EL PAíS › REPORTAJE EXCLUSIVO A HERNAN DE CARLI, EL DUEÑO DE LA MANSION DE GENERAL RODRIGUEZ
El juez de Zárate-Campana lo acusa de estar involucrado en el tráfico de efedrina y quiere saber cómo hizo fortuna. El dice que no tiene tanta fortuna, que su casa en Miami es “más deuda que otra cosa” y que se gana el dinero exportando. Mañana, promete, llega al país y se presenta ante el juez. En esta charla desde un locutorio en un país que no quiso revelar, adelanta su defensa.
› Por Raúl Kollmann
“No conocí nunca a Sebastián Forza, Damián Ferrón o Leopoldo Bina, las víctimas del triple crimen. No conozco a ninguno de los mexicanos que están presos o aparecen involucrados en el caso de la efedrina. Yo ni siquiera estaba en la Argentina cuando se cometieron los homicidios y es falso que mi camioneta Ram haya sido vista cerca del lugar donde aparecieron los cuerpos: pueden preguntarle a cualquiera de mis amigos, jamás presto mis autos. No soy millonario para nada. La casa en Miami tiene más deudas de lo que vale: se la estoy por devolver al banco. El dinero que hice fue con importaciones, exportaciones y comercio, siempre en Estados Unidos, de todo lo que tiene que ver con computación.” Con estos argumentos se defendió Hernán De Carli, el dueño de la mansión allanada esta semana en General Rodríguez. Quien lo acusa, al menos hasta ahora, es el juez federal de Zárate-Campana, Federico Faggionato Márquez. En forma exclusiva y vía telefónica, De Carli concedió una larga entrevista a PáginaI12: “No soy narco ni asesino. Es cierto, soy pendejo y fanfarrón, pero no tengo nada que ocultar”, concluyó.
La voz de De Carli suena ansiosa en la línea telefónica. El realizó el llamado desde un locutorio de un país limítrofe al que no quiso identificar, aunque juró y rejuró que mañana estará en la Argentina y se entregará al magistrado. Todo el proceso de la entrevista, una hora y media de diálogo, fue largo y tedioso, sobre todo porque cada tanto la comunicación se cortaba. Al rato volvía a llamar, se supone que del mismo locutorio.
–¿Estaba en la Argentina cuando se cometió el triple crimen?
–No, estaba en Estados Unidos. En Miami, en mi casa. Se puede ver en mi pasaporte que estaba allá. Ese pasaporte lo tiene seguramente el juez porque se lo llevó de la casa de mis padres, la de General Rodríguez. Se ha dicho que ésa es mi casa. No es así: es de Rodolfo De Carli, mi padre. Es cierto que se construyó, en plena crisis, con los aportes de mi hermano y mío. Pero volviendo a lo que me preguntó, viajé a Miami, donde vivo, a fines de mayo y recién volví a la Argentina el 11 de septiembre. Me acuerdo clarito porque revisaban más que nunca por el aniversario del atentado contra las Torres Gemelas.
–¿Pero conocía a alguna de las víctimas del triple crimen?
–No conozco a ninguna de las tres víctimas. No sabía ni que existían, jamás los vi ni hablé por teléfono ni nada.
–Sin embargo, parece que hay un testigo de identidad reservada que dice que Leopoldo Bina fue visto manejando su espectacular camioneta negra Dodge Ram.
–Es una mentira evidente. Cualquiera de mis amigos, los que me conocen en General Rodríguez, pueden testificar que yo no le presto mis autos a nadie, nunca, jamás. Eso es mentira.
–Supongo que alegará lo mismo sobre los dichos del testigo en el sentido de que la camioneta se vio cerca del lugar donde aparecieron los cuerpos de Forza, Bina y Ferrón, la noche previa al hallazgo.
–Le repito, no estaba en la Argentina y no le presto la camioneta a nadie.
–Hay datos de que usted estuvo preso por la causa de la Aduana paralela. ¿Es cierto?
