Mar 01.10.2002

EL PAíS  › OPINION

El juego de los números

› Por James Neilson

Cuando de la economía se trata, ni siquiera el pasado es conocido: cada tanto, los especialistas revisan cifras presuntamente fundamentales relacionadas con lo que sucedió varios años atrás en Estados Unidos, Europa o Japón, informándonos que la tasa de inflación norteamericana, digamos, en un período determinado fue la mitad de lo que todos habían creído o que el aumento de la productividad que tantos habían festejado nunca tuvo lugar. En cuanto al futuro, lo único cierto es que nada lo es, como acaba de confirmar el FMI que, una vez más, redibujó su “panorama económico mundial” formulando una nueva serie de pronósticos que con toda seguridad resultarán ser tan erróneos como los anteriores. Así las cosas, sería de suponer que funcionarios y gurúes serían personas humildes que presentarían sus tesis con cautela, recordándonos que en verdad no saben lo que nos espera, pero, claro está, no lo son en absoluto. Por el contrario, a pesar de todos siguen hablando con la confianza de profetas que cuentan con el aval explícito del Todopoderoso vaticinando tasas de crecimiento de “2,3 por ciento” aunque a esta altura deberían saber muy bien que decir “no nos sentimos muy optimistas” ya es arriesgarse demasiado. Es que se creen obligados a formular sus previsiones con exactitud maniática: en nuestro mundo, las frases ampulosas se escriben con guarismos supuestamente “científicos”. Desde ya que quienes militan en la banda de los contestatarios también suelen tomar sus conjeturas por verdades reveladas. Además, disfrutan de la ventaja insuperable de que, a diferencia de los que desempeñan papeles oficiales, pueden proponer virtualmente cualquier cosa con la conciencia de que es muy poco probable que haya alguien en un “país serio” que intente transformarla en realidad. En épocas no muy lejanas, sólo a una minoría de numerólogos fanáticos se les ocurría juzgar a un país e incluso a una civilización entera conforme a su hipotético “producto per cápita”, no por la calidad e influencia de su cultura o, entre los más rudos, por su poderío militar. En la actualidad, empero, las siempre discutibles cifras acerca de las proezas económicas parecen ser lo único que importa, de suerte que la noticia de que conforme a una consultora el país X ya tiene un ingreso per cápita que es un par de centavos más que su rival es considerada el equivalente de un triunfo como Austerlitz o Waterloo, mientras que según los bien pensantes una caída productiva acaso pasajera le supondrá a casi cuarenta millones de personas una eternidad de insignificancia.

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