Vie 17.07.2009

EL PAíS  › OPINION

Convertir la derrota en aprendizaje

› Por Marcelo Koenig *

“No hay cosa más sin apuro/ Que un Pueblo haciendo la historia/ No lo seduce la gloria/ Ni se imagina el futuro/ Marcha con paso seguro/ Calculando cada paso/ Y lo que parece atraso/ Suele transformarse pronto/ En cosas que para el tonto/ Son causa de su fracaso.”
Alfredo Zitarrosa

La autocrítica es un uso poco frecuente de nuestra fauna política. Mucho más fácil es endilgarle al Pueblo las causas del propio fracaso. Esa actitud tiene tanto de canalla como de necio tiene el hecho de negar las causas que llevaron hasta ese punto.

Sólo reflexionar críticamente sobre la derrota la convierte en aprendizaje.

Primero hay que dimensionarla. Fue táctica. Importante sí, pero táctica.

“La plata no cambia a las personas, las descubre.” Así nos enseñaba, entre mate y mate, un viejo compañero. Con la derrota pasa algo similar. Por ahí se los ve a muchos extendiendo la apresurada partida de defunción a Kirchner. El aparato burocrático de la derecha pejotista que toleraba con incomodidad al kirchnerismo lo empezó a abandonar la misma noche del 28 de junio.

Aquellos que creen que el peronismo es siempre apostar a ganar, desconocen su historia. La particularidad del peronismo revolucionario fue siempre aprender a sacar fuerzas de las derrotas, justo en el momento en que los hijos y entendidos del poder fueron abandonando el barco o quisieron llevar al peronismo hacia las aguas calmas de la claudicación.

No es fácil elucidar las causas de una derrota electoral. Descartemos algunas hipótesis erróneas.

Los moderados y conservadores de toda laya encuentran las causas principales en los conflictos generados. No se puede –decía el General– hacer tortilla sin romper huevos. ¡Cómo si la política no fuera disputa de intereses! O acaso pensamos que se puede construir una Patria Justa y Libre, mientras aplauden los dueños de los privilegios. Claro, si no se tocan los intereses de los grupos económicos concentrados no hay conflictos ni polarización. Tampoco hay un gobierno popular, pues lo que caracteriza a un gobierno de tal es –precisamente– el avance sobre estos intereses en función de beneficiar a los más humildes.

Tampoco fue determinante la traición de unos cuantos intendentes del conurbano. Nadie puede negar que hubieron defecciones. Pero, no es menos cierto que pensar la estructura del pejotismo bonaerense como una máquina invencible de decidir adónde van los votos, es sobredimensionarlo. El aparato del PJ es como la leyenda del sastre que engañaba al rey desnudo. Hace falta que alguien se anime a decirle al rey que está desnudo.

Es cierto también que la clase media dio la espalda al proyecto kirchnerista. Esa que como dice el poema de Benedetti “clase media/medio rica/medio culta/...Si escucha a un Hitler/medio le gusta/y si habla un Che/medio también... ¿Qué ocurrió que esta vez fue seducida por las palabras del derechista millonario tatuado?

Aunque la defección de la clase media no lo explica todo. Tampoco existió un apoyo total e indivisible de los sectores populares como en otras elecciones. Pues en los sectores del segundo cordón del conurbano donde antes el kirchnerismo (en el 2005) había sacado 20 puntos de diferencia apenas arañó los 8.

Entonces... ¿dónde están las verdaderas causas?

Centralmente encontramos dos causas que están muy relacionadas entre sí.

La primera es que está derrota se fue gestando a partir de la decisión de no construir una fuerza propia y comprar llave en mano (debiéramos decir alquilar) estructuras políticas.

No se puede dar una batalla clave –presentada incluso como una confrontación entre dos modelos de país– sin organizar una fuerza política con identidad, objetivos y lógica propia a una porción considerable de nuestro Pueblo.

La otra causa nodal la encontramos en la despolitización reinante. Si un proyecto nacional y popular no es capaz de generar una política de la que se apropien las mayorías no tiene destino alguno. La politización es condición necesaria para un proceso de transformación. Los grupos económicos, sobre todo los mediáticos, tienen bien en claro que su nivel de influencia está en la medida en que la sociedad se encuentre más despolitizada. Por eso demonizan constantemente a la política, en cualquiera de sus formas.

Si la política no vuelve a enamorar, no sólo se pierde la clase media –que tiene una natural tendencia a mirarse en el espejo de los ricos–, sino también de los sectores populares, que terminan votando por simpatías inmediatistas. Por eso fue que una considerable cantidad de los votos se canalizaron hacia lo peor de la derecha reaccionaria, vacía de contenido y despolitizada en las formas, pero eso sí, muy sonriente.

En síntesis: yendo a la elección con una sociedad despolitizada y sin construcción organizada de fuerza propia, se fue a jugar el partido en la cancha del enemigo. Es claro, en el terreno del marketing y la publicidad gana el que más plata pone y el que tiene una campaña publicitaria con más impacto. Todo esto agravado por el hecho de que los massmedia no son neutros. Se trata de grupos económicos que juegan sus propios intereses en la partida. No hacía falta ser un fino analista político para ver cómo jugó de fuerte la concentración oligopólico mediática en esta batalla.

No existen vacíos explicativos. Cuando no existe una fuerza política que se convierta en polea de transmisión entre los que conducen y las masas, a la realidad siempre la explican los medios masivos de comunicación en función de sus propios intereses.

Esta derrota ha tenido un alto impacto anímico en muchos militantes, sobre todo en aquellos que creían que el kirchnerismo era infalible, invencible y arrollador. Pero también existe una militancia que, sin oportunismos ni apresuramientos, se reconstruye a sí misma en función de los objetivos estratégicos que persigue, y está en condiciones de sacar enseñanzas de este duro momento.

Kirchner tiene otra oportunidad histórica. Sólo él sabe si habrá de aprovecharla o no.

Sin genuflexión ni alcahuetería, con la mirada crítica y la voluntad templada en la pelea, arraigada en la historia del peronismo revolucionario, los niveles incipientes de organización popular pueden encontrar en el propio Kirchner –si este toma la decisión de ponerse al frente– un camino para la construcción de la fuerza política necesaria.

Es probable que la burocracia política de la derecha del pejotismo se aleje en busca del candidato que les garantice la continuidad de su propio empleo (porque han transformado a la política de una vocación en una forma de manutención individual). A ésta no le importa que sus maniobras tácticas sean la fuente de la recomposición del bloque de poder hegemónico. Sin embargo, está por verse qué actitud tomarán en la encrucijada muchos sectores del propio PJ –tanto en Buenos Aires como en el interior– y más aún es determinante cuál ha de ser la decisión de un movimiento obrero, que se ha revitalizado en esta última etapa a partir de la recuperación de herramientas tales como la Convención Colectiva.

El proyecto emancipatorio no tiene destino si no es a partir de la construcción de una gran fuerza política verdaderamente nacional, popular y revolucionaria, que le de su real valor a la militancia, que tenga su anclaje en los trabajadores, que reconquiste la iniciativa, que sea el puntal de la continuidad del proyecto latinoamericanista, que no permita el retroceso en la cuestión de derechos humanos, que le defienda el rol del Estado en la economía, que permita avanzar en la distribución de la riqueza hasta alcanzar la justicia social.

* Director de la Casa Cultural del Peronismo Revolucionario.

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