–Mire, en aquella oportunidad, yo fui a visitar a un amigo a un depósito fiscal. Cuando llego, golpeo la puerta y desde adentro del depósito salen policías y me detuvieron. Me llevaron al Departamento Central de Policía y a la mañana siguiente al juzgado. Pero imagínese que ni siquiera me tomaron declaración como testigo; nada de nada. Me fui a mi casa a media mañana. Esas horas fueron las únicas en las que estuve detenido alguna vez en mi vida.
–En concreto, la acusación en su contra es que tiene que ver con la ruta de la efedrina y que fue visto, por ejemplo, con el mexicano Rodrigo Iturbe, el hombre que según el juez es el jefe de los mexicanos que se ocupan de la efedrina en la Argentina.
–Primero: no tengo nada que ver con la efedrina ni con medicamentos ni con nada de todo eso. No conozco a ninguno de los mexicanos que se mencionan. Nunca los vi, de manera que es falso que me haya reunido con alguno. Estuve en México tres veces en toda mi vida: las tres en Cancún, por turismo.
–¿Y cómo hizo para hacer semejante fortuna?
–En 1998 me fui a vivir a Estados Unidos, a Miami. En aquel momento, alquilé un departamento de mil dólares. Recién en el año 2000 compré mi primera casa, por supuesto con un crédito. Puse 80.000 dólares y el banco me prestó 420.000. La vendí en 2004 por 1.400.000 dólares. Esto se puede ver en los registros que se consultan en miamidade.com. Con la ganancia que obtuve y un crédito de 2.500.000 dólares, compré la casa de Bal Harbor, de 3.200.000 dólares. La tengo en venta desde hace dos años y no consigo comprador. Hoy en día debo todos los impuestos, volví a hipotecar la casa y, en concreto, sobre esa propiedad hay hoy deudas de más de 3.200.000 dólares, más de lo que vale. Lo más probable es que se la entregue al banco, como está ocurriendo con otras 400.000 personas en Miami. Le insisto: no me crea, está todo en los registros del municipio Miami Dade. En 2003, 2004 y 2005 me fue bien con los negocios de computación. Exportábamos a Europa, vendíamos en Sudamérica y dentro de Estados Unidos. A partir de 2007 me fue mal.
–Una de las pruebas que tiene el juez es que usted estuvo en Clorinda, Formosa, justito cuando estaban los narcos que luego fueron detenidos en Paraguay junto con Jesús Martínez Espinosa. Además usted también pasó a Paraguay y en Clorinda se alojó en el mismo hotel.
–Es cierto, estuve en Clorinda en septiembre, pero no tuve nada que ver con los mexicanos ni con la efedrina. Fui a Paraguay a hacer un negocio de compra de rieles de acero. Me iba ganar una comisión por ser intermediario con un empresario chino de Estados Unidos. Tenía incluso algún otro posible cliente. Quien me ofrece el negocio es un hombre que se llama Carlos Andrada, que es de Córdoba, y que tenía una buena conexión con un primo del presidente de Paraguay. Me habló de 10.000 toneladas en rieles de ferrocarril, porque en Paraguay hace 14 años que no andan los trenes. Todo esto está documentado. Hay mails de Andrada a mí en Miami y míos a Andrada en Córdoba. Lo cierto es que decidí ir a Paraguay y sugerí hacerlo con mi camioneta, la Ram. Yo la había usado poco y nada y me parecía una buena oportunidad. ¿A usted se le ocurre que alguien que quiere hacer un negocio clandestino, de efedrina, va a usar una camioneta más que llamativa como la mía, con patente de Miami y un cartel de fantasía que dice SWAT? Sería el más estúpido del mundo. La lógica es que uno trate de pasar desapercibido, no llamar la atención con una camioneta tan grande y vistosa.
–Bueno, lo concreto es que se fue a Clorinda y a Paraguay.
