Mié 13.08.2008

EL PAíS  › UNA CLASE ABIERTA EN EL CENTRO CULTURAL QUE FUNCIONA EN LA ESMA

Cocina política con Hebe

La titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo dialogó con el público sobre recetas culinarias y la “dictadura del fast-food”, con el condimento de recuerdos y comentarios sobre la actualidad.

› Por Alejandra Dandan

Con una mano alzada, como en el aula de un colegio, alguien le pregunta a Hebe de Bonafini cómo hace con el brócoli, cuando se le ocurre usarlo para acompañar tallarines. “Yo los hago al vapor –dice ella–. No te digo que los pongas en una vaporera por si no tenés, pero podés ponerlos en un colador, cualquiera, con muy poca agua, arriba del fuego. Cuando están blanditos, cinco o seis minutos después, les echás encima los fideos. Si te gusta el ajo, podés saltarlos un poco, y como no te va a quedar nada de líquido en la olla, podés volcarlos.”

En su faz gastronómica, Hebe no lleva la cabeza atada con el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo, como lo hace siempre. Cuando cocina en su casa nunca se pone el pañuelo y lo mismo sucede cuando hace las compras. En esta ocasión, la presidenta de la Asociación de las Madres no está ni en su casa ni el barrio, sino en una sala de la Escuela de Mecánica de la Armada recuperada como centro cultural. Lo que hay adentro son aulas y talleres, entre ellos el suyo: un impensado curso de cocina que, como lleva la firma de su mentora, no es un curso de cocina común, sino de “cocina política”.

Entre el público alguien levanta nuevamente la mano. Es una mujer, y ya estuvo antes en una clase. Esta vez llegó preparada, con una pregunta entre manos, para poder condimentar un pedazo de carnaza que dejó hervido la noche anterior: ¿qué se le echa? “La carnaza, que es una carne barata como el caracú –responde Hebe, mientras va repasando lecciones sobre esa suerte de pelea oficial contra la suba de precios–, hay que condimentarla primero con sal y pimienta, pero yo después la voy pasando por harina con un poquito de pimentón, no sé, ponele, una cucharada, como rebozada, y después la dorás.”

En la primera fila se sientan tres Madres de la Asociación. Ellas con su pañuelo blanco. En uno de los extremos del aula, entre unas treinta personas, atiende con ganas el ex camarero de un restaurante brasileño en Buenos Aires. Atrás se ubica una parejita de novios, gastronómicos, dueños de un cafecito en Bariloche, ahora de paso por Buenos Aires. Adelante, una joven levanta la mano, una campesina boliviana.

El taller está repleto, hay militantes y también de aquellos oyentes fans de la Voz de las Madres. Las clases de “cocina política” son semanales y empezaron la semana pasada, en el aula 3 del edificio que el Gobierno les cedió a las Madres y que está pensado como centro cultural y artístico, como una extensión de la Universidad de las Madres. Tras el desembarco simbólico del 24 de marzo, el espacio está sometido a obras de trasformación y todavía no concluyen. El aula 3 es uno de los pocos lugares casi terminados, y allí es donde se instaló Hebe para empezar con los cursos. En dos semanas más, sus alumnos cocineros pasarán a un espacio mejor, una suerte de cocina donde podrán empezar con el trabajo.

De momento, en el aula-cocina se habla de política. O, mejor, en el aula política, de cocina.

–¿Usted también piensa en usar el lomo de 80 pesos como De Angeli? –pregunta una voz.

–¡A las brasas me lo quiero hacer a De Angeli! –dice Hebe.

Durante la hora y media de clase, la presidenta de las Madres pasa por un recuerdo de los cuadernos de clase de sus hijos, hoy desaparecidos, o de una imagen del almacén de su barrio, en La Plata, donde hace años, cuando apenas se mudó, sus vecinos más fachos se acercaban para preguntar qué es lo que ella compraba. Habla de la repulsa a los shopping, de la vez que entró en uno, obligada, sólo porque le dijeron que ahí podía comprarse una malla, y del diseño dispuesto para el consumo. Con esa misma mirada, se ocupa de la comida.

Con un escrito de Eduardo Galeano en las manos, Globalización y bobalización, después de diez minutos de lectura de línea a línea, y de pasar de Karl Marx al mercado chileno, llegó al punto más importante: la comida de Galeano. Y a su crítica por el “triunfo de la basura disfrazada de comida”, del packaging y la proclama de una comida distinta, de una fiesta de la vida, de la comida como señal de identidad, producto de una expresión colectiva y no de una macdonalización donde reina la “dictadura del fast-food”.

A eso apuestan las Madres. “A veces nos alteramos porque viene la IV Flota de Estados Unidos a rastrear nuestros ríos y costas, pero ignoramos cuando se meten en nuestras cocinas, en nuestros estómagos, en nuestras casas”, dice la carta de presentación. “El capitalismo es muy peligroso, es como el gas venenoso, se mete por las hendijas, te envenena de a poco.”

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