Dom 07.06.2009

EL PAíS  › OPINION

El Gran Hermano Orwell

› Por Mario Goloboff *

Eric Arthur Blair, hijo de un administrador del Departamento de Opio en Motihari, India, por entonces colonia británica, nació en 1903. Cursó toda la escolaridad en Inglaterra, muchas veces como becario, ya que su condición económica no lo hubiera permitido. Imposibilitado de obtener una beca universitaria, se incorporó a la Policía Imperial India en Birmania. Hasta que en 1928 volvió a Inglaterra, atesorando una vasta experiencia y un odio visceral contra el imperialismo inglés que lo acompañaría durante toda su vida, de lo que dan brillante testimonio textos célebres como Burmese Days (Los días de Birmania, 1934) o Shooting an Elephant (Disparando a un elefante, 1936).

Pasó algún tiempo en la indigencia, hizo todo tipo de trabajos manuales e intelectuales, hasta que debió abandonar un puesto de maestro de escuela por razones de salud y, mientras escribía notas para ganarse la vida en el New Adelphi, se convirtió en George Orwell, a fin de evitar problemas laborales y familiares, y acaso porque el río Orwell, en Suffolk, era uno de los lugares más emblemáticos para muchos poetas ingleses.

Imbuido ya de las ideas socialistas y libertarias, se lanzó a Barcelona cuando el alzamiento “nacional”, para luchar por la defensa de la República durante la Guerra Civil española. Llegó en diciembre de 1936 y fue asignado como miliciano al antiestalinista POUM. De esa voluntaria participación queda su Homenaje a Cataluña, hermoso testimonio de un combate utópico donde primó el heroísmo, la escasez de medios, la ausencia de estructuras y los rencores recíprocos entre las diferentes fuerzas del antifranquismo: “Yo había venido a España con la vaga idea de escribir notas periodísticas, pero me uní a las columnas casi inmediatamente, porque en ese momento y en ese clima parecía inconcebible hacer otra cosa. /.../ Era la primera vez en mi vida que estaba en una ciudad en la que la clase obrera había asumido el poder. Prácticamente todos los edificios, de cualquier tamaño que fueran, habían sido tomados por los obreros y cubiertos con banderas rojas o la roja y negra de los anarquistas; todas las paredes estaban pintadas con la hoz y el martillo y con las siglas de los partidos revolucionarios; casi todas las iglesias habían sido destripadas y sus imágenes quemadas. Aquí y allá, eran sistemáticamente demolidas por grupos de obreros. Cada negocio y café tenía una inscripción anunciando que había sido colectivizado; hasta los lustrabotas habían sido colectivizados y sus cajas de lustrar pintadas de rojo y negro. Los camareros y sus ayudantes lo miraban a uno a la cara y le hablaban de igual a igual. Las formas de trato serviles y aun las ceremoniosas habían desaparecido temporalmente. Nadie decía ‘Señor’ o ‘Don’ o siquiera ‘Usted’; todos llamaban a los otros ‘Camarada’ y ‘Tú’, y en lugar de ‘Buenos días’ decían ‘Salud’”.

A su regreso a Gran Bretaña, se ganó la vida escribiendo reseñas de libros para el New English Weekly. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para el Servicio Oriental de la BBC en programas dirigidos a obtener el apoyo de la India y del Este asiático a los aliados. Pasó luego a convertirse en columnista y editor literario de Tribune, una revista semanal de izquierda. Los últimos años de su vida transcurrieron entre reyertas políticas y hospitales. Alcanzó a pedir que se lo enterrara según el rito anglicano. Falleció en 1950. Sus restos yacen en Oxfordshire.

Amigo y mentor de maestros (Herbert Read, Arthur Miller, Stephen Spender, Raymond Williams), Orwell fue una de las personalidades literarias más discutidas del siglo XX, vapuleado e injustamente tratado por las izquierdas durante los ’30 y ’40 debido a sus tomas de posición hostiles al régimen soviético. Periodista sagaz, arriesgado, autor de una vasta obra ensayística compuesta por artículos y reflexiones; verdadero pionero en el análisis del discurso político, con textos fundadores como Politics and the English Language o The Sporting Spirit; defensor de la función social de los escritores frente a las injusticias, la guerra y los fenómenos totalitarios; autor de notables ensayos anticoloniales; más conocido por sus alegóricas novelas (Rebelión en la granja y 1984) o por sus escritos sociales y políticos, vivió sacudido por los acontecimientos del siglo, sobre los que de modo abierto actuó y juzgó descarnadamente.

Ni siquiera a muchos años de su muerte la historia lo dejó en paz: una edición de The Guardian de hace poco tiempo reveló fichas de los servicios secretos británicos (MI5), desclasificadas en los National Archives, donde consta la vigilancia ejercida de 1920 a 1960 sobre las actividades de intelectuales sospechosos, entre ellos y en buen lugar el propio George Orwell. Los documentos, que incluyen detalles ridículos sobre la vigilancia ejercida, revelan el rango de los encargados y su particular torpeza para juzgar lo que observan. El Sargento Ewing, que lo monitoreaba hacia 1942, anota: “Este hombre ha avanzado en sus puntos de vista comunistas... Se viste con ropas bohemias, tanto en las horas de oficina como durante su tiempo libre”.

El Archivo “Orewell” (sic) empieza investigándolo en enero de 1929, al ofrecerse para trabajar en París como corresponsal del Workers’Life, el precursor del Daily Worker, famoso periódico “rojo”. La observación continúa en los ’30, cuando comienza a ayudar en una conocida librería de la izquierda, la Booklovers’ Corner, en Hampstead, con cuyo dueño, Francis Westrope (“conocido por sus posiciones socialistas y considerado él mismo un intelectual”), eran muy amigos.

El Archivo contiene recortes del Manchester Guardian de septiembre de 1938, donde consta que Orwell ha firmado un Manifiesto por la Paz, alentado por organizaciones de izquierda. Dos años antes, se había requerido información sobre el escritor, al haber sido visto en un acto del Partido Comunista, celebrado en Londres. Hay también otros datos del pasaporte: su conocida gran altura (“height 6ft 2ins” –“altura 6 pies 2 pulgadas”–: cerca de 1,90 metros), sus ojos grises, su pelo castaño y ... “sus tatuajes en la espalda y en ambas manos”.

Como acaba de escribir Robert Mc Croum en The Observer sobre 1984: “Probablemente, la novela definitiva del siglo XX, la historia que restará eternamente fresca y contemporánea /.../ y que ha sido traducida a más de sesenta y cinco lenguas y ha vendido ya millones de ejemplares, dará a George Orwell un lugar único en la literatura mundial”.

Sobrevive, también, de su elevado intelecto y su desgraciada carne, una triple paradoja de la historia, y de la historia del pensamiento. La primera, que quien anunció el control absoluto del estado totalitario sobre el mínimo hombre haya sido, a su vez, vigilado hasta aquellos extremos por una de las democracias occidentales de mayor fama. La segunda, haberse visto acusado, no se sabe con cuánta veracidad, de participar él mismo en denuncias contra simpatizantes comunistas. La última (y no la menor), ver en qué se ha convertido, por obra de nuestra paupérrima televisión, la temible figura del Gran Hermano con poder estatal, que Orwell tuvo el genio de percibir y nombrar (Big brother is watching you), el peligro de un espía mayúsculo, metido en los hogares y en la conciencia de las gentes, en manos ahora de manipuladores sin escrúpulos, disfrazados de tontos o de angélicos.

* Escritor, docente universitario.

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