–Salí de General Rodríguez, pasé a buscar a Andrada en Santa Fe y llegamos a la frontera. Como yo me traje la camioneta Ram en enero, el vehículo tenía una nacionalización provisoria. La Aduana no me dejó salir a Paraguay con él. Por eso, buscamos un lugar donde alojarnos en Clorinda, pasamos la noche y al día siguiente fuimos a Paraguay, sin la camioneta. Según parece, en ese hostal, Mario, se alojaron también dos personas mexicanas. No sé nada de ellos, no los conozco, no estuve con ellos. Lo único que hicimos allí fue dormir.
–¿Y al día siguiente cruzaron a Paraguay? ¿Tiene pruebas de lo que hizo allí?
–Le repito, fui a realizar una compra de rieles de ferrocarril. La persona que habló con nosotros en Paraguay es muy conocida, el ex jefe policial Merardo Palacios Melgarejo. Estuvimos Andrada, Melgarejo y yo tratando lo de la compra de rieles. Resultó que esos rieles no estaban todos juntos en un galpón, como me habían dicho, sino que todo requería un inmenso trabajo de recolección. El negocio no se pudo hacer y yo terminé furioso. Le digo otra vez: no me crea, fíjese en mi documentación. Por ejemplo, puedo probar que estaba en el negocio del acero porque mandé a hacer un test de calidad del acero en la empresa SGS de avenida Diagonal Norte. Además, hay mails y comunicaciones mías con una fundidora de Estados Unidos, con una empresa que utiliza acero para aberturas, hay mails con el cónsul de Paraguay en Buenos Aires y, por supuesto, con Andrada.
–Fíjese que usted me dice que tiene la mansión en Bal Harbor, pero que no vale lo que parece y está endeudado; que fue a Paraguay justo cuando van los narcos, pero que es una casualidad; que su mansión de General Rodríguez es imponente, pero que es de su padre y se construyó con poco dinero. Demasiadas casualidades.
–Hablemos de la casa de General Rodríguez. En primer lugar, le digo que en los countries hay casas muchísimo mejores. Esta, por de pronto, está en un lugar en medio de la nada, lo que ya le quita valor. El terreno fue de mi abuelo, que lo compró en los años ’50. La primera casa la construyó mi padre en 1980. Pero mi hermano y yo aprovechamos la crisis de 2002 para comprar los materiales a muy bajo precio y construirla con mano de obra muy barata en ese momento. Mi hermano vive en España y yo en Miami. Se pagó tres veces menos de lo que vale ahora. Y el juez puede comprobar todo lo que estoy diciendo porque las facturas estaban en mi casa y él se las llevó en el allanamiento. Quiero agregarle algo más. A mí me fue bien hasta 2005, después mal. Y el poco dinero que tengo lo voy a tener que gastar en abogados en esta causa. Los autos que estaban en la casa de General Rodríguez están sin seguro. Tenemos problemas para pagar las cuentas. Esa es la realidad. Yo no tengo casa en la Argentina. Esa es de mis padres y yo vivo en una habitación cuando vengo.
–Aun así, le digo que la mansión parece una fortaleza, con muros altos, un montón de cámaras. ¿Por qué tantas medidas de seguridad?
–Ya le dije que la casa está en medio de la nada. Mi hermano y yo teníamos miedo de que a nuestros padres les pasara algo. Hubo un tiempo, cuando estábamos mejor de dinero, que había una persona de seguridad. Pero después no lo pudimos pagar más. Entonces le pedí a mi amigo Miguel Lombardi (del Servicio Penitenciario), al que quiero como un hermano, que le dé alguna seguridad a la casa. Por ejemplo, que estuviera lunes, miércoles y viernes una semana y a la otra martes, jueves y sábados. Que no existiera la sensación de que no había vigilancia. Miguel Lombardi también me acompañó a Clorinda, justamente porque es mi amigo del alma.
–¿Y cuál es su relación con el policía detenido, Darío Atrio?
–Lo vi una sola vez en mi vida, cuando personas desconocidas tiraron piedras contra los techos de la casa y teníamos miedo a un asalto. Mi novia, por ese entonces, estaba sola en la casa. Yo venía por el Acceso Oeste, llamé al comisario Barragán, de General Rodríguez, y le pedí que mandara un patrullero. El que concurrió fue Atrio. Lo habré visto unos minutos en toda mi vida.
