooperativas, y en la parte de atrás hicieron una canchita de fútbol.
Alto, pegado todo el tiempo al teléfono celular, Cristian Miño parece mayor de los treinta años que en realidad tiene. Es el presidente de la Federación, y llega retrasado a la nota. En compensación ofrece un racconto de las etapas en que crecieron: las cooperativas para hacer cuatro casas, después la construcción de veredas y centros de integración comunitaria, en la tercera etapa se agrandaron: en enero de 2006, la empresa Pypsa SA los contrató para hacer el barrio San Jorge, de 880 casas, en el marco del Plan Federal de Viviendas. La obra es un pequeño pueblo de cuarenta manzanas, con una escuela y una planta de tratamiento de residuos cloacales. Para hacerlo, las dieciséis cooperativas juntaron sus recursos. Salvo el tendido de la red eléctrica, que estuvo a cargo de una compañía del sector, hicieron todo. “El Plan de Emergencia Habitacional está dirigido a las cooperativas y el Plan Federal de Viviendas, a empresas constructoras; hay una diferencia de escala. Nosotros estamos en los dos; últimamente también empezamos a hacer obras para particulares, nos contrataron para levantar locales comerciales.”
–Las cooperativas se arman con desocupados estructurales. ¿Cuánto tiempo lleva la capacitación?
–El oficio de la construcción se aprende rápido, pero hasta que se acopla realmente puede pasar un año, un año y medio.
–¿Por qué?
–Porque se trabaja distinto, hay que tener otra cabeza. Hay que cuidar más las herramientas, porque son propias, se depende más de funcionar en equipo. Hay que darse cuenta también de qué sabe cada uno y cómo puede aportarlo.
–¿Qué edades tienen en las cooperativas?
–La mayoría más de 40, con compañeros de hasta 70 años.
Según José Sancha, secretario de Desarrollo y Promoción del Inaes, en los últimos cinco años se crearon unas tres mil cooperativas de trabajo, de las que siguen funcionando alrededor de dos mil. “Son cooperativas que se formaron dependiendo de diversos programas del Estado, como el de Emergencia Habitacional, el de Agua más Trabajo y otros. Muchos las veían como cuadrillas municipales con otro nombre, pero a partir de la práctica hubo grupos que empezaron a ver lo que significa la autogestión y eligieron las cooperativas.” Para Sancha deben hacer un camino escarpado, el de dejar de ser “entidades para pobres” y entrar a la disputa por la economía.
En 2006 realizaron el Primer Encuentro de Cooperativas de Trabajo en Chapadmalal, donde se encontraron 1400 grupos y tres mil delegados. Después siguieron con reuniones regionales y se formaron federaciones en distintos puntos del país. Aparecieron reclamos propios del sector, como el de una ley específica para las cooperativas de trabajo.
También aparecieron problemas inesperados. Uno de ellos es la reacción de la Uocra, que en muchas seccionales les declaró la guerra. El sindicato de la construcción está molesto porque los asociados se organizan por afuera del gremio y son una competencia para su trabajo. En marzo, en Ensenada, una patota de 300 afiliados al sindicato intentó frenar las obras de de- sagüe que realizaba una cooperativa de desocupados; como la cooperativa no retrocedió, destrozaron el tendido, y cuando intervino la policía amenazaron con volar la destilería de Repsol-YPF. En La Plata piquetearon un edificio, en otros distritos ha habido amenazas de muerte y denuncias de intentos de secuestro.
Una recorrida por el barrio San José. Hay que verlo para tener una dimensión de lo que está haciendo la Federación. Miño, el presidente, se ríe: “Todos piensan que somos un emprendimiento que hace veredas, hasta que llegan acá”. Las 880 casas están casi terminadas, son viviendas con techos a dos aguas, dos plazas y una escuela, que se van a inaugurar en cuatro meses. Ahora están haciendo la planta de tratamiento de efluentes. “Las cooperativas pusimos la mano de obra, la empresa que nos contrató hizo la dirección y puso maquinarias y algunos maquinistas.” La obra les aseguró continuidad de trabajo durante dos años y medio. Y les permitió invertir, en general en camionetas propias. “A fin de año, cada cooperativa discute en qué destinar sus ganancias. Se invierte, pero la mayoría de las veces se reparte entre los asociados, porque todavía hay mucha necesidad.”
–¿Qué pasaría con ustedes si cae la obra pública?
–Vivimos de la obra pública, aunque ahora hagamos algunas cosas para los privados.
–Entonces, ¿no podrían sobrevivir?
Miño lo piensa un poco y contesta:
–La verdad, no sé.
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