EL PAíS
› OPINION
Construir
› Por Martín Granovsky
La elección de 1989 fue plebiscitaria. El radicalismo perdió. La de 1995 también: Carlos Menem fue premiado por la derrota de la inflación. La de 1999 marcó el hartazgo de la sociedad con Menem. ¿Y la del 2003? Salvo que Eduardo Duhalde consiga ya no la maravilla actual del estancamiento sino el paraíso de una economía que crece, será la primera elección no plebiscitaria en mucho tiempo. No se votará por aprobar al último presidente o repudiarlo sino por un modelo de sociedad o, más modestamente, por un liderazgo de reemplazo. Por eso es una buena oportunidad para lanzar programas, como hacen Elisa Carrió o la Central de Trabajadores Argentinos. No son acabados planes de gobierno pero sirven para abrir el debate político más allá de uno u otro candidato. Son útiles para discutir el rumbo cuando la Argentina ya agotó el modelo neoliberal de apertura irrestricta y la victoria de Lula en Brasil supone, a escala mundial, el desafío más importante a la lógica financiera con un candidato que en lugar de proclamar al nuevo presidente del Banco Central, anuncia antes que nada la creación de una secretaría contra el hambre.