EL PAíS › REFLEXIONES SOBRE EL ESCENARIO POLíTICO Y LA SITUACIóN COMUNICACIONAL
Tras el conflicto agrario, Toer plantea la urgencia de articular a los sectores populares con una organización política que se diferencie de las estructuras tradicionales. Koenig argumenta la necesidad de una nueva ley de comunicación.
Por Mario Toer *
Uno de los datos más salientes para comprender la escena política actual tiene que ver con lo precario del comienzo de la construcción política con la que hoy contamos para intentar seguir avanzando en la modificación de aspectos centrales de la vida en nuestro país.
Sabemos que se ha partido de un núcleo que no participa de la cultura política en lo relativo a la construcción de instrumentos organizativos de poder del siglo que se fue (como sí Lula o Vázquez, y a la que quiere sumarse Chávez, con el PSUV). Los K promueven una reconstitución en el seno de un movimiento que acaba de ser usado como camuflaje para la política del enemigo y en donde resulta inevitable desconfiar aún del que está al lado. Esto brinda el contexto que explica el que haya habido que limitarse a una “mesa chica” y, a la vez, a un infatigable proceso de recuperación de lo mejor y neutralización de lo más o menos, sin garantías.
Quienes sabemos que lo que hasta ahora se ha gestado, más allá de sus errores y limitaciones, por sus iniciativas, gestos, compromisos y vínculos con lo nuevo que se desarrolla en el continente, es una oportunidad histórica de esas que no es dable dejar pasar ni fácil de reemplazar (como imaginan algunos ingenuos), nos vemos en la dificultad y hasta en la urgencia de encontrar fórmulas o al menos aportar ideas consistentes que permitan afrontar una construcción política para lo mucho que resta.
Que eso es imprescindible es demasiado evidente, baste mirar hacia el conflicto con los terratenientes y constatar que no había quien brindara un cuadro de situación confiable desde el interior de la Federación Agraria o de los sectores que influencia y, peor aún, que ni siquiera haya sido posible contar con el respaldo del sindicato de peones rurales.
La sensibilidad, el olfato, la muñeca de los K, que no son infalibles, permitieron conjugar a lo mejor que se había aglutinado en torno de los movimientos de los derechos humanos, las reservas que habían sido protagonistas en el espíritu nacional y popular y emprender tareas como la derrota del aparato duhaldista en su propio territorio. La convocatoria de un buen número de radicales y socialistas, así como militantes de izquierda, o del progresismo, fue el rasgo más notable por un buen tiempo.
El fallido intento de disponer de un mayor excedente proveniente de las ganancias extraordinarias producto de la exportación de la soja marca un antes y un después, y produjo un doble fenómeno. De una parte, la actitud capituladora de los presuntos dirigentes de los productores que se supone menos concentrados, que junto a una caterva de oportunistas diversos, ajenos a las consideraciones estratégicas afines al campo popular, se dieron a la tarea de facilitar, con el pleno respaldo de los medios, que quienes más se benefician del trabajo pasado y presente de los argentinos puedan neutralizar a los vacilantes y volubles, y empantanar la iniciativa. Todo en el marco de un implacable acoso al Gobierno con la pretensión de hacerlo retroceder hasta provocar su destitución. De otra parte, quienes, por sensibilidad y/o experiencia, han podido evaluar la índole de la maquinaria infernal de impedir que se puso en movimiento, han reaccionado y, deponiendo meditaciones en solitario, brindan respaldo y se suman a la denuncia, sin abandonar el juicio crítico y la impronta asamblearia, posibilitando el surgimiento de espacios como el de Carta Abierta, que se expande por todo el país.
Quienes se arremolinan en torno de la tenebrosa banda de los cuatro campestres se encuentran con el problema de conformar una oposición política creíble y la respuesta del Gobierno ha sido en principio la que cabe, intentar entorpecer el operativo de “recuperación” del justicialismo, que la reacción sabe indispensable para cualquier armado futuro.
Pero del lado del campo del pueblo, ¿qué hacemos? Lo que han comenzado a vertebrar las comisiones de Carta Abierta supone un recurso inestimable: buscar respuestas en los terrenos más sensibles, una política de medios en torno de la educación, la salud, la cultura, las mujeres, los jóvenes. También estimular el conocimiento y el debate sobre lo que ocurre en las otras experiencias que jalonan la geografía latinoamericana. Para brindar solidaridad, que es una manera de ayudarnos a nosotros mismos, y para aprender de sus errores y aciertos. No es menor, en este sentido, repasar cómo fue que Lula salió del acoso a que era sometido en las vísperas de las elecciones últimas, en que salió nuevamente triunfante, sobre la base de dejar plenamente establecido que la opción de los pobres es la que expresaba el candidato del PT.
Y después viene lo más complicado. ¿Cómo asegurar que el esfuerzo, la búsqueda, la elaboración que se produce en instancias que constituyen la base del proceso que vivimos en esta nueva fase, se transformen en un insumo valorado a la hora de tomar decisiones? Por cierto que no bastan los contactos esporádicos. Hay que inventar maneras para que ese flujo sea permanente y estimulante.
