EL PAíS › OPINIóN
› Por Hernán Patiño Mayer *
Hace poco en Hora Clave, el presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, y Mariano Grondona especulaban socarronamente con la posibilidad de que según fuera el resultado de las próximas elecciones, el vicepresidente Julio Cobos se hiciera cargo del gobierno. No es necesario recordar la alianza histórica entre la Rural y el golpismo y menos aún la vocación de Grondona por ser el mentor y vocero de las minorías blindadas, para descubrir en ellos la vocación destituyente. Hoy las Fuerzas Armadas son el instrumento militar de la democracia argentina y ya no más mercenarias de oscuros intereses. Pero estos personajes no cejan, ni cejarán, en su intento por recuperar el escenario perdido que no es ni la república, ni el consenso social, ni el diálogo plural, sino el control del poder económico que ven amenazado.
El episodio descripto no hace más que poner en blanco y negro lo que se juega en la Argentina en las próximas elecciones. No se trata de una simple elección legislativa más, aunque formalmente así lo sea. Se trata de detener o no, un proceso que ya insinuado a partir de 2002, se consolidó y profundizó durante la gestión de Néstor Kirchner y el casi año y medio de gobierno de Cristina Fernández. Este proceso, en lo sustancial y para no aburrir con cifras y estadísticas, consiste en el más formidable intento de transferencia de poder ensayado desde 1973 hasta la fecha. A partir del golpe del ’55, con algunas breves interrupciones, y muy especialmente a partir de 1976, con la masacre más brutal de nuestra historia, se intentó con éxito destruir la Argentina peronista y reinstalar en el poder real a las minorías que la gobernaron –con excepción del interregno yrigoyenista– entre 1852 y 1946. El gobierno de Kirchner y el actual de la Presidenta han osado desafiar, desnudar y, en algunos casos, arrebatarles poder a los dueños ocultos de la “torta argentina” amasada y horneada sobre la postergación de los trabajadores y la marginación de millones de compatriotas.
No es entonces una disputa electoral más, donde se debaten estilos o modales republicanos. No estamos invitados a una cena donde lo que se discute es la mejor o peor educación de los comensales, su manera de vestir, de sentarse, de comer o de beber. Lo que se discute en esta cena, es la distribución de la comida que pretenden decidir unos pocos mientras llenan o vacían los platos, en el ámbito siempre oculto y recoleto de la “cocina”. Entre tanto, los inquilinos legítimos de la casa, intentan –con aciertos y errores, avances y retrocesos– que a la mesa se sienten todos, que todos coman según su necesidad y disfruten de lo que en verdadera justicia les pertenece, poniendo fin a la gula de los menos saciada con el hambre de los más. No estamos optando entre el gobierno y el arcángel San Gabriel, como alguna vez dicen que dijo Raúl Scalabrini Ortiz.
Se trata nada más, pero tampoco nada menos que del esfuerzo por continuar en la recuperación del poder que las minorías expropiaron por la fuerza a las mayorías argentinas. Pero también se trata de que una vez contados los votos, seamos capaces de volcar todos los esfuerzos en el fortalecimiento de las organizaciones que expresan al movimiento popular. Porque no hay victoria que pueda defenderse ni traspié que pueda superarse, sin la más amplia participación de las organizaciones libres del pueblo.
Perón decía que “Sólo la organización vence al tiempo”, y podemos agregar nosotros: y garantiza la victoria de los pueblos. En la tarea de restituirnos el control de nuestro propio destino, no hay procesos químicamente puros. Existen los éxitos y los fracasos, los claros y los oscuros, las grandezas y las agachadas. Los únicos que no pueden faltar y flaquear son los principios, los compromisos y la voluntad de contribuir, aunque más no sea modestamente, a escribir una historia de justicia y esperanza.
* Embajador argentino en Uruguay.
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