EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
UNO
› Por J. M. Pasquini Durán
El país-continente puede inaugurar mañana una nueva etapa de su historia nacional y de la entera América latina si las urnas confirman los pálpitos y Luiz Inácio da Silva, Lula para todo el mundo, candidato por cuarta vez del Partido de los Trabajadores (PT), atraviesa el umbral de la presidencia de Brasil. Hace treinta años, cuando Salvador Allende ensayaba en Chile la vía pacífica al socialismo, la propuesta de gobernar provocando la alianza del trabajo y el capital productivo con cierto sentido de justicia social hubiera sido recibida como una versión avanzada del desarrollismo. En otros momentos, esta fórmula de un dirigente de origen obrero y un millonario con fuerte influencia en las iglesias evangelistas podría ser la expresión de un populismo más o menos típico, de pronóstico incierto. Hoy, sin embargo, la opción atraviesa los estereotipos por sus propios méritos y también porque su triunfo será la primera expresión institucional de la pérdida de hegemonía del neoliberalismo, antagónico del PT, que manipuló a la región completa, también a sus electorados, durante el último cuarto de siglo.
Tampoco es un dato menor la identidad de Lula, un tornero mecánico petiso y morrudo que nació en una de las zonas más pobres del nordeste, porque lo convierte en el primer presidente en América latina de ese origen social. En competencias anteriores, por ejemplo en la que lo enfrentó al reconocido intelectual Fernando Henrique Cardoso, algunos de sus críticos lo descalificaban por su carencia de títulos universitarios. En las recientes encuestas, también resultó favorito entre los miembros de la Academia Brasileña de Letras. Al revisar la biografía del candidato, aparece que levantó vuelo como trabajador golondrina para llegar a San Pablo, donde votarán casi ocho millones de ciudadanos, en busca de una oportunidad de vida diferente, igual que tantos otros jóvenes atraídos por las nuevas industrias instaladas en tiempos de la II Guerra Mundial.
Ese itinerario es familiar en la Argentina porque también las migraciones internas abarcaron a millones, los “cabecitas negras”, que se agolparon en los cinturones industriales de un puñado de distritos urbanos. Fueron la base social del justicialismo que fundó el general Juan Perón y de los sindicatos modernos, pero esa composición sociológica agota las comparaciones posibles. Aquí el partido y los sindicatos emergieron desde el poder, mientras que el PT surgió, allá por los años ‘80, al calor de las huelgas metalúrgicas, alentado por la idea de construir una representación directa, que ningún otro partido político podía satisfacer. Desde entonces pasaron más de dos décadas de acumulación de poder social, primero sindical y luego político, de aciertos y errores, de interminables debates entre sus distintas alas ideológicas, de experiencias administrativas de gobierno municipal y provincial, hasta desembocar hoy como el favorito de 115 millones de votantes que elegirán al presidente, a diputados estatales y federales, renovarán dos tercios del Senado y la totalidad de gobernadores.
El desafío es enorme. Con 180 millones de habitantes, Brasil es la novena economía del mundo, pero forma parte de la región más injusta en la distribución de los ingresos. Cuenta 53 millones de pobres, una vez y media la población total de Argentina, y una formidable concentración de la riqueza, dualidad que resalta el tormento de las injusticias y vuelve a las demandas sociales legítimas y urgentes, a todas y al mismo tiempo. Es imposible adelantar hoy los resultados del escrutinio, pero los vaticinios más expertos indican que el futuro presidente no tendrá mayoría propia entre gobernadores y legislaturas. Para ganar la mayor cantidad de posiciones los esfuerzos de los simpatizantes de Lula están dirigidos a llamar la atención sobre el valor del voto y a la reivindicación de la política. Frei Betto lo escribió así: “Preste mucha atención en la selección que va a hacer. Al elegir sus diputados, piense en las leyes que el hará para mejorar el Estado. Si encuentra que, en su Estado, faltan salud y educación de calidad, vivienda y empleo, vote por quien está históricamente comprometido con tales reivindicaciones. Aquí el adverbio dice mucho. Históricamente significa examinar si, en el pasado, el candidato luchó por esas reivindicaciones. No ponga ojos ni oídos a quien usted no conoce de otros carnavales”. Y agregó la advertencia: “Quien tiene asco de la política es gobernado por quien no lo tiene. Es eso lo que los malos políticos, los corruptos y demagogos quieren de nosotros: repugnancia a la política”.
La tentación de extrapolar experiencias y trasladar a la realidad argentina comparaciones y equivalencias es tan seductora como vana. Por el momento, los sentimientos más sinceros pueden ser de alegría, debido al significado político de los comicios, y quizá sincera envidia por la fiesta que pueden ser las elecciones en democracia. En el cuarto oscuro de los argentinos no aguardará ningún Lula ni hay PT que merezca una oración cívica como la de Frei Betto. Al contrario, es casi patético repasar las listas de algunos políticos criollos que tratan de montarse en el carro de la victoria, como si fueran parte de ella o se les pudiera contagiar como una gripe. No se ocupan de revisar con cuidado las ventajas y posibilidades que podría ofrecer el compromiso irreductible de Lula con el Mercosur, ni de elaborar opiniones propias sobre las propuestas de evolución integradora que formula el candidato cada vez que tiene oportunidad.
Por desgracia, la realidad nacional deja menos lugar a la fantasía y al regocijo que la empresa fundacional de los brasileños. Aunque sea un ejercicio de puro masoquismo, es difícil sustraerse a las fáciles comparaciones, como las que podrían realizarse entre Lula y la esperanza blanca de la corporación política, el Lole Reutemann, quien además sigue rehusando la opción como si fuera un castigo divino. La distancia que hoy en día separa a Lula de Lole equivale, simbólicamente, a la que hay entre Brasil y Argentina. Cada vez que alguien da cuenta de nuevas gestiones, reales o imaginarias, para disuadir la resistencia del gobierno santafesino, no hay más remedio que pensar en el antiguo refrán de origen germano:”Cuando veas un gigante, examina antes la posición del sol, no vaya a ser la sombra de un enano”.
La Argentina institucional está tan destartalada que no le queda capacidad para aprovechar la experiencia de la transición brasileña, incluso si allá hiciera falta una segunda vuelta para definir la elección presidencial. Tendrá que ser la sociedad la que haga el máximo esfuerzo para asimilar experiencias de los vecinos y aprovechar lo que sea útil para el futuro cercano, porque si hay alguna certeza sobre el porvenir es que en el corto plazo ninguno de los problemas esenciales del país estará resuelto si las vías de salida a la situación actual son las que aparecen a la vista. Sin usar el papel carbónico, tarea imposible cuando se trata de construir un destino propio, también la sociedad tendrá que reflexionar si puede construir alternativas como la del PT para su futuro. A la vista, en Brasil ondean en las calles las banderas con la estrella roja de cinco puntas que suele lucir también el ojal de Lula. Desde la esperanza de un próximo encuentro en la nueva etapa, buena suerte, paciencia y coraje para resolver sus problemas, que son los nuestros.