Lun 01.06.2009

EL PAíS  › EN EL JUICIO POR LA DESAPARICIóN DE FLOREAL AVELLANEDA Y LAS TORTURAS A SU MADRE IRIS

Golpe a la defensa del represor

La coartada del ex comisario que habría torturado a Iris Avellaneda perdió un supuesto “testigo clave”. Los ex policías insisten en delegar responsabilidad en las Fuerzas Armadas: “Todos los comisarios iban a recibir instrucciones a Campo de Mayo”.

› Por Adriana Meyer

El ex policía Alberto Aneto, uno de los seis imputados en el juicio oral por el secuestro de Iris y Floreal Avellaneda, sufrió un duro revés en su estrategia defensiva. “No puede ser, es mi testigo clave”, dijo su abogada cuando no apareció Julio Celestino Insaurralde, el vendedor de quiniela con quien Aneto dice haber estado ocupado la noche en que Iris Avellaneda declaró haber sido torturada por el ex policía. En una nueva jornada del proceso que tiene, entre otros, a los genocidas Santiago Omar Riveros y Fernando Verplätsen en el banquillo de los acusados, el ex jefe de la comisaría de Munro ratificó el concepto de “control operacional de las Fuerzas Armadas sobre la Policía” y dijo que “todos los comisarios iban a recibir instrucciones a Campo de Mayo”.

El testigo Walter Polidori, propuesto por la defensa, señaló que todos estaban bajo las órdenes de Riveros, a quien definió como “el general que es causante de este juicio”. En la misma línea que otros ex policías que ya declararon, en la audiencia del viernes pasado dijo que los militares que intervinieron las comisarías después del golpe les dejaban sólo “las tareas normales de la policía” y los “detenidos normales”, mientras se reservaban las demás actividades. En ese momento, Ciro Annichiaricco, de la Secretaría de Derechos Humanos, le preguntó cuáles eran los detenidos “anormales” y Polidori respondió con un evasivo “yo nunca secuestré ni asesiné a nadie”. Sin embargo, relató que en un garaje de su comisaría encontró cuerpos sin vida, dijo que recriminó por ello a los militares y que ordenó ficharlos y darles “cristiana sepultura”. Según explicó, ese hecho lo perjudicó en su carrera policial cuando era candidato a ser el jefe de la Policía Bonaerense en tiempos de Raúl Alfonsín. La mención que hizo Polidori sobre la existencia de militares en la comisaría de Munro responde a la estrategia de la defensa de Aneto, que busca correr la escena del secuestro y tortura de Iris y Floreal “Negrito” Avellaneda de la comisaría de Villa Martelli a esa otra dependencia.

El abogado Carlos Zamorano, de la querella del Partido Comunista y la Federación Juvenil Comunista, quiso saber qué instrucciones recibían los policías en materia de la denominada por los militares “lucha antisubversiva”, pero la presidenta del tribunal, Lucila Larrandart, invalidó la pregunta al sostener que “no era parte del objeto procesal”. La magistrada rechazó todos los pedidos de reposición de las querellas, así como un pedido de la fiscalía para incorporar como prueba un informe sobre el allanamiento de la casa de los Avellaneda que fue encontrado en el Archivo de la Memoria. Tampoco admitió que se aceptara como testigo al sobreviviente Alberto Calvo.

En total, debían declarar 19 policías a pedido de la defensa, pero sólo lo hicieron nueve. De los restantes, tres fallecieron y siete no fueron notificados por “domicilio inexistente”. A Héctor Ventura Basualdo le preguntaron dónde trabajaba. “En Campo de Mayo”, respondió para sorpresa de todos. El testigo dijo haber sido custodio del imputado general Riveros y uno de sus cuatro choferes. La fiscalía y la querella quisieron saber qué tipo de instrucción recibió para hacer esa tarea. “Conocía bien la ciudad porque fui taxista, nunca hablé como militar, tomaba mate con ellos en la comandancia y cuando Riveros quería salir me avisaba. Iba a fiestas y desfiles”, contestó Basualdo, y algunos del público tuvieron que disimular la risa. A su turno, Pablo Lisandro Nieva también dijo haber sido chofer de Riveros, que salía una o dos veces por semana, que lo llevó una vez a sacarse una muela al Hospital Militar. “Todos manejaban y esperaban, toda la dictadura se la pasaron así, fue grotesco e impresentable”, definió José Schulman, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre.

La abogada Elda Berasain se sobresaltó cuando le informaron que no estaba en la sala su testigo estrella, Insaurralde, el supuesto vendedor de quiniela clandestina, a quien Aneto dice haber estado interrogando toda la noche del 15 de abril de 1976, y con quien habría compartido un sándwich de milanesa. “Bueno, lo busco el fin de semana y si lo encuentro lo traigo”, dijo la letrada, ya resignada a que había quedado frustrada parte de la coartada de su defendido. Pero no sería el único momento de tensión para Berasain. El último testigo, Rubén Combes, declaró que Aneto era el jefe de calle de la comisaría de Villa Martelli, y no un simple sumariante como viene planteando desde el principio del juicio.

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