Sáb 27.06.2009

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Mañana

› Por J. M. Pasquini Durán

Once meses antes del segundo centenario de la Patria, millones de ciudadanos irán a las urnas para la renovación legislativa. Los lazos entre estas dos fechas no son una casualidad del calendario sino dos hitos del porvenir nacional. La de mañana, domingo, será coyuntural, pero el Congreso resultante tendrá la palabra sobre asuntos de primer orden del Bicentenario. A su vez, los pronunciamientos que surjan del doble aniversario, en los que estará comprometido el Gobierno, definirán cursos de acción para el país en el mundo que todavía estará recuperándose de la hecatombe internacional que se originó en Wall Street. La combinación de ambos puntos de vista será la base de afirmación para el futuro de la república democrática, de sus instituciones, partidos políticos, movimientos sociales y otros formatos de representación. Habrá nueva economía mundial y, por consiguiente, normas reacondicionadas en el comercio nacional y en los procesos de financiamientos, para las corporaciones industriales o agroindustriales y otras fusiones de distinto orden, sin contar los cambios que resulten en el ámbito de la cooperación subregional. Desde esta perspectiva, habrá que meditar en estas pocas horas restantes para que los comicios de mañana no sean un mero ritual y que sus posibles resultados estén a la altura de los desafíos del futuro.

No todos los candidatos, a juzgar por la campaña, supieron acomodar su visión de la tarea legislativa a los compromisos que los esperan a la vuelta de la esquina. Con fuertes tendencias a frivolizar la actividad de campaña, los discursos de la oposición, en lugar de proponer lo que vendrá, se concentraron en el análisis crítico del mensaje oficial. Para sus distintos voceros, parecían más importantes los mensajes de la presidenta Cristina y de Néstor Kirchner que las ideas propias de las diversas alternativas. A lo mejor esta debilidad de roles confundió a los votantes, por lo que en estas horas todavía hay gente pensando, indecisa o a punto de cambiar de idea. Esta situación hizo posible que en un par de semanas Pino Solanas pasara del cuarto al segundo lugar en las encuestas de la Ciudad Autónoma.

Aunque las mediciones previas no establecen parámetros ideológicos, hay que suponer que una parte de los porteños que en anteriores elecciones votó por Macri ahora lo haría por Pino, aunque sean de extremos políticos antagónicos. De ahí que las encuestas que se publican sean muy relativas como información o como anticipo. Los propios dirigentes no pueden anticipar resultados, sobre todo debajo de los segundos puestos. Esta falencia estadística quizá tenga razón en el vaciamiento ideológico de la campaña. Tal vez por eso da lo mismo Mauricio que Pino, ya que no hay razones sino emociones.

Tratándose de emociones, nadie mejor para manejarlas que los medios masivos de comunicación, en especial la TV, que se hicieron cargo de la tarea de producir contenido para las elecciones, tanto con mensajes propios como abriendo tribuna para que algunos candidatos pudieran hablarles a sus audiencias. Al formar parte del entretenimiento informativo cotidiano, la temática política fue rápida presa del humorismo, dado que en el país hay un hábito de doscientos años de sátira política, sólo negado por regímenes autoritarios, sobre todo los militares. Acaba de morir Andrés Cascioli, quien luchó contra la última dictadura con la revista Humor Registrado, junto a numerosos periodistas, humoristas y dibujantes cuyos nombres no deberían ser olvidados, sino mantenidos en la memoria para futuros historiadores.

