Dom 09.08.2009

EL PAíS  › LA POLEMICA DE LOS GÜIRALDES SOBRE VERBITSKY

Gracias, Pedro

Después de Aguinis es el turno de Pedro Güiraldes, quien repitió las acusaciones contra el columnista de este diario Horacio Verbitsky por un presunto vínculo con la Fuerza Aérea. Quien lo refuta es su padre. El propio comodoro Juan José Güiraldes ya había desmentido esos cargos falsos en 1998. Un nuevo capítulo de la ofensiva destituyente, encaminado a detener el avance de la justicia por los crímenes de la dictadura.

› Por Pedro José Güiraldes

La carta de Pedro José Güiraldes

Estoy convencido que la revisión del pasado no lleva a nada bueno si la historia se mira teniendo en cuenta solo lo que se ajusta a determinadas posiciones ideológicas –en el mejor de los casos– o a la tergiversación lisa y llana –en el peor de ellos–. La reflexión histórica, para ser fértil, debe ser completa y tomar en cuenta todos los hechos, cuando de buscar la verdad se trata.

Por eso no puedo callarme y contaré lo que me consta y que está vinculado a la polémica desatada alrededor de dos personas conocidas y de vasta trayectoria. Me refiero a Marcos Aguinis y Horacio Verbitsky. Aguinis –cuyas diferencias con el régimen kirchnerista son públicas y notorias– integra y es uno de los más notorios fundadores del grupo Aurora. Verbitsky, por su parte, es uno de los integrantes –seguramente el más renombrado– del espacio Carta Abierta y un firme defensor de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández y el modelo K.

Mi padre –el Comodoro Juan José Güiraldes– y Verbitsky se apreciaban y respetaban, coincidían en algunas cosas y pensaban distinto en otras. Sus contactos eran la continuidad de la amistad de mi padre con Bernardo –padre de Horacio– y su relación profesional comenzó a mediados de 1os años ’60, en las revistas Primera Plana y Confirmado, de la segunda de las cuales “El Comodoro” fue Director y “Horacito” uno de sus más jóvenes redactores.

Hacia 1977, según sus propios dichos, Verbitsky había abandonado la organización Montoneros, de la que fue uno de sus más importantes jefes. Tiempo después de ello se acercó nuevamente a mi padre, apremiado económicamente y en busca de ayuda.

En esos días mi padre estaba escribiendo El Poder Aéreo de los Argentinos y era el principal redactor de los discursos de los Comandantes en Jefe de la Fuerza Aérea Argentina de los años 1977, 1978 y 1979: Agosti y Graffigna. Verbitsky colaboró en la corrección del citado libro, publicado en 1979 por la Dirección de Publicaciones del Círculo de la Fuerza Aérea. Transcribo parte de su “Invocación. Agradecimiento y Dedicatoria” (pág. 9): “Este libro no hubiera podido llegar a las prensas de no haber recibido el permanente aliento y la eficaz colaboración de Horacio Verbitsky”. Yo fui testigo, uno de varios, de muchas de las innumerables reuniones de trabajo entre ambos, en la oficina de mi padre, Paraguay 727/729, 4to. Piso, Of. 18, que años antes compartiera con su entonces socio, Jacobo Timerman. Me consta además que Horacio colaboró también en la corrección de los discursos, porque mi padre me lo comentó específicamente.

El vínculo y la colaboración de Verbitsky en temas de transporte aerocomercial y otros siguieron durante años, luego de la restauración democrática y hasta la muerte de mi padre en 2003.

Del mismo modo continuaron los vínculos, afecto y excelentes relaciones de mi padre con sus camaradas de armas hasta el último día de su vida. “El Comodoro” fue enterrado con honores y acompañado por una guardia de la Fuerza Aérea Argentina y otra de Granaderos.

Todos sabemos que la década de los ’70 fue trágica y conocemos los atroces acontecimientos de esos años de plomo y sangre, pero insistimos en mirarlos con visión maniquea y pendular. Pasamos de “Los argentinos somos derechos y humanos” o lo que es lo mismo: de la justificación de la represión ilegal, a la “Juventud Maravillosa” o lo que es lo mismo: la exaltación de las acciones terroristas. Así no damos lugar a la reflexión serena, al aprendizaje a partir de los terribles errores y crímenes cometidos.

Los argentinos estamos llenos de contradicciones y en esto “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Pero no nos damos cuenta o lo negamos arteramente. La relación de mi padre con Verbitsky es una prueba cabal de las contradicciones que no queremos aceptar. Oficial retirado de la Fuerza Aérea y conservador uno, izquierdista y montonero notorio el otro, se respetaban y trabajaron juntos en temas en los que coincidían.

Otra anécdota vinculada a ellos describe la confusión de la época. Asesinada Elena Holmberg –hermana de mi madre y por lo tanto cuñada de mi padre– en diciembre de 1978, mis valientes tíos Holmberg se lanzaron, sin medir consecuencias ni riesgos para sus vidas, a investigar y buscar a los culpables de la muerte de Elena. Uno de ellos frecuentaba la oficina de mi padre en compañía de Guillermo Patricio Kelly, quien colaboraba con la investigación y todos, como Horacio Verbitsky, entraban y salían de la misma como “Pancho por su casa”. Lo mismo hacía un integrante de los servicios de la FAA, hijo de un camarada de mi padre del que me hice muy amigo. Este buen amigo justificando a “El Comodoro” por los personajes contradictorios que frecuentaban Paraguay 727 me dijo más o menos lo siguiente: “En lo que a mí respecta tu padre puede pedir la restauración de los Borbones y yo lo voy a entender. Está más allá del bien y del mal y es uno de los pocos argentinos que se puede dar el lujo de reunirse primero con Verbitsky, a continuación con Kelly y hacerlos esperar a los dos juntos en el hall de su oficina que hasta hace poco compartía con Timerman”.

