El rol de los medios de comunicación en la formación de la “sensación de inseguridad”. La poca visibilidad de las razones del delito. Las políticas de mano dura de los gobiernos de la región. Un debate entre especialistas.
› Por José Natanson
Desde Montevideo
¿Los medios crean inseguridad? ¿Fomentan la sensación de inseguridad? ¿Es un problema de temperatura o de sensación térmica? ¿Es cierto que alientan la mano dura, las propuestas blumbergianas de más policías, más penas y más cárceles? ¿El tratamiento sensacionalista de las noticias policiales es parte de la lógica mediática? ¿Por qué circula tan poca información sobre las causas profundas de la crisis de inseguridad?
Estas fueron algunas de las preguntas alrededor de las cuales giró el seminario “El rol de los medios masivos de comunicación en la seguridad ciudadana”, organizado por el Programa Naciones Unidas para el Desarrollo, la Fundación Nuevo Periodismo y el Fondo de Cooperación de España. Durante dos días, especialistas de diferentes países debatieron, junto a unos 40 periodistas latinoamericanos, la forma en que la prensa se ocupa del delito y los efectos sociales y políticos que genera.
La conferencia inaugural estuvo a cargo del incansable Bernardo Kliksberg, asesor del PNUD y director del seminario. Con una presentación cargada de números, estadísticas y cuadros, Kliksberg fue sin muchas vueltas al centro de su argumento: “El aumento de la inseguridad es un hecho concreto que se explica por diferentes motivos, pero básicamente por la creciente desigualdad que existe en América latina”, afirmó.
Después, Kliksberg mencionó algunos datos espeluznantes. En Centroamérica, la tasa de homicidios duplica la latinoamericana, con casi 50 por cada 100 mil habitantes según la Organización Panamericana de la Salud. Para remediarla, los gobiernos recurrieron a una secuencia de respuestas represivas de nombres realmente espectaculares: en El Salvador, tras el fracaso del “Plan Mano Dura”, el gobierno lanzó el “Plan Súper Mano Dura”, y hoy postula como candidato a presidente a un ex jefe de policía; en Guatemala, el presidente diseñó el “Plan Escoba” para frenar una supuesta invasión de mareros que, sin embargo, no alcanzó para detener el ascenso del líder de la tolerancia cero, Otto Pérez Molina, un ex general del Ejército que quedó en segundo lugar en las elecciones del año pasado; en Honduras, el candidato del Partido Nacional, Porfirio Lobo Sosa, elaboró una propuesta de combate a la delincuencia que denominó “Puño Firme”, gracias a la cual estuvo cerca de triunfar en las elecciones del 2005. En este contexto, explicó Kliksberg, no es casual que prosperen las leyes represivas sancionadas bajo el soplo en la nuca de una opinión pública aterrorizada. En los tres países centroamericanos mencionados, la edad de imputabilidad se redujo a los 12 años. En Honduras, el Código Penal fue reformado en el 2004 para incluir penas de hasta diez años de prisión por el solo hecho de llevar un tatuaje identificable con una pandilla.
Y no se trata sólo de Centroamérica. México tiene 500 mil policías, es decir 4,8 por cada 100 mil habitantes, tres veces más que Canadá, donde la tasa de homicidios es seis veces menor. En Brasil y Colombia, la delincuencia es la principal causa de muerte de jóvenes y, si se tienen en cuenta sólo los jóvenes negros varones pobres, los números se asemejan a los de una guerra civil. Finalmente, hay algunos aspectos de la inseguridad que muchas veces no se consideran, pero que ciertamente forman parte del fenómeno: en Paraguay, la pena por golpear a una mujer puede evitarse pagando una simple multa. De hecho, corresponden más años de cárcel por matar a una vaca que por pegarle a una esposa.
Finlandia tiene menos policías por habitante que cualquier otro país del planeta, poquísimos presos –sólo 3 mil– y, al mismo tiempo, una de las tasas de homicidios más bajas del mundo: dos por cada 100 mil. Dinamarca, con un enfoque similar, presenta una tasa de homicidios de 1,1, Noruega 0,9 y Suecia 1,2. En San Marino, pequeña república europea, hay, en total, un solo preso.
En todos los casos, la tasa de homicidios es doce veces menor a la latinoamericana y entre 4 y 6 veces inferior a la de Estados Unidos, donde nació el archipublicitado paradigma de la tolerancia cero. De hecho, Estados Unidos es el país rico más inseguro del mundo y el que tiene mayor número de presos: 648 por cada 100 mil habitantes, diez veces más que Dinamarca o Suecia. En números totales, casi dos millones de personas habitan las cárceles estadounidenses, la misma cantidad que jóvenes en los colleges.
Con el diagnóstico examinado, el seminario continuó con un análisis del rol de los medios. No hubo, desde luego, una única conclusión, pero sí una coincidencia general en que los medios juegan un papel centralísimo y que en muchos casos –sobre todo cuando se trata de la televisión– no contribuyen a aportar soluciones. Daniel Filmus, que se escapó del Senado para su presentación, citó una encuesta elaborada por el Ministerio de Educación que revela que los chicos pasan unas 4 o 5 horas por día en la escuela, contra 5 o 6 frente a la televisión. “El sistema escolar tiende a funcionar totalmente desenganchado de los medios. En la escuela, los alumnos escuchan cómo tienen que ser las cosas, el deber ser, y luego prenden la tele y ven una realidad completamente diferente, por ejemplo con esos programas en donde se forman bandas de populares contra lindas”, sostuvo Filmus. “Por eso lanzamos un programa para discutir en los colegios los contenidos de los medios. No para negarlos, sino para problematizarlos y aprender de ellos.”
