EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Muchos de los que votan a Kirchner, si no lo hicieran, optarían por De Narváez, según algunas encuestas. Y a veces es al revés, o con las combinaciones más variadas. “Si no voto a De Narváez, voto a Sa-bbatella.” Hay candidatos que son desconocidos para la mayoría y en el caso de Alfonsín, muchos no entienden si se trata del padre. Una parte importante de los encuestados no sabe qué se vota el 28 de junio y creen que las retenciones son un problema intestinal. Las listas con artistas y deportistas, las candidaturas testimoniales o los cambios de jurisdicción o el uso de apellidos engañosos y todos los recursos y gambetas con los que se arman las listas de todos los partidos no son invento de los políticos –y ninguno tiene autoridad para acusar al otro–, sino que obedecen a la realidad de una sociedad en un estadio casi pre-político que tiene consecuencias institucionales dolorosas y que tiende a degradar más esa precariedad en el círculo vicioso del huevo y la gallina.
Ese estadio políticamente virginal favorece siempre a la derecha porque la masa pasiva y desinteresada resulta más vulnerable a las fabulosas campañas de publicidad y los bombardeos mediáticos. Hasta a un gobierno le resulta difícil llegar a ella con hechos concretos, que siempre son menos lujosos que los hechos y promesas virtuales adornados con espejismos y falsos estrenos.
En ese punto, el panradicalismo que se presenta en la provincia de Buenos Aires logró, por lo menos, un voto identitario, antiperonista, que agrega ese elemento por fuera de las campañas mediáticas y de publicidad. Al peronismo le resulta más difícil porque se presenta separado y lo real es que una gran parte se confunde. Otra parte importante por supuesto que no, y tiene una idea por lo menos aproximada de lo que va a votar. Los políticos se resignan a esos malentendidos (y algunos los aprovechan), piensan que las confusiones de un lado y del otro terminan por equilibrarse y generan una resultante que representa los trazos más gruesos de la realidad.
Más que algún político, un supermediático con las antenas más entrenadas para detectar esos fenómenos llevó el escenario electoral a la televisión y logró que se convirtiera en un hit de campaña. Se habla más del programa de Tinelli que de lo que hacen los candidatos para convocar votos. Desde fuera de la política se inducen los comportamientos en ella, más que desde dentro de ella. Lo que es humor político grotesco, un género que siempre existió junto a la política, es tan parecido a la realidad grotesca que transmiten los medios y que es la realidad que percibe gran cantidad de personas, que termina por ser la realidad y no el viejo y legítimo grotesco.
Ese equívoco es el que genera más urticaria que el programa mismo que, por la debilidad de los otros andariveles donde debería transcurrir una elección, se transforma en una especie de programa periodístico. Y lo peor es que es parecido a un programa periodístico, y aquí el problema no es de Tinelli sino de esos espacios que en su mayoría tienden a parecer programas de humor grotesco y no periodísticos por la forma en que pontifican, parcializan y simplifican. Si el programa de Tinelli –que hace lo suyo– fuera menos parecido a esos programas y noticieros periodísticos, hubiera sido menos criticado. A los que habría que criticar en realidad es a los programas y noticieros periodísticos por hacer a la realidad más grotesca de lo que pueda ser. Ese es el trabajo de Tinelli, el de los periodistas debería ser otro.
El mismo programa de Tinelli reproduce al extremo una realidad parcial y simple que ya ha sido parcializada y simplificada por los demás espacios mediáticos. En el reparto de actitudes los personajes agresivos y violentos están todos representados en el oficialismo y hasta Alfredo De Angeli está caracterizado como una blanca paloma. Y los personajes del centroderecha como Macri o De Narváez son tan anodinos como inofensivos. Justamente por eso, desde el punto de vista del show, son más atractivos los personajes extremosos del oficialismo por lo que seguirán hasta el final en una condena eterna al borde de la expulsión. Lo cual también es una metáfora dañina de la realidad que difunden los medios. El problema está en tomarse en serio lo que está hecho como show y en hacer como show lo que debería ser en serio.
En una sociedad pobremente politizada, las encuestas hacen su propia comedia de malentendidos donde la lectura de qué es lo que se vota está mezclada en un revoleo de contenidos que muchas veces no pasa por la política. ¿Cuántos de los que votan oficialismo, realmente votan oficialismo? ¿Y los que votan oposición? La lectura del resultado final será el veredicto inapelable y significará la suerte de los candidatos y su propuesta, pero quedará la incógnita sobre la intención del voto y no solamente por la cantidad de candidaturas cruzadas en todo el país.
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