Lo que nunca me pude explicar es por qué Elena estaba muerta, Timerman había sido torturado y salvado milagrosamente de la muerte y Horacio Verbitsky, notorio ex jefe montonero y por lo tanto un blanco móvil y fácil para la represión ilegal, andaba dando vueltas y colaborando con mi padre, sin que al parecer nadie lo molestara. En esos días a Guillermo Patricio Kelly lo “levantó” un grupo de tareas y se salvó por la intervención de poderosos gobiernos extranjeros como en el caso de Jacobo. Kelly no era precisamente un guerrillero izquierdista, Holmberg era diplomática y prima hermana de un ex Presidente militar –Lanusse– y Timerman un mundialmente conocido periodista.

Por haber sido dado de baja por Perón en 1952, reincorporado por la Revolución Libertadora y retirado por sus desacuerdos con la misma en 1955, mi padre no tuvo ninguna participación en la represión de las bandas armadas de la década del ’70. Pero estuvo amenazado por ellas, como tantos otros argentinos de bien y muchos de ellos con menos suerte, fueron víctimas de los terroristas. No obstante ello “El Comodoro” tenía convicciones muy claras y conocidas en materia de represión: el combate debía cesar cuando cesaba la resistencia armada, para dar lugar a arrestos y juicios ajustados al debido proceso. Esas convicciones le costaron sanciones y arrestos y lo movieron a salvar las vidas de los que pudo y tenía más cerca. Hay dos personas, chicos entonces, hija e hijo de un queridísimo colaborador, que lo visitaron, años después, para agradecerle haberles salvado sus vidas. Yo estuve en la casa de mis padres en Olivos cuando ellos se reunieron. La cárcel y la tortura de Timerman –su ex socio a cuyo entierro lo llevé a mi padre años más tarde– a manos de integrantes del ejército que no merecían ser tales y el asesinato de Elena Holmberg a manos de los esbirros de Massera, seguramente lo terminaron de convencer. Muchos otros camaradas de armas compartían las mismas convicciones.

Pero eso no le impidió tomar partido a favor de la gesta de las Malvinas y acompañar y aconsejar a sus compañeros de armas, Lami Dozo a la cabeza, en aquellos días. Mi abuelo materno, Adolfo María Holmberg, padre de Elena, tomó el mismo partido. La pasión argentina de ambos, que me enorgullezco de haber heredado, siempre puede más que todas las razones, especulaciones y miedos.

Creo que una de las pocas cosas que hemos aprendido los argentinos que no deben suceder nunca más son los golpes militares. Pero no hemos aprendido mucho más. El desempeño de la democracia desde 1983 hasta hoy ha sido pobrísimo y nos debería avergonzar a todos. Dos gobiernos elegidos no peronistas cayeron por su propios errores y desestabilizados por golpes políticociviles. Y todos sabemos –aunque nos hagamos los distraídos– que el actual gobierno –esta vez peronista– podría correr la misma suerte si persevera en sus errores y sigue acumulando enemigos temibles por un lado y aliados impresentables por el otro.

Algo debemos haber hecho muy mal para que con la democracia no hayamos podido alimentar, ni educar, ni curar, ni dado techo a los que más lo necesitan, como nos hacía soñar Alfonsín en 1983, al tiempo que recitaba el preámbulo de la Constitución Nacional de 1853/60.

Algunos afirman que nos lanzamos barranca abajo con la Revolución de 1930 y otros a la llegada de Perón a la presidencia, en 1946. En un caso serían casi 80 y en el otro más de 60 años de de penoso retroceso y todo indica que habrá poco de qué enorgullecerse en el Bicentenario de la Revolución de Mayo.

Por eso toda la inteligencia, toda la capacidad y toda la energía disponibles de los argentinos deberían estar dedicadas a sacar a nuestra querida Patria de esta larga decadencia sin fin a la vista.

Pero, sin duda, la tarea absolutamente prioritaria de este deseable reencuentro con la senda del progreso será la de atender primero las necesidades de los que sufren miseria, tienen hambre, no tienen techo, no reciben los beneficios de la educación y no tienen un sistema de salud que los proteja. Nada es más urgente.

Eso no será posible si antes no nos reconciliamos entre nosotros, porque el pasado nos paraliza y vuelve una y otra vez.

Y la ansiada y deseable reconciliación solo será posible si reconocemos errores, pecados y crímenes; reparamos o mitigamos los daños y pedimos y concedemos perdón.

Horacio Verbitsky debería ser más prudente, más justo y más inteligente, al juzgar a otros argentinos que pueden haber cometido errores en aquellos años, errores insignificantes comparados con los crímenes que él cometió en sus años de jefe montonero y los odios que sigue alimentando con su maniquea y perversa visión de nuestro doloroso y trágico pasado reciente.

Por eso está en deuda con mi padre y con la Argentina.





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