EL PAíS › OPINION
› Por Sandra Russo
Hay un meteorólogo de ojitos celestes en TN al que lo espera un probable futuro exitoso en Canal 13. No sólo porque es fluido para decir esas frases cortas y mechadas de letras y números de la meteorología, sino porque la meteorología, y es el punto, será en breve la perla negra de los noticieros.
De la querida Nadia, con su acento exótico y su sonrisa oriental al chico nuevo de TN, que es recibido como un oráculo en tono de comedia, la meteorología ha recorrido un camino ascendente invisible en materia de actualidad e interés masivo. Y aquí viene, espero que ya con el terreno preparado, la idea central de esta nota: este calor insoportable que vivimos a fines de mayo es un fenómeno meteorológico pero también político. El cambio climático se infiltra en la vida cotidiana, aunque por el momento su naturaleza política permanece camuflada por su antigua versión meteorológica.
Esto es de una importancia simbólica increíble. Si algo han logrado los poderes neoliberales –y, antes que éstos, cualquier poder opresivo– es disfrazar como natural lo que es político. No se cuestiona lo natural. Lo natural simplemente sucede. Lo natural no se construye: es. Y así, no cambia. Lo paradójico es que la naturaleza y sus vaivenes catastróficos han comenzado a ocupar el centro de la escena cuando se ha llegado a un límite de maltrato y vejación con ella, que la naturaleza verdadera, no el concepto de naturaleza que se usa en ciencias sociales, cambia violentamente. O que otra cosa es el cambio climático que una reacción feroz a una agresión feroz.
En este ascenso de la meteorología en el status interno de los noticieros se oculta y agazapa el motivo por el que desde el Foro Social Mundial, por ejemplo, se eleva al medio ambiente a una lid ya puramente política, un terreno de lucha, un campo de batalla urgente, el escenario colectivo que hay que defender ante el avance de intereses que lo poseen. Porque el cambio climático también es esto otro: el resultado del manejo del medio ambiente global al puro servicio de una nueva estrategia de acumulación de capital.
Las semillas transgénicas, la tala indiscriminada, los monocultivos, los fertilizantes tóxicos, toda la batería de abusos al medio ambiente que supone la economía globalizada y dirigida por el neoliberalismo de los países centrales están directamente relacionados con la lucha colectiva que es necesario enfrentarle. Pero esta vez es un poder global. El que atenta contra el medio ambiente, y amenaza con destinarnos sequías, inundaciones, aludes, en fin, “catástrofes naturales”, no es un poder que se pueda enfrentar país por país. Lo que se enfrenta no es un poder encarnado, sino más bien un modo de producción capitalista salvaje, la nueva versión del capitalismo salvaje, el medioambiental.
En ese paisaje hay que leer hoy a América latina. Si hablamos de modelos, en este sentido, la política exterior es, a su vez, la que tiene más peso en la resistencia que puede sostenerse frente a la forma de capital globalizado que arrasa el medio ambiente. Sugiero a los periodistas televisivos, que son los que más información pueden llevarle a la ciudadanía en tiempos preelectorales, que incluyan a la política exterior y al medio ambiente, absolutamente invisibles hasta ahora, como un tema sobre el que se expiden los candidatos. Si hablamos de modelos, hablemos.
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