–¿Y la funcionaria municipal, Cristina Otero?
–No sé quién es. No la conozco para nada.
–Bueno, tendrá muchas dificultades económicas como ahora dice, pero eso no se condice con la camioneta Ram en la que anda.
–En 2007 iba a quedarme a vivir en la Argentina y por eso llevé para allá la camioneta. Iba a instalar un centro de logística de una multinacional. Tengo los papeles para demostrarlo. Esa iniciativa se frustró por la crisis norteamericana. No quiero decirle a usted qué multinacional era, pero se lo diré y se lo voy a demostrar al juez. Esa es la razón porque me llevé la camioneta para allá. En Miami, los pintores pueden tener una camioneta Ram. La utilizan muchas personas que llevan, por ejemplo, escaleras. Un obrero puede tener una Ram en Estados Unidos. Yo me la compré porque, además, quería aparecer como un tipo fuerte en la Argentina. Me gustaba la sensación de tanque que tiene esa camioneta.
–A propósito, lo han acusado de que las patentes son truchas.
–Mire, en Estados Unidos sólo es obligatoria la patente de atrás. Es la original de Miami y no es falsa para nada. Eso se puede verificar. Además, está hecho el trámite para nacionalizarla. En sus autos, los norteamericanos ponen adelante la patente que se les da la gana. Es una forma que tienen muchas organizaciones de recaudar fondos. Por ejemplo, yo puse la que dice SWAT porque quería colaborar con la policía. Es decir que cuando a uno le venden esa patente, una parte va, en este caso, para una organización que creo se llama Support Athelit Police. No hay patentes truchas en la Ram.
–¿Y qué pasa con la credencial de la DEA que le encontraron en General Rodríguez?
–Las credenciales reales de las ficticias se diferencian fácilmente. Esto es algo que se compra por Internet, es como un recuerdo. Jamás, jamás dije que fuera de la DEA y jamás la exhibí como un documento. La mejor prueba es que en el viaje a Clorinda la Gendarmería me paró tres veces y siempre les dije lo mismo: no soy de la DEA. Ellos creían que los engañaba, que estaba espiando, pero yo fui muy claro. Hasta perdí la paciencia de tanto explicárselo.
–¿Qué sucede con las armas? La principal imputación es que le encontraron diez armas de guerra.
–La Smith & Wesson calibre 40 es de mi hermano, que es un fanático. Así como una 12/70. Las compró en la calle Paraná. Están los papeles, mi hermano es legítimo usuario, tiene el carnet, el juez ya debe tener en su poder la documentación. Hay armas de mi abuelo, viejos Mauser que no sirven para nada. Hay un par de armas a nombre de mi tío, que falleció, y se las dejó a mi hermano. Creo que está hecha la transferencia. En cualquier caso, los papeles están. Lo único que yo tengo es un rifle de aire comprimido. Nada más. Creo que todo eso está aclarado, por eso dejaron libres a mis padres y mi hermano.
–Si usted es inocente como dice, ¿a qué atribuye tantas acusaciones?
–Tal vez la gente de la Gendarmería me denunció por andar con la camioneta Ram, no lo sé. Tal vez me miraron como un loquito que anda en una camioneta rara y pensaron que podía tener algo que ver. Yo no tengo nada que ver. Of course no soy narco ni asesino. Soy pendejo (tiene 38 años) y fanfarrón. Eso sí. Alguien que tiene algo que ocultar no anda en una camioneta Ram. Pero, bueno, el lunes le diré todo esto al juez y se lo probaré con documentos, mails y lo que sea. No le digo que estoy tranquilo, porque parece que me voy a comer unos días preso. Y yo nunca estuve preso, salvo aquella noche en una oficina de la Policía Federal. Me da cierto miedo, pero tengo que ponerle pecho a esto.
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