Lun 30.03.2009

EL PAíS  › OPINIóN

Melodías, voces y orquestas

› Por María Graciela Rodríguez *

La escena transcurre apenas iniciada la década del ’90 en los pasillos de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, cuando la carrera de Ciencias de la Comunicación todavía funcionaba en el edificio de Marcelo T. de Alvear y Uriburu. Cada vez que alguien salía del aula donde se estaban tomando exámenes finales, la bandada de quienes estábamos esperando afuera lo acosábamos: “¿Qué te preguntaron? ¿Qué te preguntaron?”. Invariablemente el asediado respondía: “Una sola cosa: me preguntaron por la modificación del artículo 45” (de la Ley de Radiodifusión). “¿Nada más?”, repetíamos incrédulos. Y efectivamente, los integrantes de la mesa hacían una sola pregunta: ésa. Parecía demasiado fácil. Era evidente que detrás de la estrategia de evaluación del conocimiento elegida había otra intención. Tardé algunos años en darme cuenta de que, en verdad, la entonces titular de la materia, Margarita Graziano, ya vislumbraba el escenario mediático que la modificación de ese artículo habilitaba, y que así pretendía, con esa única pregunta, que todos los que algún día seríamos licenciados en Comunicación nunca lo olvidáramos. La medida, la de Margarita quiero decir, fue efectiva, y sus efectos perduran más allá de su desaparición física.

Pasaron dos décadas desde que se modificó el artículo 45 y todos los años comienzo mis clases recordándoselo a mis propios estudiantes. Les digo también que nos han hecho creer que la “cultura”, defínase como se defina, tendría una existencia autónoma en la levedad del mundo de las ideas. No obstante, les digo, la cultura no puede ser comprendida despegada de las condiciones materiales de existencia. Y en el caso específico de la cultura mediática, objeto privilegiado de las ciencias de la comunicación, entre estas condiciones están los horizontes que permite/restringe la ley. De lo cual se desprende que, entonces, podríamos llenar páginas, sitios web, conferencias, espacios de radio, e incluso aulas de docencia, con críticas a Tinelli y sus shows, a la televisión autorreferencial, al desvergonzado “Mandá 3030 a Gatitas y recibí en tu celular...”, al lenguaje degradado, y a otras lindezas por el estilo de la cultura mediática, y, sin embargo, no habremos hecho mucho con ello por cambiar las condiciones. La crítica a la cultura mediática requiere pensarse también desde las condiciones que la hacen posible. Porque, defínase como se defina, la cultura no corre por carriles autónomos respecto de ellas.

El problema no son los medios en sí mismos, ni siquiera los medios comerciales, cuya lógica de la ganancia va por delante de otras lógicas. El problema es que la concentración de los medios en empresas comerciales opacó otras voces que podrían oírse si tuvieran acceso a las licencias. Sería, acaso, una melodía distinta la que escucharíamos todos los días, si la ley permitiera que estas voces tuvieran un espacio. Y más que una melodía monolítica, sería una armonía plural, donde las voces ocuparían diversos lugares. Si fuera así, muchos términosfetiche dejarían de tener un sentido unívoco; la inseguridad, sin ir más lejos, tendría significados distintos según quién la emitiera: ¿”inseguridad” porque nadie los protege cuando bajan de sus 4x4? ¿O “inseguridad” porque no saben con certeza si van a poder seguir yendo a la escuela, o comer, o conseguir trabajo mañana, o salir vivas de un aborto clandestino?

Otras voces. Maravillosa metáfora usada en los ’80, cuando todavía era posible imaginar un mundo plural.

El artículo 45 de la ley de la dictadura impedía que los propietarios de medios gráficos accedieran a licencias de medios electrónicos. Fue modificado en democracia, y fue la misma democracia la que recibió un golpe que sólo algunos previeron como letal. El debate que nos espera no es un debate sencillo, porque el asunto es que los actores que fueron beneficiados por esa modificación, los grupos multimedios (fundamental pero no solamente el que compone Clarín-TN-Radio Mitre), son también aquellos encargados de poner en la arena de la opinión pública los argumentos destinados a producir un debate sobre la propia ley. ¿Hace falta terminar estos párrafos alertando sobre la necesidad de debatir la necesidad de una nueva ley oficial sobre servicios audiovisuales de comunicación?

* Doctora en Ciencias Sociales, docente Unsam y UBA.

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