Vie 15.08.2008

EL PAíS  › OPINION

A la carga, mis no valientes

› Por Sandra Russo

Ayer mucha gente preguntaba: ¿se va por muchas horas? ¿Tardará mucho Lugo en asumir? ¿No se quedará a la cena, no? Una consecuencia más, este viaje de la Presidenta, de todo lo que le dicta el corazón a Cobos: un chucho generalizado en la gente que ve con ojos no positivos al vicepresidente. El corazón tiene razones que la razón no entiende, de modo que bien puede dejarnos bien sonados en unas cuantas horas de eso que le gusta, eso que lo atrae tanto que no puede ocultarlo. El poder, aunque sea prestado.

Engañó aquella madrugada con el temblor de una voz que estaba por pronunciar algo casi impronunciable. Palabra por palabra, las suyas se deslizaban casi en vibrato, como las de alguien que está por hacer una terrible confesión. Y lo fue, de hecho. Aquella madrugada, Cobos confesó que no comparte el proyecto político del que aceptó ser parte. Estrenó, vacilante, tímidamente, en cámara lenta, esta etapa extraña en la que cada viaje de la Presidenta será una película de suspenso, al menos hasta que él demuestre hasta qué límite y en qué situaciones él se debe y se entrega a su corazón. Bolerístico, aeróbico, típico exponente del que la mata callando, Cobos tembló aquella madrugada, pero al día siguiente descubrió el aplauso. Cómo le gustó.

En materia de personalidades, la de Cobos es una para estudiar a fondo. Uno lo escucha hablar y pareciera que si hay algo que busca y que defiende es el consenso. Es una lástima que no lo haya buscado con el gobierno que representa sino con los sectores que defenestran a ese gobierno, sin escamotear ningún insulto, ni arremetida. Cobos no se ofende, ni se baja ni se plantea cuestiones éticas más allá de su famoso corazón. Por ese palpitar pasa también su apego al cargo, que lo llevó a declarar, con una seguridad pasmosa, que él tuvo la misma cantidad de votos que Cristina. Eso sólo puede ser producto de lo que le dicta el corazón, porque si reflexionara, tendría que darle vergüenza hacer alarde de una popularidad y una representatividad que nunca tuvo y que todavía no se ha ganado por las buenas.

Tan manso que parece, tan de vereda ancha y siesta amable, el tipo resultó un mono con navaja y ahora encima se queda a cargo, y los medios que le ladran al Gobierno rompieron toda la tarde de ayer con ese título: “Cobos, a cargo”. Cada media hora, “Cobos, a cargo”. No hacía falta agregar nada. Todo argentino sabe, esté a favor de quién esté, después de aquella madrugada, que Cobos es un hombre de carácter complejo y ética más ancha todavía que las veredas mendocinas, capaz de sorprender con decisiones que no le corresponden, toda vez que está seguro de ocupar un lugar que no es exactamente aquel en el que lo puso el voto popular. Un vicepresidente acompaña, no se dedica a sentir como un cantante melódico. Serán horas de zozobra, de cortar clavos, de vigilar la pava. El que se quema con leche, cuando ve una vaca llora. Cobos no.

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