EL PAíS › SOBRE ALFONSIN, LOS INTELECTUALES, EL COOPERATIVISMO Y LA COMUNICACION
Por Héctor Polino *
El doctor Raúl Alfonsín creó la Secretaría de Estado de Acción Cooperativa de la Nación y designó a un socialista al frente de la misma. Todo el movimiento cooperativo reconoce que con Alfonsín hubo un antes y un después en lo que se refiere al apoyo brindado desde el Estado al cooperativismo argentino.
Participó haciendo uso de la palabra en todos los actos públicos llevados a cabo el primer sábado de cada año, organizados por Coninagro y Cooperar, en conmemoración del día internacional de la cooperación. Apoyó la enseñanza del cooperativismo en todos los niveles de la educación y promovió el cooperativismo escolar, como una nueva herramienta pedagógica para formar a la niñez y a la juventud en la práctica de nuevos valores auténticamente democráticos, participativos y solidarios.
El 5 de diciembre de 2008, la Confederación Cooperativa de la República Argentina (Cooperar) organizó varias mesas redondas para tratar el tema: “Los medios de comunicación y el cooperativismo en 25 años de vida democrática”. Habiendo sido invitado Alfonsín para hacer uso de la palabra en el acto de apertura y como su estado de salud le impidió concurrir, envió una nota dirigida al presidente de Cooperar, Juan Carlos Fissore, cuyo texto transcribiré, porque fija una posición clara y terminante en relación con la ley de Radiodifusión de la época de la dictadura militar:
“Esta vez les voy a fallar y no estaré presente en este acto del cooperativismo. Lo lamento mucho porque, como ustedes saben, siempre he tenido una especial preocupación por la labor que desempeñan estas instituciones. Como ustedes recordarán, en los inicios de mi gestión como presidente de la Nación, en el año 1984, envié un proyecto de ley a la Cámara de Diputados de la Nación para que se modificara la ley 22.285, del año 1980, que discriminaba a las cooperativas para hacer radio y televisión. Mi intención era terminar con esa injusticia nacida en los años de la dictadura militar. Si bien no logré el objetivo anhelado, estoy seguro de que en algún momento se podrá llegar a resolver favorablemente esa discriminación que castiga al movimiento cooperativo. A lo largo de los años, con los cambios de gestión en el ejercicio de gobierno, a veces se avanza y otras se retrocede. Recuerdo con orgullo la creación de la Secretaría de Estado de Acción Cooperativa de la Nación. Creo que fue un acto de justicia que hacía honor a los largos años de lucha que ustedes llevaban a cabo. Lamentablemente, tiempo después se le quitó el lugar que ocupaba y se desjerarquizó a la Secretaría para que fuera nuevamente instituto. Pero la historia, como bien sabemos, no se detiene. Y estoy seguro de que gracias a la labor que ustedes desarrollan, al esfuerzo y a la lucha permanente, en algún momento lograremos recuperar aquella Secretaría que tan bien funcionó de la mano de nuestro amigo, el doctor Héctor Polino. En los vaivenes de la historia de nuestro país finalmente triunfarán las causas justas. Lamentando nuevamente no poder estar junto a mis amigos, les envío mi solidaridad y mi admiración por ese espíritu de lucha que siembre los ha animado. Un fuerte abrazo, Raúl Alfonsín”.
Su desaparición significa una profunda pérdida para el país y en particular para los integrantes del sector de la economía social, sin fines de lucro, de carácter solidaria, constituido fundamentalmente por las cooperativas y mutuales. Su nombre resonará en cada jornada, en cada acto importante del movimiento solidario, y también estará en el corazón de millones de argentinos que recuerdan su honestidad, su valentía, su coherencia y consecuencia a lo largo de toda la vida.
* Ex secretario de Acción Cooperativa de la Nación, ex diputado nacional.
