EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Ni medio siglo atrás, el reverendo Martin Luther King Jr. fue asesinado a sangre fría por un comando todavía impune debido a que se atrevió a soñar en público que negros y blancos eran iguales en la condición humana. Así de largo es el simbólico salto que significa la victoria de Barack Obama, primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos, que lo instalará con su familia en la Casa Blanca a fines de enero próximo por un período de cuatro años con opción a otro igual. Las cifras del triunfo son abrumadoras: el mayor porcentaje de votantes del último medio siglo, el 52 por ciento de los votos a favor, mayorías en el Capitolio y en varias administraciones estaduales y municipales que estaban en manos de sus rivales, los republicanos. Ganó en California, donde gobierna el conservador Schwarzenegger, en Florida donde mandaba el dogma anticomunista de la “gusanera” cubana, en las principales minorías étnicas y en la franja etaria de los 18 a los 30 años, con alcances hasta los 45. Durante los dos años de campaña recaudó más de doscientos millones de dólares en donaciones individuales –otro record– y logró superar a Hillary Clinton, que arrancó como la favorita de los demócratas. Reclutó a centenares de miles de jóvenes, los más entusiastas aseguran que en total eran cinco millones, muchos de ellos ni siquiera votaban, para que visitaran casa por casa, en cada ciudad del extenso país, a persuadir a los votantes para que acudieran a las urnas (allá es voluntario) y para que eligieran “El cambio”.
A medida que pasaban el tiempo y los acontecimientos, fueron modificándose los significados del “cambio”. Comenzaron por debatir si existían razones para que las tropas de Bush Jr. siguieran ocupando Irak y Afganistán y para que continuara el privilegio de los ricos sobre los pobres con el cuento de la copa que se llena y desborda empapando de bienestar las bases sociales, las que debían ser sacrificadas para apresurar el día del desborde. Para los argentinos no hacen falta más explicaciones sobre semejante fantasía, porque fueron atormentados por la misma causa durante los últimos años del siglo XX y algunas de sus consecuencias infames todavía perduran, aun después de cinco años de reactivación económica con tasas de crecimiento sobresalientes. George W. Bush se paró sobre una montaña de mentiras y de terrores derivados de los ataques que derrumbaron las Torres Gemelas de Manhattan, con delirios fanáticos sobre “guerras preventivas”, cárceles clandestinas y cancelación de los derechos civiles de los norteamericanos. Alcanzó para darle la reelección, pero luego fue cayendo por su propio peso, hasta que la mayoría de la sociedad no lo aguantó más. El broche final fue el huracán financiero, producido por confiar la suerte de la nación a la avaricia del mercado, que por su envergadura modificó también los parámetros de la campaña. Algunos especialistas se preguntan si la competencia electoral hubiera empezado como terminó, ¿Obama y McCain hubieran sido los finalistas? Un entretenimiento especulativo para académicos, porque hoy lo único cierto es que el presidente electo tendrá que realizar “El cambio” en las peores condiciones que pudo imaginar. A lo mejor, en tamaño desastre será más fácil potenciar las virtudes antes que los defectos, ya que es muy difícil empeorar la situación.
Al revés que Obama, la presidenta Cristina se hizo cargo de la sucesión con el país en ascenso, pero antes de cumplir el primer año de gestión gastó buena parte del capital político acumulado en el primer período. Lo más grave: perdió la confianza de una porción significativa de las clases medias, ganadas por los discursos demagógicos de una oposición que no tiene mejor alternativa que intentar destruir al Gobierno. “Minga” De Angeli, convertido ahora en vigilante de la seguridad urbana, podría hacer pareja política con Sarah Palin de Alaska no sólo por convicciones parecidas sino porque los dos quieren anotarse en la carrera electoral y ganar de cualquier manera y a cualquier costo. Elisa Carrió retumba más que “Minga” pero cuesta trabajo imaginar un gobierno dirigido por un oráculo que no arriesga: igual que las adivinas de feria, maneja dos alternativas, “vamos mal pero estaremos bien”, ya que la próxima vez podrá decir “yo lo advertí” tanto si va bien o va mal. Mauricio Macri, la esperanza blanca del antiperonismo, está puesto a prueba en la Capital: si el próximo año mantiene el caudal electoral será posible considerarlo en la hipótesis de un liderazgo a futuro. Durante el actual debate sobre el régimen previsional, los radicales mostraron sin pudor que no tienen jefatura, línea y coherencia y que lo único que importa es oponerse al Poder Ejecutivo. Todos los demás son borradores, incluido el peronismo disidente y el frontal antikirchnerista, bosquejos a mano alzada sin detalles ni perfiles.
