EL PAíS › ENTREVISTA A EDUARDO HECKER, TITULAR DE LA COMISIóN NACIONAL DE VALORES
El funcionario celebró que en la cumbre del G-20 se haya reconocido el fracaso del Consenso de Washington, pero sostuvo que es necesario discutir con qué se lo reemplazará. Además, insistió con la necesidad de impulsar una reforma integral del FMI.
› Por Sebastián Premici
Los países del G-20 acordaron durante la última cumbre realizada la semana pasada en Londres adoptar las medidas necesarias para restablecer el crecimiento mundial. En concreto, los gobiernos deberían inyectar 5000 millones de dólares hasta 2010 y triplicar en lo inmediato el capital del FMI. Una vez que se concreten los aportes, el Fondo pasará a administrar 750.000 millones de dólares. Esta fue una de las principales peticiones de los Estados Unidos. El segundo punto acordado fue la necesidad de avanzar en una reforma de los organismos financieros y la regulación de los mercados. Antes del comienzo de la cumbre, se esperaba que de las deliberaciones saliera una nueva organización dentro FMI, algo que no ocurrió. Eduardo Hecker, titular de la Comisión Nacional de Valores, analizó en una entrevista con Página/12 los pormenores de la cumbre y los desafíos pendientes en torno a la modificación de la estructura de poder dentro del Fondo. También resaltó la posición argentina y el nuevo rol de China en el concierto mundial.
–Los presidentes de los países desarrollados coincidieron en remarcar que a partir de la cumbre del G-20 “un nuevo orden mundial está surgiendo”. ¿Cuál es su opinión al respecto?
–Creo que habría que enfocar el tema desde otro lado. Esta cumbre marcó que las crisis internacionales tienen que encararse de otra forma. También fue un golpe a la idea imperante del Consenso de Washington y a la política que privilegiaba la falta de regulación sobre los mercados financieros. Lo que dejó esta crisis económica, y por ende la cumbre del G-20, es la necesidad de encarar mayores y mejores regulaciones del sistema financiero. Empieza a despuntar, al menos en términos enunciativos, una visión más amplia sobre los países emergentes, donde deja de privilegiarse la típica receta de ajustes de los últimos años.
–El primer ministro británico, Gordon Brown, señaló que el Consenso de Washington había terminado. Si esto fuese así, ¿qué viene después?
–Es impresionante que Brown diga que lo que fue hasta ahora una especie de Biblia que contenía el manual para aplicar políticas macroeconómicas estándares haya desaparecido. Sin embargo, en cierta manera es importante que desde un lugar de alto nivel se reconozca que hubo una falencia en todos estos años –errores que Argentina y otro países latinoamericanos sufrieron mucho– porque desenmascara la necesidad de construir nuevos acuerdos. Detrás de las palabras de Brown hay mucho por hacer y decir, todavía no queda claro cuál es el próximo acuerdo, si incluirá a todos los países o sólo a los más desarrollados. Fracasó el Consenso de Washington pero también quedó a la vista la falta de otros consensos.
–Previo a la cumbre se hablaba de la necesidad de reformular la arquitectura del sistema financiero. ¿Qué ocurrió luego de las deliberaciones?
–Todavía estamos en el plano de los enunciados. Los países acordaron que inyectarán cinco billones de dólares de aquí a 2010, algo que estaba dentro de lo previsto. Todavía hay una distancia entre los mayores fondos para el mercado y un cambio profundo de la estructura financiera global. La regulación financiera quedó pendiente, no hubo avances en este sentido, salvo por la mención hacia los paraísos fiscales. Sin embargo, es relevante que se los haya mencionado ya que muchos paraísos son funcionales a los países desarrollados, como Estados Unidos y Gran Bretaña y a las multinacionales pertenecientes a esas naciones. No es un juego de inocentes.
–¿Volvió a resurgir el FMI, como aseveró su director Strauss- Khan?
–El G-20 acordó fortalecer la capacidad financiera del Fondo pero no está claro para qué se utilizará ese dinero, nada se dijo si esa plata será para evitar crisis en las balanzas de pagos, o si se apuntará a generar fortalezas macroeconómicas. Tampoco quedan claros de los límites y las condicionalidades, que es algo de lo que se habló mucho antes de la cumbre. Evidentemente, es necesaria una revisión más global del FMI, hay que revisar su responsabilidad en la actual crisis económica o su incapacidad para actuar en este tipo de problemas. Hay que apuntar a una reforma más profunda e incluso modificar los lugares de poder dentro del organismo.
–Estados Unidos tiene poder de veto total en el organismo y a partir de la triplicación de su capital, parece que el gran ganador es Barack Obama en detrimento de una mayor reforma dentro del Fondo, algo que era solicitado por los países emergentes y la Unión Europea.
–Puede ser, pero ya existen conceptos que dejaron de esconderse. Entre todos los participantes del G-20 quedó sonando la reformulación del sistema de voto dentro del organismo y una modificación de las cuotas de participación de los países emergentes. Quedó instalado que Brasil, China e incluso Argentina deberían tener una mayor capacidad de control sobre las decisiones del Fondo. También quedó en el aire la necesidad de pensar nuevos sistemas de gobierno por fuera de las cuotas que aportan cada uno de los países. Tarde o temprano, creo que se avanzará en las modificaciones sobre las condicionalidades del organismo en función de la nueva realidad mundial.
–A pesar de este nuevo contexto internacional, el dólar sigue siendo la divisa fuerte. ¿Cree que habría que avanzar hacia una nueva moneda, como propone China?
–Esta crisis puso al descubierto el riesgo de los desequilibrios entre las paridades cambiarias, lo que significaría el desarme del acuerdo original de Bretton Woods. Sin embargo, lo paradójico es que el dólar se está revaluando frente a todas las monedas, sobre todo teniendo en cuenta que Estados Unidos cuenta con un déficit fiscal del 12,5 por ciento y un déficit de la cuenta corriente cercano al 8 por ciento. Por eso es paradójico que siga siendo la gran aspiradora de dólares. Obama aseguró que iba a reducir a la mitad ambos déficit en tres años. Pero no está claro cómo lo hará. Si uno mirara la macroeconomía por fuera de cualquier significado político (y eso es algo imposible de hacer) diría que un país con un fuerte déficit fiscal y comercial tiene serios conflictos con el sector externo. Pero está pasando todo lo contrario. Y acá es donde Estados Unidos saca a relucir su poder.
–¿Cuál es el la relevancia real de China en este nuevo concierto internacional?
–El problema de China es que tiene que recuperar rápidamente sus altas tasas de crecimiento. Está claro que la importancia de este país en el mundo es creciente. El mundo sabe que las decisiones de China afectan el devenir del comercio global. China ya creció, es una realidad potente, desde el comercio, por el nivel de sus reservas, por los bonos del Tesoro que tiene, por su crecimiento en todos estos años y porque puede condicionar con sus decisiones el mercado de alimentos.
–¿Cree que fue estratégico por parte de Argentina acordar una línea de “swap” por 10.200 millones de dólares?
–Argentina tomó como prioritario, primero por necesidad y luego por una decisión política, la reestructuración de su deuda sin tener que recurrir a los mercados financieros internacionales. Para el país, tener una menor dependencia con los organismos internacionales significa ganar independencia para elaborar sus políticas económicas.
–¿Cómo quedó parada la Argentina luego de la cumbre del G-20?
–Es importante que el país participe de estas reuniones. Hay cuestiones que Argentina fue desarrollando dentro de su política económica –duramente cuestionadas en los últimos años– pero que a la luz de cómo están actuando algunos países del Primer Mundo, cobraron mayor sentido.
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