EL PAíS › OPINIóN
› Por Daniel Goldman *
El miércoles pasado, Osvaldo Bayer publicó una nota en este mismo diario repudiando la detención de varios manifestantes contrarios a un acto a favor de Israel en esta ciudad. Tengo admiración por Osvaldo Bayer. Tengo cariño por mi amigo Adolfo Pérez Esquivel, quien también se expresó contra la detención. Soy un judío (de izquierda, si les resulta más cómodo) que no ve contradicción en mi ser argentino con un amor por Israel, identificándome con aquellos grupos que abogan por un entendimiento pacífico en el Medio Oriente. Es esa misma posición progresista la que muchas veces me ha transformado en un blanco de crítica dentro de la propia comunidad judía. No tengo miedo de ello. Por el contrario, me siento orgulloso de no jugar a la hipocresía de decir lo que no pienso y que otros quieren escuchar. Más de una vez reprobé sin mezquindades ni falsas lealtades ciertas políticas de gobiernos israelíes que me incomodan. Y lo hago del mismo modo que muchos judíos de la diáspora e Israel.
Si bien creo que cada colectivo tiene derecho a expresar con libertad y noble igualdad (sin cambiar ninguna de las palabras del himno nacional) sus principios y creencias, me parecía que después de un enero caluroso y caldeado por manifestaciones adversas a la guerra de Gaza no era prudente ni necesario realizar un acto público un domingo de tarde frente a la Jefatura de Gobierno de la ciudad, en adhesión a la independencia del Estado de Israel. No dudo de que no era el festejo de la Independencia sino algún interés de la partidocracia local lo que motivaba la convocatoria al acto. De ahí que había algo que también me incomodaba.
Pero del mismo modo que mi admirado escritor toma una versión porque proviene de un grupo con el que uno alguna vez adhirió en ciertos principios, eso no me da la garantía de que la versión que alegan los miembros de las organizaciones Teresa Rodríguez y FAR sea la verdadera. Jóvenes de mi congregación, a quienes les tengo plena confianza, estaban en el lugar de los acontecimientos, fueron testigos y me relataron con lujo de detalles cómo los imputados salían de la boca de subte directamente con palos a pegar.
Querido Osvaldo, como usted, yo tampoco le tengo simpatía a la policía. Me molesta el aparato de represión del Estado. Mi prédica constante y mi militancia en el movimiento de Derechos Humanos da cuenta del compromiso que abrigo con los sueños de una sociedad diferente y más justa. Pero no por ello debo confiar en que, por el hecho de que estos grupos quieren representar ciertas reivindicaciones sociales, eso los unge como los dueños de la palabra auténtica e indiscutible. Incluso a veces me da la impresión de que el antisemitismo disfrazado de antisionismo resulta más redituable que los auténticos reclamos que este conjunto parece olvidar. Porque es el ejercicio de esa violencia lo que los hace más parecidos a un grupo de choque nacionalista filonazi anacrónicamente absorto en sí mismo que a una legión revolucionaria. Así como para usted esto es muy doloroso, desde la misma visión y desde el mismo lugar, para mí también lo es.
* Rabino.
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