Sáb 28.09.2002

EL PAíS  › MULTITUDINARIA MARCHA EN REPUDIO DEL ATENTADO CONTRA LA PRESIDENTA DE ABUELAS

Toda La Plata abrazó a Carlotto

Desde piqueteros a funcionarios como el gobernador Felipe Solá y su ministro de Seguridad, Juan Pablo Cafiero, pasando por los organismos de derechos humanos convocantes, confluyeron en el reclamo “por la vida y contra la impunidad” realizado por Estela Carlotto.

› Por Susana Viau

Varios miles de personas se congregaron en la Plaza Moreno, de La Plata, para repudiar el ataque a la casa de Estela Barnes de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo. En el palco levantado de espaldas a la Catedral, rodeada de integrantes de la Comisión por la Memoria, la monja Marta Pelloni y Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Estela de Carlotto realizó una breve intervención, en parte improvisada y en parte leída, en la que convocó a “poner freno a la violencia a través de la unidad ciudadana, la búsqueda del consenso y la movilización permanente”. En pocos minutos recordó su vida en esa ciudad, a sus hijos y criticó “la creciente degradación a que se somete a nuestro pueblo”. No olvidó tampoco mencionar a los muertos del 19 y 20 de diciembre pasado, los asesinatos de los piqueteros Darío Santillán y Maximiliano Kosteki y del cartonero Ezequiel Demonty. La nutrida representación de la Corriente Clasista y Combativa saludó con consignas la condena de Carlotto a la represión en Jujuy. A esa altura, los ánimos encrespados de las columnas que habían advertido que el gobernador Felipe Solá y varios funcionarios se sumaban a la marcha, estaban en calma.
Una caravana de colectivos destartalados que circulaban por la autopista escoltada por dos motociclistas preanunciaba que los piqueteros de la CCC no pasarían inadvertidos. La cita era en otra plaza céntrica, la Plaza Italia, a las cuatro de la tarde. Muchos ya habían llegado al lugar y aguardaban formados el comienzo de la caminata. Cada grupo guardaba celosamente su independencia, preservada en algunos casos por la cinta plástica que suele acordonar las zonas de peligro. No hacía falta leer las pancartas ni las inscripciones de los chalecos que se han convertido en moneda corriente en las manifestaciones para adivinar la procedencia de cada uno. Pegados al puñado de estudiantes de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de La Plata, que compartían un mismo espacio verde con el Frente Estudiantil Popular Antiimperialista, se iban alineando, sin mezclarse y con una disciplina admirable, los grupos piqueteros: venían de los barrios La Justina, Hilda II, Los Ceibos, Kilómetro 25. Mujeres y niños en abundancia y hombres que tenían la responsabilidad de proteger a sus huestes y se individualizaban con la clásica inscripción de “seguridad” y otra que de tan vieja resultaba novedosa: “autodefensa”. Entre ellos, los más pobres de la pequeña muchedumbre que empezaba a juntarse al sol para solidarizarse con Estela Carlotto y condenar la segunda agresión directa a una dirigente de los derechos humanos (el 25 de mayo del año pasado un grupo de hombres había entrado en la casa también bonaerense de Hebe de Bonafini, torturando a su hija Alejandra y amenazando con violarla), menudeaban los carteles en reclamo de la libertad de los presos de Jujuy. La treintena de colectivos que los habían trasladado desde sus barriadas rodeaba como una fortificación la Plaza Italia.
Sobre el cordón de la vereda, preparándose para arrancar, lo que sería poco después la cabeza de la manifestación, al menos por una cuadra: Madres Línea Fundadora, la Comisión de la Memoria, los organismos de derechos humanos y algo más atrás los camaristas Leopoldo Schiffrin y Julio Reboredo, el fiscal Hugo Cañón y el juez Eduardo Luis Duhalde. Frente a ellos se amontonaron los reporteros. El tránsito se desviaba espontáneamente o inducido por los manifestantes; la policía había desaparecido de La Plata ayer por la tarde en una decisión feliz y prudente del ministro de Seguridad de la provincia. Al fin, unas cinco mil personas arrancaron por la Avenida 7 y el inicio, imprevisto y tumultuoso, descompaginó lo que prometía orden. Detrás de las Madres, una gran pancarta sin firma decía: “Estamos de Pie. No nos han vencido”. Las seguían los universitarios, la CTA de La Plata, Berisso y Ensenada, la agrupación María Claudia Falcone (la joven platense desaparecida durante la lucha por el boleto estudiantil), del Movimiento Peronista Montonero, grupos pequeños todos y gente suelta. Los piqueteros los habían dejado caminar y ganar una cincuentena de metros. Fue entonces que ellos dieron a sus huestes la orden de largada. Caminaban paralelos a la columna de los organismos, ocupando la otra mitad de la calzada. Hasta allí cantaban “A los presos jujeños/los vamos a sacar/con la lucha popular”.
Una parada en la esquina de 7 y 45 desembocó en una fugaz trifulca. Muy cerca de las Madres, dentro de una gasolinera volaron palos y trompadas. “El PJ quiere desalojar a otros grupos para quedar en la cabeza de la marcha”, aclaró un militante experimentado, unos cuantos centímetros más alto que la media de los presentes. Corridas, tensiones y el sabio reinicio de la caminata para dejar sin quórum el altercado. En 7 y 46 una nueva detención y aplausos: Estela Carlotto se integraba a la columna. De inmediato, los aplausos se transformaron en rechifla: se sumaban, rodeados de custodios, el gobernador Felipe Solá, el ministro de Seguridad Juan Pablo Cafiero y el intendente Julio Alak. Los silbidos y recuerdos para sus familias se alternaron, por primera vez, con el “que se vayan todos/que no quede ni uno solo”. En 7 y 48 se renovó el enojo, ahora de manera más directa: “Salta, salta, salta pequeña langosta/ Menem y Solá son la misma bosta”. Los piqueteros optaron por sus propias consignas “Vamo’ a echar al cabezón/ porque en cada ruta cortada/ crece la liberación”. Desde los metros que ocupaba la agrupación María Claudia Falcone partieron sin mucho eco las primeras estrofas de la Marcha Peronista. La manifestación dobló por la 51. En la calle estrecha y salvo alguna que otra bendición sobre los edificios públicos la crispación cesó. Sola aprovechó para explicar a los periodistas que su presencia era obligatoria en “una movilización contra toda forma de violencia” y Cafiero mantuvo el tono y sumó específicamente a “la violencia policial”.
La radical Margarita Stolbizer pasaba inadvertida para propios y ajenos. En silencio, subieron por los senderos de la Plaza Moreno. Ricardo Alfonsín, en mangas de camisa, batía palmas con poca sabiduría y trastabillaba arrasado por la gente que no lo reconocía.
En el palco aguardaba al frente de la conducción el periodista Quique Pessoa, que invitaba a las Madres a subir junto a Estela Carlotto. Las campanas de la Catedral, cumpliendo con su ritual de echarse a vuelo cada 45 minutos, atronaron. Llovían las adhesiones: organismos de derechos humanos de América latina, individuos, amigos, Juan Gelman, Daniel Viglietti, Baltasar Garzón. Carlotto empezó a hablar. Habló de esa, su ciudad, de la Catedral donde se había casado, de esa plaza donde jugaron sus hijos y “crecieron libres”. Condenó, en nombre de “Abuelas” el Punto Final, la Obediencia Debida y los indultos; recordó a los muertos de estos meses y la policía que marginalizó a millones. Era casi el crepúsculo cuando, con sus canciones, Teresa Parodi, Daniel Viglietti y Víctor Heredia cerraron el acto.

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