Lun 08.12.2008

EL PAíS  › LAS TRANSFORMACIONES DE LA POLíTICA A 25 AñOS DE LA RECUPERACIóN DE LA DEMOCRACIA

“Domina una mirada en clave corrupción”

En esta entrevista, el sociólogo Gabriel Vommaro analiza los procesos de mediatización de la política y la introducción de las encuestas de opinión, junto a la aparición de los indecisos. “Desde los ’90, toda la política se piensa en términos de la caja”, advierte.

› Por Javier Lorca

“El pueblo” dejó de ser el sujeto de la política y fue reemplazado por “la gente”, con dos figuras protagónicas: el indeciso y el independiente. Sus escenarios privilegiados dejaron de ser las plazas y los estadios y pasaron a ser las pantallas de TV o Internet –hasta que, con la crisis de 2001 y el conflicto rural de 2008, la calle volvió a politizarse–. Se afianzaron el marketing político y las encuestas de opinión. Y una mirada moralizante de la política se tornó hegemónica. Los 25 años de la democracia enmarcaron una profunda transformación de las prácticas y las formas de comunicación e interpretación de la política. En esta entrevista, el sociólogo e investigador Gabriel Vommaro analiza estos procesos, a los que acaba de dedicarles dos libros: Lo que quiere la gente (Prometeo) y Mejor que decir es mostrar (Biblioteca Nacional-UNGS).

–¿Qué cambios se generan en el espacio de la política a partir de la recuperación de la democracia?

–Principalmente, se produce una transformación de las formas de percepción y actuación política. En primer lugar, la aparición de la idea de la incertidumbre política. La derrota del peronismo por primera vez en su historia constituye una novedad: si el peronismo también puede perder elecciones, aparece la idea de que ya no hay mayorías naturales en la política argentina. En segundo lugar, si ya no hay mayorías naturales, la relación de las personas con la política también cambia. Y van más rápido las percepciones de esas tendencias de cambio que los cambios concretos: por ejemplo, se puede ver una estabilidad mucho mayor en el voto, en los años ’80, que lo que ya mostraban los discursos de incertidumbre política. Esta nueva idea de incertidumbre aparece condensada en dos figuras, el independiente y el indeciso. Sobre todo, en el segundo.

–¿Qué implica “el indeciso”?

–Es una categoría muy difusa y heterogénea, puede ser muchas cosas: alguien que no sabe por quién va a votar, alguien al que no le interesan las elecciones. Más allá de su imprecisión, esta figura condensó la percepción de esa incertidumbre. Fuera del momento electoral, su correlato es el independiente: aquel que no se casa con ningún partido, ni tiene pertenencias identitarias estables. Las dos figuras aparecen como nuevas realidades y, al mismo tiempo, como horizontes normativos: es decir, se dice que es bueno que haya más indecisos, es bueno que haya más independientes, porque eso significa que las personas razonan más. Algo completamente discutible, que venía de la tradición del antiperonismo –junto a la idea de que había una especie de masa informe que sin razonar seguía al líder–, pero que tuvo mucho peso.

–¿Qué ocurre con las prácticas políticas?

–A partir de los ’80, a medida que se produce un enfriamiento de la efervescencia política, cuando entran en crisis el alfonsinismo y, más tarde, la identidad peronista –cuando Menem da un giro copernicano en el PJ–, la aparición de nuevos partidos sin base territorial definida transforma la relación de las personas con la política. Aparecen nuevos dispositivos electorales, una relación menos escenificada en términos de gran estadio o gran plaza, menos masiva y más pensada en función de los medios de comunicación. Como han dicho Oscar Landi y otros, los medios dejan de ser un medio y pasan a ser una escena política. Se producen hechos políticos en los medios y para los medios. Los medios de comunicación pasan a ser un fin de la actividad política.

–¿Cómo entran y se instalan en esa escena las encuestas de opinión?

–Las encuestas como técnica existían en Argentina, y en el mundo, desde principios del siglo XX. Pero, al margen de algunas experiencias aisladas, su entrada en la política se dio en esa coyuntura particular de transformaciones desde 1983. Hasta ese momento eran otros los elementos que permitían conocer lo que ocurría en la política: la participación en actos políticos, las afiliaciones a los partidos, el peso de la historia. Progresivamente, estos elementos dejan de funcionar como indicadores dominantes y se suma el rol de los propios expertos en opinión. Los padres fundadores de las encuestas habían acumulado cierto saber sobre cómo hacer los sondeos e hicieron un trabajo importante de convencimiento sobre los políticos y los periodistas, los convencieron de la utilidad de las encuestas como indicadores que permiten conocer la política.

–¿Cómo se introduce entonces el marketing en la política?

–Si uno cree que las encuestas son útiles porque no se pueden conocer de otro modo las preferencias de voto –porque las redes partidarias están debilitadas, porque no hay partidos capaces de auscultar las opiniones–, también cree que debe hablarles a sus potenciales electores a través de los medios y, además, cree que es bueno medir. Así se incorpora todo lo que tiene que ver con la publicidad de la política, en la TV y después en Internet. También cambian las formas no mediáticas de la política, el proselitismo, los actos. Aparecen la caravana y otras formas más vistosas, con colores, cotillón, formas más atractivas pensadas para los medios. Cuando uno ve los últimos cierres de campaña, de Cristina o de Macri, son verdaderas puestas en escena. La elaboración de esto tiene que ver con una expertise que busca impactar en ese electorado que no se sabe muy bien qué piensa y qué quiere, un electorado cambiante e indeciso.