Esa es una ventaja relativa para el Gobierno, aunque es probable que sea más fácil gobernar con oposiciones orgánicas, formales y de líneas definidas, con jefes inteligentes en lugar de agitadores que aprenden oratoria con Tinelli. Si bien el Gobierno no acumula méritos para retener adhesiones con el entusiasmo preliminar, lo ayuda bastante la categoría de sus enemigos: los “curradores” de las AFJP, los especuladores financieros, la Sociedad Rural y sus aliadas, el Fondo Monetario Internacional, los manipuladores del mercado, los nostálgicos de la dictadura militar o de los años ’90 y las respectivas cohortes o cómplices directos que medran en el sistema mediático con distintos disfraces. En más de un sentido, a la hora de elegir es bastante problemático quedarse en la mitad de la calle o, peor aún, equivocar la vereda. En más de una oportunidad no es una opción ideológica o estratégica, sino de saber colocar los propios intereses en la dinámica de las tensiones de poder.
Sucede así con el caballito de batalla de los opositores en estos días, la seguridad urbana, porque en realidad no se propone mejorar la calidad de vida de las víctimas reales o potenciales sino de aprovechar la realidad temática para hostigar al Gobierno. En el momento de auge del falso ingeniero Blumberg también hubo gente de buena fe que apoyó modificaciones legislativas con la esperanza de que por ese único camino disminuiría el nivel de violencia. Nadie quería escuchar las voces de alerta hasta que la realidad se encargó de notificar a todos que ése es un sendero que no lleva a ninguna parte, si no hay un Estado, es decir los tres poderes de la Constitución, que armonizan objetivos y procedimientos, si no hay una sociedad que puede ofrecerle a la mayoría absoluta de sus integrantes una vida digna. Es inútil librar batallas de estadísticas o discutir si el crimen en Argentina tiene índices más bajos que otras ciudades del mundo. En todo caso es un buen argumento para el turismo internacional –viaje a un país más seguro que su propia ciudad–, pero no convencerá al habitante local porque los delitos existen, pero además son multiplicados varias veces por la dedicación de los medios a la noticia policial. Un mismo robo, sea una carga de diamantes o un par de gallinas, será repetido por tantos canales de información y tantas veces en el día que al final de la jornada queda la sensación de que los ladrones hacen lo que quieren.
Algunas voces decisivas del oficialismo comenzaron a quejarse de la eficacia judicial o a alentar a los que quieren bajar la edad imputable cuando ni siquiera hay espacio suficiente para la actual población carcelaria. A lo mejor sería más útil que la Universidad dedique una parte de sus talentos y recursos para inventariar el crimen y, al mismo tiempo, analizar el discurso mediático sobre ese mismo inventario, para llegar en algunos meses a un encuentro de trabajo entre los académicos y los responsables de la información para establecer pautas civilizadas de difusión, sin censuras ni autocensuras pero con responsabilidad compartida para informar sin alarmar y para contribuir a despejar las causas de la violencia delictiva, entre ellas la injusticia social. Ser pobre no es lo mismo que destino manifiesto, pero es más probable que en ese ámbito alguien pierda el sentido o el valor de la propia vida y peor aún de la vida ajena. El Estado, por su parte, tendrá que revisar a fondo la calidad y cantidad de sus instrumentos para garantizar la seguridad ciudadana, puesto que buena parte de la sociedad dejó de creer en la policía y en la Justicia. No es imposible, porque así como el oficialismo logró que seis o siete de cada diez diputados acompañaran el proyecto de recuperar el régimen previsional para el Estado, cualquier proyecto con la misma lógica de corregir injusticias y evitar que la gente decente sea saqueada con seguridad no terminará como el episodio agropecuario.
En su primer contacto con la prensa como presidente electo, Obama hizo hincapié en que las dos prioridades de la economía en su país son: ayudar a la clase media con créditos accesibles y ampliar el seguro de desempleo a más de un millón de nuevos desempleados. No fueron los únicos temas, pero en este caso interesa destacar el carácter de prioridades de ambos asuntos. Ayer mismo, en la televisión de Estados Unidos ya hubo críticas al “populismo” presidencial, muy parecidas a los que se escuchan en algunos medios locales sobre la gestión de la Casa Rosada. Si coincidimos en el cuento de la copa que desborda y en el “populismo”, al final Menem tenía razón: llegamos al Primer Mundo.
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