EL PAíS › OPINION
La llamada burguesía nacional, en aire de panfleto. El regreso de la doctrina Legrand. La venezuelización, un espectro funcional. La intervención estatal, en el Primer Mundo y por acá. Edesur, un debate mal planteado. Apuntes sobre el denuncismo en campaña.
› Por Mario Wainfeld
Barack Obama camina junto a la primera ministra alemana Angela Merkel. Están en Buchenwald, llevan una flor blanca en la mano cada uno. La depositan en silencio, en homenaje a las víctimas caídas en ese campo de concentración. Depositan las flores en silencio, sin discursos. Las cámaras los muestran cuando vuelven a tranco corto, conversando también con Elie Wiesel, sobreviviente de ese campo, Premio Nobel de la Paz. El presidente de los Estados Unidos tiene las manos en los bolsillos del pantalón, un aire amigable, desenvuelto. El cronista, que los mira por tevé, imagina cuántas horas y cuánto trabajo hay detrás de esa construcción de imagen. Y, sumido en el cabotaje, compara: es difícil construir una figura y un discurso para la provincia de Buenos Aires, que congrega la mayor pobreza y la mayor riqueza de la Argentina, que conjuga aglomeraciones urbanas, industrias devastadas parcialmente reconstruidas con un interior agropecuario. Cuánto más desafiante será forjar una imagen que reconstruya, ante el mundo y los propios Estados Unidos, el liderazgo de la mayor potencia de la tierra.
En esa procura, en una mera semana, Obama pronunció un discurso histórico en El Cairo. No retractó la política de su país, no abandonó a sus aliados permanentes, no reconoció la barbarie que desató allí durante décadas. Y sin embargo, propaló señales de cambio: citó al Corán, remarcó el origen de su nombre de pila, reconoció derechos de los palestinos.
Casi en simultáneo, el Departamento de Estado dio su voto al unánime levantamiento de la aciaga sanción de la Organización de Estados Americanos a Cuba (ver asimismo nota aparte). Las prioridades siguen presentes, jerarquizadas. Obama no estuvo allí, la secretaria Hillary Clinton se fue cuando las negociaciones estaban al rojo vivo, con pronóstico reservado.
La continuidad es innegable, tanto como la existencia de objetivos e instrumentos novedosos. Habrá que ver el alcance, la sinceridad y la sustentabilidad de los cambios, que escapan a la dimensión de esta columna. Lo que sí hace al tema es que hay un registro de la necesidad del cambio. Una era ideológica culminó, también un estadio del capitalismo, el colapso mundial induce a la búsqueda y la experimentación.
Un pasatiempo para el lector: estime a mano alzada cuántos ceros a la derecha hay que poner para graficar la inversión en General Motors que hace el centro universal del capitalismo, aquel del modelo más individualista y liberal. La medida, inédita en su magnitud, es malamente traducida en un confín del Sur. No es intervención estatal (¡aj!), describen escribas y políticos tan esquemáticos como arcaicos: es un salvataje transitorio. Ni siquiera es un salvataje, esclarecen otros. Los hechos contradicen sus slogans: esa acción (la caja estatal interfiriendo en el juego de la oferta y la demanda) se da de patadas con el discurso que dominó en Washington durante casi una década. Nada de moral hazard, de dejar todo librado al sabio flujo del mercado, que determinó la caída abrupta del gigante. Es la hora de la acción, del riesgo, de la búsqueda de nuevos paradigmas. Ese trance amerita análisis profundos, debates rigurosos, lecturas finas de una realidad mutante. Por acá, cunde el fetiche de la venezuelización. En fin, así estamos.
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Ya casi no se mentan la oportunidad de la expropiación de empresas satélites del grupo Techint o el eventual monto de la indemnización. Fueron un detonante, rápidamente mutaron en un pretexto, que se va sincerando. Lo que motiva clamores empresarios es el destino futuro de la Argentina.