Por Diego Tatián *
Hay un cierto periodismo amarillo con veleidades intelectuales que profesa un odio visceral, epiléptico casi, por todo trabajo con las palabras renuente al inmediatismo ignorante con el que los grandes medios estropean la opinión pública. Es el caso del número de Noticias del 28 de marzo, cuyo estilo semeja de manera escalofriante el formato de la delación que adoptara la prensa servil durante la última dictadura: “Cómo funciona la usina ideológica del Gobierno”, es la leyenda, acompañada por la foto de cinco intelectuales como si de delincuentes se tratara (uno de ellos, David Viñas, ni siquiera participa de Carta Abierta, objeto de la nota). El amarillismo con veleidades intelectuales odia lo que no llega a entender, y no sólo en lo que a las ideas se refiere; no alcanza a entender, sobre todo, que un grupo de artistas, profesores universitarios, intelectuales y ciudadanos sin más haya decidido, no apoyar a un gobierno como tal, sino acompañar por considerarlas justas algunas importantes medidas de gobierno –sin dejar de criticar otras– que afectan los intereses de los dueños de todo, bajo la convicción de que la democracia es el instrumento idóneo para construir una sociedad menos injusta y bajo la convicción de que esas medidas están en consonancia con el excepcional momento político latinoamericano actual. Esos mismos periodistas, que cobran de a miles por sus conferencias y por cada cosa que hacen –lo que no está mal, es su trabajo–, no pueden, no alcanzan a entender la existencia de gente que simplemente se compromete y escribe lo que piensa sin estar financiada. La sola posibilidad de que tal cosa ocurra escapa al radio de inteligibilidad del periodismo al servicio de los grandes media.
A juzgar por un artículo –canchero, sobrador, irrespetuoso– aparecido el 4 de abril en La Voz del Interior, el “profesor e investigador en Ciencia Política de la Universidad Empresarial Siglo XXI” Claudio Fantini, leyó la revista Noticias. Y tres o cuatro días después hizo un refrito para La Voz..., pero introdujo un añadido con el que aún no contaban los periodistas que Fontevecchia mandó a infiltrarse en la asamblea de Carta Abierta: el cuerpo muerto de Alfonsín. En contraste con la sobria emoción que le tributó el pueblo argentino, y como la exacta contracara de la nobleza con la que el ex presidente fuera homenajeado en vida y tratado tras su muerte por la presidenta Cristina Fernández, era de prever que comenzaría el lucro con su cuerpo apenas sepulto por quienes no se arredran ante nada para desacreditar al adversario, al que piensa distinto, o simplemente al que no entienden.
Me pregunto de dónde habrá sacado el investigador de la Universidad Empresarial que aquellos a quienes vaga y despectivamente llama “intelectuales oficialistas” “colocarían a Raúl Alfonsín en la derecha”. El potencial irresponsable anticipa desde la bajada que va a decirse cualquier cosa, y en su núcleo temerario (“los intelectuales oficialistas colocarían a Alfonsín a la derecha”) es desmentido apenas un día después (el pasado domingo) por el artículo de Horacio González en Página/12, capaz de pensar por encima de esa pobreza dicotómica.
Alfonsín ha sido uno de los grandes demócratas de este país, que con su lucha por la recuperación de las libertades civiles inició la larga marcha de la democracia argentina que, tras la interrupción menemista, es retomada ahora en su dimensión más riesgosa: la necesidad, la obligación tantas veces postergada, de construir una democracia económica. En lo esencial, la actual obra de gobierno continúa la de Alfonsín, y se enfrenta a poderes que son los mismos: da algo de asquito ver a Biolcati sobreactuando compunción en el sepelio de quien contribuyó a derrocar (no debemos olvidar que Alfonsín padeció un golpe de Estado que lo obligó a adelantar la entrega de mando por los mismos poderes que buscan hacer lo propio con la actual Presidenta; ni debemos olvidar que Alfonsín les dijo “fascistas” en la cara a los patrones rurales mientras lo silbaban). Y esto es así, entre otras cosas, porque Alfonsín jamás descuidó la importancia de las ideas para la política.