Para Juan Faroppa, ex viceministro del Interior de Uruguay, los medios no crean la inseguridad. “No estoy seguro tampoco de que fabriquen la sensación de inseguridad, pero sí de que la retroalimentan”, dijo el funcionario. Y luego se largó a una amarga catarsis de todos los casos policiales tratados de modo sensacionalista durante su gestión. “Nosotros, como gobierno, tenemos el desafío de enfrentar la inseguridad, pero también de gestionar el miedo.”
Alejandro Alvarez, del PNUD, mostró una serie de cuadros para demostrar que la relación entre seguridad y sensación de inseguridad está lejos de ser automática. La correlación, dijo, es débil. Pero después, con buen criterio, añadió: “La verdad es que no importa mucho si la realidad es así o no, lo que importa es la percepción social”. Rafael Patermain, del Observatorio de Seguridad Ciudadana de Uruguay, coincidió: “La sensación de inseguridad se vuelve tan importante como la seguridad en sí. El Estado tiene que trabajar con las dos cosas, porque al que sufrió un asalto le importa poco si la tasa de inseguridad en Uruguay es cinco veces inferior a la media de la región”.
Daniel Altman, ex asesor del gobierno británico, presentó un cuadro que demuestra algo obvio, pero que ninguno de los presentes había visto tan claramente expresado: la percepción de inseguridad según el diario que lee cada persona. En Gran Bretaña, el 50 por ciento de quienes leen los diarios de izquierda (The Guardian y The Independent) dijo que el crimen aumentó en el último tiempo; los lectores de los diarios conservadores tienen una percepción más desfavorable y quienes leen los diarios sensacionalistas (Daily Mail, The Sun) son aún más pesimistas: el 80 por ciento de los lectores de la prensa amarilla cree que el crimen aumentó. Según Altman, en verdad está bajando.
Cuando llegó el turno de los periodistas se intentó –finalmente–- explicar por qué ocurren estas cosas. Si no, pareciera que los medios son sujetos malvados, cuya única función consiste en proclamar la mano dura y aplaudir el gatillo fácil. Se dijo entonces que los medios trabajan en un registro de presente continuo, que por su propia lógica de funcionamiento tienden a la serialización, a crear la idea de que existen olas (de secuestros, de asaltos en cajeros, de hombres araña). Los medios descontextualizan y, cuando muestran un suceso policial, se focalizan generalmente en el final, deshistorizando. Se habló también de las limitaciones de recursos, tiempo y dinero, y del hecho de que la prensa televisiva es clasemediacéntrica, por lo que tiene muchas dificultades para comprender la realidad de los sectores populares.
Stella Martini, una de las pocas académicas argentinas que trabaja el tema de manera sistemática desde hace años, habló del contrato de lectura, el acuerdo implícito entre los lectores de un diario (o espectadores de un canal) y el medio. Este contrato, que rige la relación, explica los criterios de noticiabilidad de la noticia. Para alivio de los periodistas presentes, Martini dijo que es necesario diferenciar entre los dueños de los medios, los editores y los periodistas, pues cada uno tiene ideas, intereses y límites distintos. Habló del origen de la denostada prensa popular, que permitió el acceso a la información a los sectores más pobres y contribuyó a convertirlos en sujetos visibles, lo que implica un importante impulso democrático por más que su discurso sea casi siempre conservador.
Después, Martini definió en pocas palabras la lógica mediática. “Para un canal de televisión o un diario, son noticiables los acontecimientos que constituyen una infracción, una desviación, una ruptura del curso normal de las cosas.” Esto permite la construcción del color y el sensacionismo y remite, en última instancia, al rol de los medios como dispositivos de control social. “Se ve en las geografías del delito, que parece provenir de los sectores marginales de la sociedad. Las zonas pauperizadas no aparecen más que como territorios ‘tomados’ por la delincuencia. Nunca son barrios con vida propia, fruto del esfuerzo de una comunidad. Parece que la gente no viviera allí. Funcionan como escenarios para la delincuencia.”
Los paneles siguientes incluyeron a periodistas latinoamericanos que contaron sus experiencias en la cobertura de casos policiales, de crímenes y corrupción. Sobre el final, hubo un espacio para las conclusiones. Ninguna definitiva, por supuesto, aunque sí algunas líneas básicas: los medios no son los responsables de la inseguridad, pero sí corresponsables de la alimentación permanente de la psicosis ciudadana. El poder político reacciona mal y tarde ante el acoso mediático, en general con acciones espectaculares que no necesariamente crean tranquilidad: mostrar por televisión el decomiso de kilos y kilos de cocaína o la captura de enormes arsenales ilegales, ¿genera tranquilidad por la ejecutividad policial o, por el contrario, fomenta la sensación de que estamos a la deriva?
El riesgo, en América latina, es confundir delincuencia juvenil con crimen organizado. Para Kliksberg, la clave de todo el asunto es social. “La región ha visto en las últimas décadas la agudización de las desigualdades. Ello ha multiplicado los factores de riesgo a la delincuencia. Uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos no estudia ni trabaja. La combinación de jóvenes excluidos, que no tienen por dónde ingresar a la vida laboral, con baja educación y familias desarticuladas, crea un inmenso grupo de personas expuestas. Si se los trata desde el principio como delincuentes, sólo se contribuirá a generar mano de obra para las bandas organizadas.”
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