El discurso corporativo es, como lo fue en tantos tramos de nuestra historia, gutural y banal: la Vulgata del poder económico pregona que acá se juega si el Gobierno hará un viraje a la venezolana. Razonamientos triviales inducen a repreguntas simples: la primera: ¿por qué no lo hicieron hasta ahora, en seis años de gestión? Desde 2003 las empresas capitalistas resucitaron, en casi todas las ramas de producción. Un capitalismo silvestre al uso nostro, con un sesgo exportador seguramente descontrolado, con mínimo planeamiento, con escasa atención a las repercusiones medioambientales sería un esbozo aproximado de lo que fue la economía kirchnerista. En ese discurrir se sucedieron la resurrección de la industria, de las economías regionales, del “campo” sojero.
El “modelo” fue bastante esquemático, con pilares firmes y carencias flagrantes en la sintonía fina. La paridad cambiaria “competitiva”, los superávit gemelos, la obra pública y la pulsión por promover el consumo interno son sus ejes, seguramente insuficiente, jamás anticapitalistas. Un capitalismo matizado con un Estado activo, celoso de mejorar la capacidad adquisitiva de trabajadores activos y jubilados. En sustancia, no mucho más. O nada menos, estimarán los ciudadanos. Con esos pergaminos cuesta creer (y hasta tomar en serio) el mensaje de AEA y UIA. ¿Creen ellos mismos las banalidades que enuncian? Seguramente sí, el primitivismo es su (ejem) marca de fábrica, el panfleto el género literario que mejor cultivan. En tono pomposo, en documentos huecos carentes de la menor capacidad autocrítica, repiten de modo pimpante la añeja advertencia de Mirtha Legrand: se viene el zurdaje, vade retro.
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Edesur es una concesionaria de servicios públicos, menudo detalle. No tiene estatutos para hacer lo que le plazca, como el patrón de Novecento. Aun en el entreguista esquema argentino de los ’90, le caben responsabilidades especiales, compromisos que debe honrar. Maneja activos públicos, está sujeta a escrutinio estatal, a regulaciones y a controles. Todos las enumeran en teoría, muchos se ne fregan de ellas en el rectángulo de juego, mientras se disputa el partido.
El contralor debe ser más estricto en un contexto global amenazante, en el que las multinacionales privilegian sus países de origen y retraen inversiones en función de la lógica de sus casas matrices. La fuga de capitales es preocupante, el Estado debe ponerse las pilas para limitarla, dentro de la ley que le concede facultades para (más bien le impone la obligación de) velar por el interés de los ciudadanos-usuarios. Enunciar, como dogma, que una medida que restrinja las decisiones empresarias viola la legalidad es una demasía. Claro que podría debatirse la pertinencia de la decisión, alegando que Edesur está en regla. Habría que ponderar la calidad de las inversiones de la concesionaria, que tiene record en cortes, perjuicios a los usuarios, accidentes fatales por carencia de medidas de seguridad para transeúntes... Por usar un sonsonete del relato dominante: examinar si Edesur hizo todos los deberes. Como cuadra en Francia, Brasil, Chile o donde usted quiera, a cualquier distancia de Caracas.
Pero la derecha argentina excomulga, no debate. Opta por otros formatos para exponer sus posiciones: radicales, a todo o nada. Su crítica de hoy podría ser una promesa mañana: este país fue Jauja para las privatizadas, tal vez vaya sonando la hora de reverdecer esos laureles que supimos conseguir.
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La presencia de representantes estatales en empresas en las que participa la Anses es otro casus belli. Un silencio estridente acompañó a los brokers de las AFJP que las vaciaron, generaron su inanidad para cumplir las prestaciones para los jubilados, forzaron al Estado a correr en su auxilio. Canallas e inútiles del sector privado cotizan alto en el imaginario VIP, que se mira en ese espejo.
El fantasma del avasallamiento recorre la Argentina. La acumulación argumental apunta al célebre 29 de junio. Las corporaciones entrevén un triunfo del oficialismo, más allá de la pérdida de algunas bancas en Diputados y unas pocas en Senadores. Y tratan de establecer reglas para ese escenario. La normativa es una regresión a relaciones que el kirchnerismo modificó: restringir el margen de autonomía del poder político.
La ferocidad de los planteos, que Héctor Méndez, titular de la UIA, maquilló ligeramente en su palique con el ministro Julio De Vido, acelera los reflejos polarizadores del Gobierno. En verdad, el oficialismo debe analizar cómo se recuperan vías de financiamiento para el sector público y el privado. Una disfunción patente resintió varios proyectos preconsumo que lanzó el Gobierno: hay más dinero para prestar que voluntad de concertar empréstitos, de los lados del mostrador.
