EL PAíS › TENSIONES Y ENCUENTROS EN LA RELACION KIRCHNER-SCIOLI
› Por José Natanson
OPINION
Estamos juntos
mirándonos los dos
el tiempo ha pasado
la vida nos cambió
pero yo siento
que nunca acaba el cuento
que aún es fuerte el sentimiento
y bastan los recuerdos
de ese amor
que vive entre los dos
“Juntos”, Diego Torres.
Néstor Kirchner comenzó a militar de joven, en el peronismo santacruceño primero y luego, una vez trasladado a La Plata para estudiar Derecho, en los hiperpolitizados círculos universitarios del precamporismo. Si alguien le hubiera preguntado, seguramente habría respondido que la política era algo más que una profesión o una afición, algo así como el eje ordenador de su vida. Tras el golpe del 24 de marzo de 1976, Kirchner retornó a su Río Gallegos natal, donde se refugió en el sector privado y se dedicó a amasar una pequeña fortuna. Pero en cuanto volvió la democracia, volvió a la política: fue administrador de la caja de jubilaciones provincial, luego intendente de Río Gallegos y finalmente gobernador, hasta que saltó a la presidencia.
Las marcas de su generación quedaron grabadas a fuego en la forma de entender y ejercer la política: una cierta sobrestimación de lo que es posible lograr en base a la mera voluntad, la concepción del juego en términos de todo o nada y una predisposición casi innata a doblar la apuesta.
Scioli se acercó a la política de adulto. Nacido en una familia de clase media que con el tiempo fue progresando hasta alcanzar cierta riqueza, estudió marketing en la UADE, pero rápidamente se convenció de que lo suyo era el deporte: tenis, natación y finalmente la motonáutica, con la que salió campeón del mundo y que dio pie al episodio que cambiaría su vida: el accidente de 1989, en el que su lancha volcó en el Río de la Plata, le costó el brazo derecho y lo acercó a Carlos Menem, que lo convenció de dar el salto a la arena electoral como candidato a diputado por la Capital. Igual que Carlos Reutemann, el otro campeón de disciplinas deportivas individuales tentado por el menemismo, Scioli es un exponente del menage à trois entre política, espectáculo y deporte típico de aquellos años felices, acostumbrado a moverse en el mundo de las celebrities (recuérdese su decisión de designar en su gabinete a mediáticos como Claudio Zin y Carlos Bilardo o su desenvuelto desempeño en “Gran Cuñado” la semana pasada).
Y si Kirchner, el setentista, arrastra los tics de su generación, Scioli, el noventista, también: formado políticamente en un contexto más flexible y pragmático que el de los ’70, desprovisto de macroteorías explicamundo, su personalidad política es muy diferente, casi opuesta, a la del ex presidente: lo que en Kirchner es confrontación, ataque, crítica, en Scioli es adaptación, ajuste, sentido de la oportunidad. Pero no debilidad: hay en él una voluntad de supervivencia por mimetización que sintoniza asombrosamente con el duhaldismo, que sigue siendo la cultura política predominante en el conurbano (y en buena parte del peronismo).
El matrimonio comenzó en el 2003, luego de que Eduardo Duhalde decidiera, casi por descarte, respaldar a Kirchner como la última forma de frenar a Menem y ofreciera como parte del acuerdo que uno de sus ministros lo acompañara en la fórmula presidencial: se mencionaron varios nombres, como el de Juan José Alvarez, al que algunos en aquel momento pensaban progresista, hasta que finalmente el santacruceño se decidió por Scioli, que le aportaba cierta llegada a las clases medias y, sobre todo, un alto nivel de conocimiento en la opinión pública.
Hubo una primera etapa difícil. El 10 de junio del 2003, durante el primer viaje de Kirchner a Brasil, Scioli se instaló en el despacho presidencial y asumió un alto protagonismo, que llegó a su punto máximo cuando, después de una promocionada visita a Estados Unidos, dijo que allí había “cierto temor de seguidismo con Lula”, juzgó “poco serio” que el Congreso derogara las leyes de obediencia debida y punto final y hasta reclamó un aumento de tarifas. Ante el riesgo de que su vice gestara una coalición neomenemista en su patio trasero, Kirchner lo fulminó a su modo: desplazó a los funcionarios cercanos a Scioli y se negó a recibirlo.
–Lo hicieron pomada –le dijo a Scioli un periodista de Clarín mientras éste esperaba en vano que lo recibiera Kirchner.
–Peor estaba cuando buscaba el brazo en el río.