Una de las grandes piezas oratorias de la política argentina contemporánea, el discurso que Alfonsín leyera en Parque Norte el 1° de diciembre de 1985, fue redactada por Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ipola, en contigüidad con otros intelectuales del Club de Cultura Socialista, a los que en coherencia consigo mismo el profesor Fantini habría mandado a comer lentejas. Momento excepcional, sin embargo, que registra una de las pocas alianzas entre pensamiento y política, de las que este país no es pródigo, y que constituye el antecedente más nítido con la actual experiencia de Carta Abierta.
La sensibilidad por las ideas y el respeto por quienes trabajan con ellas por parte de Alfonsín, y ahora de Cristina, es la exacta contracara del radicalismo y el peronismo de Córdoba –por no hablar de lo otro–, cuyo desprecio hacia el mundo intelectual es connatural al concepto de que la política se mide en metros de cemento. Así nos va. Aunque quienes tenemos memoria recordamos que cuando Angeloz era “rey” y señor de esta provincia no carecía de escribientes, que no desayunaban precisamente con lentejas; y recordamos también pretenciosas y megalómanas revistas que pretendían propinarnos desde el poder un relato presuntamente cultural, en tamaño desmesurado, inversamente proporcional a su interés. A lo mejor Fantini consideraría este un caso de oficialismo “desinteresado”. En efecto, “cuando inspira y orienta desinteresadamente el poder –somos ahora pedagógicamente aleccionados–, el aporte intelectual es valioso y digno; pero cuando es sólo un instrumento más del liderazgo... se trata de una labor indigna y miserable”. Claudio Fantini se permite así sugerir que intelectuales y artistas como Nicolás Casullo, Adriana Puiggrós, Horacio González, Daniel Santoro, Tristán Bauer, Ricardo Forster, Daniel Freidenberg, Tito Cossa, el propio Enrique Lacolla y muchísimos otros que sería demasiado largo mencionar aquí, estarían envueltos en esa indignidad y miseria. ¿No será mucho –como escribió la sátira de La piedra en el zapato que se divertía con la presentación que Fantini hace de sí en su página web–?
La antigua tarea de pensar la política –que nada tiene que ver con espetar nombres de tiranos africanos de cinco apellidos (lo que los mexicanos llaman “apantallar”), rayano en el kitsch periodístico–, es pasible como ninguna otra del equívoco, en virtud de que la contingencia misma es su materia; los esfuerzos pacientes de interpretar los acontecimientos sociales e inscribirlos en un horizonte de comprensión deben estar, en su modestia y su espíritu crítico, atentos al lugar del poder. En este caso, ese lugar no está en el Gobierno, aunque hasta ahora haya sabido manejar bastante bien, sin soberbia, con prudencia, los embates de los poderosos reales contra la ejecución del contrato electoral que la gente votó mayoritariamente. El Gobierno es más bien un lugar de extrema fragilidad, que puede llegar a caer, no por lo que posterga o hace mal, sino precisamente por lo que está haciendo bien. Denunciar las fuerzas golpistas no procura hoy absolutamente ningún rédito; muy por el contrario, expone a quienes lo hacen a un odio mediático impiadoso y sin escrúpulo alguno si de difamar se trata.
Lo que hay más allá de la actual experiencia política no es un socialismo republicano respetuoso de las instituciones, como dicen los intelectuales conscientemente o no funcionales a los grandes patrones sojeros y de los dueños de la Argentina, sino una “restauración conservadora” que desandaría el poco camino recorrido hacia la democracia económica y que también haría tambalear la experiencia latinoamericana: los pueblos de Brasil, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Chile, Uruguay, Nicaragua, Venezuela, Paraguay y la Argentina, tanto como sus gobiernos, saben perfectamente bien que el destino de uno es el destino de todos.
* Profesor de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba.
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