Aun a riesgo de transmitir las nociones más comunes de la antipolítica, basándose en la mala fama de los políticos y en su incapacidad para producir emociones populares o expectativa de enormes cambios, el exitoso productor Marcelo Tinelli fue el más influyente en la teleaudiencia con un programa en el que aparecían actores-clones de los principales candidatos, casi todos del ámbito bonaerense, presentándolos en sus facetas más ridículas. La habilidad de Tinelli consiste en exhibir el producto como una superación de la política mediante la apropiación exclusiva del sentido del humor, descalificando a los que se niegan a participar del juego. El más preciado era Néstor, poco amigo de dialogar con la prensa, pero hubo que esperar hasta el último minuto del último día para lograr un diálogo telefónico restringido a los respectivos roles, sin cruzar los límites de ninguno. La conducta del ex presidente puso en claro que se pueden realizar las dos posibilidades: que haya diálogo entre protagonistas y prensa, aun la satírica, y que los interlocutores sepan conservar sus sitios respectivos. Si es verdad que el Congreso completo discutirá este año el proyecto de ley de radiodifusión que reemplace al engendro que dejó Videla, habrá oportunidad para debatir estos contenidos y sus dimensiones, conservando el sentido de la libertad sin ningún argumento que justifique la censura.

Con estos pocos elementos y en base a supuestos poco certeros, muchos trataron de pronosticar lo que podrá ocurrir en el Congreso y en sus relaciones con el Ejecutivo. Uno de estos supuestos es que el Gobierno está débil y lo estará mucho más cuando se conozcan los resultados de los comicios. Hay que pensar que siempre estuvo débil, desde el momento que asumió con poco más del veinte por ciento de los votos en 2003. Los malestares que aparecen en distintos lugares de la nación no son nuevos y los que sí lo son surgen de temas remanidos. Lo que habría que preguntarse es por qué, en seis años, el oficialismo no consiguió superar los lamentos y armar sus propias fuerzas. Casi todos los problemas en la gestión de gobierno son efectos de varias causas, pero fueron potenciados por la manera de hacer y gestionar el poder de los K, intratable para muchos veteranos de la política y para jóvenes que quieren abrirse paso en la carrera del poder. La situación en Capital, Córdoba, Santa Fe y otros distritos de igual o menor peso era ya conocida desde la última elección, y en algunos casos se ha agravado, sin que la Casa Rosada actuara en forma eficiente para invertir la dirección de la realidad. Entre sus tropiezos, hubo uno, repetido: la exigida obediencia al poder central.

A sabiendas de las debilidades que lo acosaron siempre, el Gobierno logró bastante, y por mucho más que oportunos vientos de cola como el comercio con China, los precios de las materias primas y otras ventajas relativas. Aun los que reconocen la cuota meritoria de los K. se preguntan si la crisis mundial no modificará ese paisaje y reducirá los ingresos en caja. En ese caso habrá que ver a qué recursos apela el Gobierno, que salió de situaciones muy difíciles, antes de condenarlo al fin por anticipado. En este apresurado augurio influyó el propio oficialismo, con su errada consigna: “Si perdemos será el caos”, una reacción propia de quien supo gestionar en una crisis peor que la presente y salir a flote. Claro que tanto va el cántaro a la fuente... pero habrá que esperar antes de pronosticar catástrofes.

Entre los pronosticadores hay que incluir también a los que anuncian el paraíso inmortal, lo que creen que nada ni nadie podrá dar marcha atrás al modelo de producción y trabajo del oficialismo. Son los que en lugar de plantar pino o soja decidieron cultivar el sueño K., que otorga las ventajas del socialismo para el pueblo mientras disciplina al capital con subsidios y la amenaza de apropiarse de una parte de la torta accionaria. Es un sueño: sobre ese humo vienen caminando sus partidarios y líderes desde hace seis años y no merecen el desprecio. En la historia humana las utopías realizaron gestas increíbles, como las que inició hace doscientos años un manojo de soñadores que enfrentaban a una potencia muy poderosa con un modelo, “La Representación de los hacendados”, que nunca fue reconocido ni reivindicado en todo su significado. Mañana es otra oportunidad de encontrar entre los candidatos a aquella o aquel que merezca al final de su vida un epitafio similar al que dedicaron a Moreno (Mariano, no Guillermo), cuando murió en aguas del Atlántico: “Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego”.

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