Porque sabido es que los viejos partidos no alcanzan, y no sólo habrá que evitar que queden en manos de la reacción. Urge conformar un lugar expectante para quienes quieren sumarse por fuera del PJ. Hoy más que nunca, la articulación entre los justos reclamos populares y la consistencia de un armado político coherente se requieren mutuamente. De primar la mezquindad y el economicismo, el retroceso no tendrá retorno. La confianza entre las distintas instancias resulta trascendental para la construcción que debemos llevar a cabo entre todos. La audacia y la creación nunca serán bastantes. Pero estamos a tiempo. Y esto no es un reclamo válido sólo para quienes se ubican en los ámbitos decisivos del poder. Seguramente es imprescindible consolidar liderazgos vitales en esta lucha desigual. Pero también resulta indelegable forjar la capacidad docente de mostrar en nuestros respectivos medios que no basta con reclamar, y menos aún dejarse correr por “izquierda” por los que quieren el fracaso de esta experiencia (que implica e incluye a más de una generación). Hay mucho que deberá redistribuirse (y de algún lado debe salir), pero si no conjugamos la fuerza suficiente y no tenemos el coraje de reclamar responsabilidad en nuestra propias filas, no podremos constituirnos en los engarces que requiere el entramado que no sólo pueda en la próxima vuelta con los terratenientes sino que, también, pueda con todos los que habrán de venir detrás.
* Profesor de Política Latinoamericana y Sociología (UBA); integrante del espacio Carta Abierta.
Por Marcelo Koenig *
El desarrollo y profundización de un proyecto nacional y popular siempre ha de afectar intereses concretos. La justicia social es una conquista a la que es imposible arribar sin conflicto. “No se puede hacer una tortilla sin romper huevos”, solía decir el General, que algo de política sabía...
Si algo demostró el largo conflicto con las patronales del campo fue, precisamente, que existen sectores que están dispuestos no sólo a aferrarse al statu quo sino también a hacer retroceder este proceso político abierto en 2003.
Otro aspecto de la misma cuestión lo encontramos en la comprobación empírica de que es muy difícil ganar disputas como éstas cuando los grandes medios de comunicación cierran filas en torno de los intereses enemigos. Dicho en otras palabras: la construcción de un proyecto de liberación requiere necesariamente de una estrategia de comunicación que afecte los intereses concretos de los grandes oligopolios mediáticos. Ellos también están dispuestos a defender estrictamente sus propios intereses como grupos económicos que son.
En una sociedad democrática como la nuestra, este conflicto se da principalmente a través de la construcción de consensos sociales que permitan el avance. Es por ello que el tema de los medios de comunicación no es un área menor o secundaria.
El marco regulatorio de los medios de comunicación es un obsoleto decreto ley de la última dictadura genocida. Su concepción, empapada de la doctrina de la seguridad nacional, se plasma en todo su articulado. Para ejemplo basta un botón: no permitía que fueran propietarios de medios de comunicación otras entidades que no fueran empresas comerciales con fines de lucro. Es claro, toda entidad que tuviera un fin social era considerada por los milicos como sospechosa de “subversiva”. Por supuesto, también las cooperativas. Varias modificaciones sufrió esta normativa, pero ninguna reparó esta injusticia respecto del mundo cooperativo. En los ’90, por ejemplo, se corrigió el impedimento de la creación de monopolios mediáticos que fue lo que se les escapó a los Videla, Viola y Martínez de Hoz para hacer una ley absolutamente reaccionaria. Menem y Cavallo se animaban a ir más lejos.
Los parches posteriores no han logrado transformar –ni pueden hacerlo– el carácter retrógrado de una legislación creada en tiempos donde era prácticamente una rareza un televisor en colores. Hoy hay que legislar sobre cuestiones de cara a un futuro que ya llegó con la digitalización de las señales.
Si nos atuviéramos a la fría letra de esta ley vigente, al frente del Comfer debieran estar un representante de cada una de las Fuerzas Armadas más uno del Servicio de Inteligencia del Estado. ¿Suena ridículo? Pues, por eso, desde que se instaló la democracia, está intervenida la entidad. Hoy ese cargo provisorio para siempre está ocupado por el compañero Gabriel Mariotto.
La legalidad va de la mano con la legitimidad. Es más: la construcción de legitimidad es la clave para cualquier tipo de transformación desde una perspectiva democrática. Por eso se hace insoslayable una legislación sobre el medio audiovisual en su conjunto que permita el avance.
Es en este punto que queremos hacer hincapié en el rol que puede tener el mundo cooperativo en los medios de comunicación, sobre todo en el interior de nuestro país. Aquellos que defienden desde su tribuna un falso federalismo nada dicen acerca de que la propiedad de la mayoría de los medios regionales (diarios, canales de cable, etc.) están en manos centralizadas. Incluso llegan a la desfachatez de plantear la idea de que si un medio está en manos de una cooperativa de servicios (las únicas en condiciones económicas de dar una disputa en serio a los grandes multimedios en sus lugares concretos) se trataría de un monopolio. Pensar en una cooperativa como un monopolio es una contradicción en sus términos. En las cooperativas se vota. Y tanto el votante como el votado no son personas abstractas sino que son vecinos de carne y hueso que generalmente se conocen entre sí.
La sesgada mirada porteña que se tiene –muchas veces– de la realidad no nos permite comprender la fuerza y la potencialidad del mundo cooperativo y mutual que lleva energía y telefonía donde no es negocio para las grandes empresas transnacionales, que lleva salud a donde no llegan los hospitales ni obras sociales... La economía social y solidaria es mucho más grande, y no es una actividad sólo de pobres para pobres sino que abarca todas las áreas económicas y tiene el conocimiento y el manejo para transformarse en motor de desarrollo de un nuevo modelo económico y social.
Pensar una nueva ley marco de los medios de comunicación –sin exclusiones– es una necesidad de la etapa. Sólo así podremos generar los consensos imprescindibles para una patria más justa.
* Responsable de Comunicación del Inaes; profesor de Teoría del Estado e Historia Política (Derecho-UBA).
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