La relación se fue recomponiendo. Scioli se adaptó a los modos de Kirchner y se fue acercando a las políticas oficiales. En el 2007, cuando la interna por la candidatura a gobernador bonaerense comenzaba a erosionar la paz política oficial, Kirchner impulsó la postulación de su vice, el único capaz de un triunfo lo suficientemente holgado como para garantizar la apuesta mayor: Cristina presidente.
El crónico déficit fiscal de la provincia de Buenos Aires y la necesidad K de asegurar una victoria allí para compensar las previsibles derrotas en Capital, Santa Fe y Córdoba, terminaron de sellar la alianza para las elecciones del 28 de junio, expresada en la candidatura testimonial del gobernador, que en verdad es una forma de garantizar las candidaturas, también testimoniales pero definitivamente cruciales, de los 47 intendentes. Por si hacía falta, el breve repaso del vínculo Kirchner-Scioli confirma la irrelevancia de las relaciones personales en política, que se juega en los intereses y necesidades más que en la amistad, el amor o el roce.
Pero sería un error pensar que historias tan distintas y formas de ser tan diferentes no pueden encontrar puntos en común. Es la ley de la vida: los matrimonios que nacen del mutuo enamoramiento viven unos primeros años de gloria hasta que la rutina, el malhumor y las mañas insoportables terminan carcomiéndolos; en cambio, muchas parejas que se forman por necesidad, a veces casi sin conocerse, logran con el tiempo construir espacios de encuentro y convivencia y a veces hasta descubrir rasgos adorables que no preveían.
Lo que une al matrimonio Kirchner-Scioli es el amor por los resultados. Todo el dispositivo político construido en torno de ellos gira alrededor de los efectos concretos y palpables de sus respectivas gestiones, reflejados en tantas escuelas construidas, tantos kilos de cocaína decomisados, tantos puntos de desempleo reducidos. En el caso de Kirchner, los resultados se rodean de intentos más o menos articulados de dotar a su obra de lo que los intelectuales de Carta Abierta denominan “un relato” (expresado en algunas ideas bien concretas, como anti-neoliberalismo o keynesianismo económico, y en otras muy de moda pero más bien vacías, como emancipación).
Scioli no ha hecho demasiados esfuerzos por vestir a su gobierno con ropajes intelectuales y prefiere la pura fuerza de los hechos transmitidos por televisión, pero coincide con Kirchner en la épica de gestión (“Nosotros hacemos”) y la pasión estadística (la oscurantista intervención del Indec es contraproducente no sólo porque les quita credibilidad a los números oficiales sino porque conspira contra el corazón mismo de la estrategia electoral K). En todo caso, descubrimos algo que siempre supimos: la centralidad de la gestión no es el resultado de una operación mediático-ideológica del neoliberalismo ni un invento de tecnócratas con masters, sino un recurso político clásico del que el peronismo se ha valido desde sus mismos inicios, aunque en los ’90 haya adquirido un énfasis más ligado a los procedimientos gestionarios (transparencia, rendición de cuentas, etc.) que a sus efectos concretos.
La estrategia de los hacedores se refuerza por algunos fenómenos recientes. La tendencia a ejecutivizar las elecciones parlamentarias, que irrita a tantos analistas de pensamiento simple, no es un invento de Kirchner, sino un resultado de la nueva dinámica política, en la que el juego tiende a organizarse cada vez menos en función de los partidos y cada vez más alrededor del eje oficialismo-oposición. Este fenómeno perjudica naturalmente a los candidatos de perfil legislativo, sobrerrepresentados en las listas del panradicalismo, y beneficia a aquellos percibidos como una opción real de poder: la configuración de la competencia bonaerense en fórmulas De Narváez-Solá, Stolbizer-Alfonsín, como si se tratara de elegir gobernador y vice, es una muestra de esta novedad, de la cual la dupla Kirchner-Scioli ha sabido sacar provecho.
¿Sobrevivirá el matrimonio a los avatares electorales? Es imposible, por supuesto, predecir cómo seguirá la alianza, cuyo futuro depende de las elecciones del próximo domingo. Si la fórmula Kirchner-Scioli se impone, se abre una serie de alternativas, la más factible de las cuales parece una continuación del acuerdo en la perspectiva de la candidatura presidencial de Scioli para el 2011 como parte de un dispositivo post (pero no anti) kirchnerista. Esto dependerá, a su vez, de la performance del otro presidenciable del PJ, Carlos Reutemann, y del poder de fuego que conserve el propio Kirchner, a quien algunos ven como posible candidato a gobernador bonaerense. Si pierden, la onda expansiva los afectará a los dos, aunque es difícil estimar en qué medida. En cualquier caso, no tiene mucho sentido especular ahora, a una semana de las elecciones que definirán el futuro político de la alianza: mejor esperemos los resultados.
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