EL PAíS › OPINIóN
› Por Fernando Melillo *
Falta menos de un mes para que libremos la, tal vez, más importante batalla electoral desde la recuperación de la democracia. Importante –no apocalíptica, tampoco fundacional– porque se libra en tres campos simultáneamente.
Esos tres campos son: primero el más evidente, mediático y obvio: el de la lucha por el poder institucional legislativo democrático. Sobre la relevancia de este campo coincidimos todos, oficialistas y opositores, con las lógicas diferencias respecto de su impacto sobre el tramo de gestión 2009-2011 y lo que se prefigura para la futura elección presidencial. Hasta aquí estaríamos frente a una elección equiparable a las del ’85, ’93, ’97, 2001, 2005 (en el ’87 y el ’91 también se eligieron gobernadores). Sin embargo, esta elección se distingue si agregamos el segundo campo de batalla: el de la confrontación de modelos económicossociales. El nuestro está claro, con hechos y con palabras desde 2003: prioriza la presencia del Estado, la producción y el empleo, la inclusión social, el sistema público previsional y de salud, el desarrollo educativo técnico y científico, la articulación regional, la multipolaridad mundial, etc. Sobre este campo de batalla con divisorias nítidas como nunca antes desde el ’83, la oposición calla: unos porque no saben lo que quieren, otros porque saben que lo que quieren es inconfesable en público. Muchos analistas y comunicadores, por complicidad o negligencia, contribuyen a la oscuridad sobre este campo, importante en cualquier país, y fundamental en uno que como el nuestro sufrió en su estructura social la secuencia nefasta de la dictadura, los años ’90 y las crisis de 2001.
Esta secuencia y su culminación nos arrima al tercer campo de batalla, el más difícil de definir, de comprender, pero que está omnipresente en el escenario público preelectoral, en las conversaciones privadas de dirigentes y militantes, en el sentimiento o el resentimiento del ciudadano de a pie, se anime o no a “participar” enviando un mensaje a alguna emisora radial. Es el campo cuya situación hoy podríamos denominar, extrapolando a Freud, como “el malestar en la cultura (política)” es el campo donde se deciden el sentido y la función de la política en nuestra sociedad. Comencemos por lo elemental: la función básica de la política es conectar los dos campos anteriores, el de la batalla por el poder institucional democrático con la opción por un determinado modelo económicosocial. En ese sentido, el pensamiento y la acción política se despliegan (con conciencia o no de ello) en dos dimensiones que podríamos caracterizar como la representativa y la pedagógica. La primera abarca desde la representación de sectores sociales a la de sistemas de ideas, valores, incluso simples prejuicios; la segunda no representa directamente sino que interpela, enseña, propone un camino, dirige, organiza para un fin, conduce.
¿Este campo de batalla estará presente el próximo 28 de junio? Creemos que sí. Como oficialistas estamos vinculando claramente la elección de bancas legislativas con la defensa y profundización de un determinado rumbo en materia de políticas públicas. Representamos intereses y sectores sociales concretos. Hacemos y proponemos un camino diferente de lo “políticamente correcto”. En este campo los opositores se dividen, por un lado, la caricatura de la dimensión representativa de la política: encuesta, marketing y costosa publicidad para decirle a “la gente” lo que quiere escuchar. Demagogia populista de derecha. Por el otro lado, la pedagogía política aristocrática: instrucción cívica para que los “pobres” no se dejen usar, apelación moral a que los “ricos” los salven. Coalición de “los mejores”.
El 28 se juega en los tres campos. A los argentinos nos falta mucho. Defendamos lo logrado con memoria y con proyecto. Pensando.
* Subsecretario de Coordinación de Políticas Ambientales de la Nación.
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