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La intervención estatal valió para que la autopartista Mahle encontrara nuevo dueño, se mantuviera como fuente de trabajo y eslabón de la cadena productiva. Es un ejemplo acabado de injerencia virtuosa, que insume trabajo y dinero fiscal pero que evita daños mayores. El caso se olvida en el frenesí antichavista, guay de reseñar situaciones que complejizan la visión de las cosas.
La papelera Massuh es más trillada en los cuestionamientos opositores porque (efectivamente) la participación pública es más arriesgada y costosa. En Mahle hay un by pass que zanja una coyuntura impiadosa, sobredeterminada por la estrategia de la multinacional que fue su dueña, que no atendió al mercado local sino a su esquema mundial. En la actual Papelera Quilmes hay una asunción del manejo empresario, con acciones directas sobre el mercado, fideicomisos que la sustentan. No todas las medidas son iguales, los matices deberían habilitar miradas que dieran cuenta de esa vastedad. Y honrar las diferencias, un atributo básico de la inteligencia. Deberían, deberían.
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Un enigma pendiente es cuáles serán las repercusiones políticas del colapso económico mundial. No hay modo de predecirlas ni buenos motivos para desestimarlas. Mantener la gobernabilidad, la sustentabilidad económica y la paz social es ese contexto es un desafío inmenso. Las marcas del kirchnerismo en esos rubros son estimables. Aun tras la débacle que le produjo el conflicto por las retenciones móviles, se da maña para dominar las fluctuaciones del dólar, sostener el superávit y razonables niveles de consumo y de empleo. La propuesta de rescate anticipado de los Boden 2012 da cuenta de la enésima profecía incumplida del mainstream de economistas del establishment. Apagón, por ahora, tampoco hubo. Del tomate, issue central de la campaña de 2007, nadie habla en estos días. Suena cómico recordarlo pero por aquel entonces se pontificaba que desaparecería de la mesa de los argentinos. El limón seguiría sus pasos. Los augures vaticinaron default en 2009 y ya saben que habrá que importar carne en 2010. Quién le dice, alguna vez acertarán. Entonces, habrá que hacer la suma algebraica con sus desaguisados previos. Hasta ahora, su nivel de aciertos anticipatorios frisa el cero.
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Los discursos electorales dejan poca tela para cortar. El Gobierno obra en espejo con el empresariado, ambos soslayan que fueron aliados hasta hace meses. La simplificación exacerbada arroja sombras sobre el horizonte postelectoral. Si, como se presume, el oficialismo se mantiene en pie pero con menos votos, territorios y bancas que en 2007 y 2005, todos deberían honrar el mensaje de las urnas. Los factores de poder, limitando su angurria y su brutalidad. El Gobierno, corrigiendo errores y leyendo las razones de la disminución de su caudal electoral. El clima imperante no da la impresión de ser el más propicio para esos ejercicios de madurez y autocontención.
Cuando quedan tres semanas, demasiados dirigentes opositores enuncian hipótesis para deslucir la legitimidad del pronunciamiento popular. Se ventean denuncias anticipadas de fraude y aun de manipulación de las encuestas y (por carácter transitivo) de los votantes.
En los últimos 25 años, únicos en continuidad democrática sin proscripciones, los desempeños del sistema electoral han sido razonables. Hubo ejemplos de resultados sospechosos pero en la mayoría de los casos (merced al control de los partidos, sus militantes y los ciudadanos que actúan como autoridades de mesa) el mandato de las urnas se respetó. Los pronunciamientos fueron claros, varios gobiernos nacionales fueron alternativamente vencedores y vencidos. En 2007, en plena hegemonía kirchnerista, tres partidos ajenos al bipartidismo y opositores al kirchnerismo llegaron por primera vez a gobernaciones, en Santa Fe, Capital y Tierra de Fuego.
Preservar la mayor instancia de la soberanía popular, militar al efecto y hasta sospechar con lucidez activa son conductas estimables. Enchastrar ante tempus un posible resultado, una mala praxis que debería controlarse. Es un modo noble de competir y de honrar las instituciones.
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