–¿Cómo construyeron su legitimidad los encuestadores?

–En sus primeras generaciones, los encuestadores eran militantes políticos, básicamente radicales o peronistas. Esa entrada les fue muy útil para convencer a los dirigentes partidarios de que las encuestas les podían servir. En segundo lugar, con las elecciones de 1983 produjeron un efecto de demostración muy fuerte, los encuestadores pudieron ofrecer una serie de explicaciones sobre lo que había cambiado en el país. Ante cualquier sacudón de la historia, tener explicaciones no es poco. Y ellos pudieron ofrecerlo. En tercer lugar, hicieron un trabajo muy importante con los medios, fueron entrenando a los diarios y la TV en la idea de que las encuestas eran periodísticamente un producto potable, una buena noticia. En un contexto de transformación de los medios en la Argentina –que pasan a ser grandes empresas privadas, multimedios–, esto se presentó como un elemento “no politizado” que les permitió decir a los periodistas “acá está lo que quiere la gente”, “no hablo yo –Mariano Grondona o quien fuera–, sino que habla la gente”.

–En esa nueva escena de la comunicación, ¿cómo interaccionan los encuestadores, los periodistas y los políticos?

–Las encuestas se convierten en un importante producto mediático, como parte de un proceso que se da a la vez en el mundo de los expertos, los políticos y los medios. Lo interesante es cómo se combina la lógica político ciudadana con la lógica del rating. Son dos formas de cuantificación muy articulables. Uno puede decir simultáneamente: ganan plata porque tienen mucho rating y tienen mucho rating porque hacen lo que la gente quiere. Es una lógica muy poderosa, muy difícil de romper y, de hecho, es la lógica que funciona. Las encuestas empezaron a servir como sostén objetivo de una relativa independencia de los medios respecto de la política. En la escena mediática de los ’90 pasaban cosas que repercutían sobre la política: la Alianza se anunció en el programa de Grondona, Menem cerró su campaña con Tinelli y con Neustadt. En esos programas se veía una lógica tripartita: el periodista convoca al encuestador para que una voz objetiva diga qué sucede en la política, quién gana y quién pierde, qué medidas son más o menos populares. El encuestador, además de dar porcentajes, quiere opinar, ser un analista, porque es un operador simbólico. Ahí se da una tensión, mucho mayor cuando a la escena se suman los políticos, con sus propias interpretaciones. Lo que siempre queda claro es que hay tres posiciones consolidadas y las encuestas como objeto de disputa.

–¿Qué cambios se produjeron en el campo de la comunicación política con la crisis de 2001?

–Entre 2001 y 2003 se produjo una crisis del espacio de la comunicación política, primero por su desborde por la calle, con formas de politicidad que no eran mediáticas. También hubo una fuerte impugnación a cómo los medios tratan ciertos hechos, reclamos de que los medios transmitieran no solamente la política mediática. Otro punto fundamental es que se habían roto algunos principios del juego político, la creencia de que hay personas que pueden hablar en nombre de otros, el principio de la representación. Después de esa crisis, se produjo un juego solidario entre los políticos, los periodistas y los expertos para recomponer las condiciones de posibilidad del juego de la política: “vuelvan a votar, el ‘que se vayan todos’ no sirve para nada, hay que hacer un recambio político pero la política no es mala”. Desde los medios aparece esta forma de solidaridad con la política.

–¿Qué se modificó en este espacio político comunicacional con el ascenso del kirchnerismo?

–Pos 2001 vuelve la movilización, como forma de objetivación política no estadística. En el conflicto con el campo, este año, fue muy importante ver quién llevaba más gente. Esto de alguna forma compite con las encuestas. A la vez, Kirchner era un presidente surgido con legitimidad muy débil y que se apoyaba en su buena imagen. Ahí no hay una ruptura con el instrumento de las encuestas. Pero, en el vínculo con los medios, la decisión de Kirchner de no ir a la tele y no dar conferencias de prensa rompe con que el formato único que imponen los medios, el de hablar poco y canchero, “dar bien en cámara”. También produce un reordenamiento, dice “yo construyo la escena, ustedes vengan y filmen esto, yo marco los tiempos y digo lo que quiero”. Todo esto es productivo, pluraliza las formas de la política. Al mismo tiempo, hubo aspectos negativos. En estos años nunca se cuestionó la estructura de propiedad de los medios, algo fundamental para pensar esta lógica comercial y política. Además, esa distancia entre el kirchnerismo y los medios potenció una mirada alejada de lo político y, por lo tanto, fomentó esta clave moral-moralizante de la política, que hoy es tan fuerte. La mirada dominante de la política, desde los medios, ha sido crecientemente la mirada en clave corrupción. Desde los ‘90 para acá, toda la política se piensa en términos de la caja, la chequera. No es que uno piense que los políticos se mueven por altruismo, pero hay otras cuestiones, hay otro tipo de intereses que no son solamente espurios. Esta mirada, que se consolidó fuertemente en los últimos años, tiende a empobrecer los debates políticos.

–Bajo el menemismo, el progresismo adhirió a ese discurso, porque le resultaba funcional para enfrentar a un enemigo político.

–El menemismo produjo una alianza, justamente, entre un discurso progre y un discurso de centroderecha, moralizador por cosas diferentes, que se amalgamó muy bien y formalizó esa idea de que el menemismo era malo porque el presidente andaba en una Ferrari o bailaba con una odalisca. Un discurso muy pobre y muy sesgado.

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