Dom 17.11.2002

EL PAíS  › SILVIA TOLCHINSKY, TESTIGO CENTRAL EN LA CAUSA CONTRA EL BATALLON 601

“Yo no sé si hubo o no infiltración”

Estuvo secuestrada entre 1980 y fines de 1982. Su relato fue clave para procesar a 26 represores. Pero ahora viene lo que ella llama “el contraataque”: Cristino Nicolaides insinuó que era una “entregadora” de otros montoneros. Además, otro acusado en la causa es su esposo, un ex personal de inteligencia.

› Por Victoria Ginzberg

Silvia Tolchinsky estuvo detenida ilegalmente entre septiembre de 1980 y noviembre de 1982. Su secuestro la llevó a dos centros clandestinos en Mendoza y a tres casas en las cercanías de Campo de Mayo, en Buenos Aires. Su testimonio es central en la causa en la que el juez Claudio Bonadío investiga al Batallón de Inteligencia 601 y ya procesó a 26 represores. Pero la historia de Silvia trasciende a su cautiverio: uno de los principales acusados, el represor Cristino Nicolaides, deslizó en un escrito que presentó en el juzgado que ella podría ser la “entregadora” de muchos de sus compañeros. Además, otro de los acusados es su esposo, Claudio Gustavo Scagliuzzi, quien fue personal de inteligencia del Ejército y a quien conoció durante “los últimos tramos” de su detención. Scagliuzzi está preso en España y podría ser extraditado en los próximos días.
Silvia habló por teléfono con Página/12 desde su casa en Barcelona. Fue relatando con un dolor todavía a flor de piel los detalles de su cautiverio y la desaparición de su primer esposo y el secuestro de su hermano y su cuñada. Repitió los nombres de las víctimas que vio y los victimarios que padeció y que aportó en 1983 ante el rabino Marshall Meyer, en la subsecretaría de Derechos Humanos, en los juicios en España e Italia, y ante Bonadío. Expresó además la angustia y la impotencia que le produjeron en este último la detención de su marido y los intentos por desacreditarla o acusarla de delatora. También admitió que Scagliuzzi deber dar sus explicaciones ante la justicia y que se trata “una historia difícil de transmitir, difícil de explicar”, que es “un resto de la historia siniestra de la Argentina”.
–¿Cómo conoció a Claudio Gustavo Scagliuzzi?
–Lo conocí un año y medio después de ser secuestrada. Pero habiendo una causa abierta, las precisiones sobre él, las dará él cuando se encuentre con el juez. El responderá lo que el juez le pregunte.
–¿Cuál era su rol?
–Puedo decir lo que yo pensaba que él era. Desde el principio yo lo viví como un personaje secundario. Pero es él quien lo tiene que decir. Yo sabía que era alguien que trabajaba para ellos, pero me parecía una persona totalmente secundaria que no tenía relevancia, ni poder de decisión y que desde el principio tuvo una actitud diferente. Parecía muy impactado por la situación, muy incómodo e intentaba, en todo lo posible, buscar formas para aliviarme. En esa situación uno no tiene nada de vida privada, nada; siempre está bajo la mirada de los otros, aún en las condiciones más relajadas de detención y eso es muy terrible. Uno es como que actúa y su presencia fue una especia de pantalla que me permitió cierto alejamiento de esa actuación y para mí fue una presencia muy importante. Por otro lado empezó a tratar de hacer cosas, de hacer llegar a mi familia noticias de que yo estaba viva y sobre todo fue importante en el momento de la libertad vigilada porque yo lo sentía como una protección frente a eso. Y cuando decido irme del país, él me ayuda. El sale un mes después.
–Usted es psicóloga, ¿nunca pensó su relación como de identificación con el victimario o carcelero, lo que se llama síndrome de Estocolmo?
–No. Se generan relaciones muy complicadas, difíciles, pero en el caso de Gustavo parecía que pasaba al revés, que él se identificaba conmigo en vez de yo con él y de hecho eso fue pasando. Me suena mal decir víctima y victimario porque yo no lo pude ver nunca de ese modo. El no tenía una posición de poder, como los demás, algunos más amables, menos amables más bestias, menos bestias, pero todos tenían una posición de poder, él no la tuvo.
–Esa fue su actitud con usted, pero ¿sabe si estuvo en contacto con otros detenidos?
–Cien veces le pregunté si había torturado, si había estado en operativos y el me decía que no, que no. Y yo le creía, y le creo. Durante estos 18 años él se dedicó a buscar reparar los efectos arrasadores de la represión en mi familia. Se fue identificando con nuestro dolor y con nuestra forma de ver el mundo. Creo que estar con nosotros fue una elección consciente, voluntaria, difícil que cambió su lugar en el mundo. Sin duda faltó algo. Espero que esto que nos sucede ahora pueda venir a reparar esa falta y no hacerle pagar su nueva elección.
–Nicolaides entregó al juez un escrito en el que se refiere a una “entregadora” del grupo secuestrado en 1980 y al parecer según dejaron trascender sus abogados, estaría hablando de usted.
–Me parece claro que todas las personas que aparecen acusadas en mi declaración buscarán los recursos para anularla y para desautorizarme como testigo y que la única intención de todo esto es deslegitimar mi testimonio. Lo han hecho durante el juicio a las juntas con los sobrevivientes y mucho más en mi caso, ya que quedo en el ojo del huracán. Lo que me parece importante es que los que están interesados en que la causa siga cuiden mi testimonio. He hablado poco desde que comenzó la causa porque pensaba que no era conveniente generar una polémica por fuera de ella. En todo momento consideré que mis circunstancias personales podían tener una mejor o peor recepción o comprensión de una conducta personal pero sabía que era el punto en el que el Servicio de Inteligencia iba a defenderse, de mí y de Gustavo. Gustavo ya declaró ante un fiscal italiano, con Garzón presente. No tengo dudas de que es una operación de los servicios y que los que están detrás son los prófugos de la causa (hay siete). La intención es que tanto él como yo quedemos en el lugar de la “traición”. Cuando nos escapamos de Argentina a Gustavo le dijeron que se convertía en riesgo para la institución y quedó bajo amenaza. Finalmente me paso el tiempo justificándome, defendiéndome, cuando los que se tienen que defender son ellos.
–Pero hay una sospecha acerca de que hubo –al menos– un “informante” en la contraofensiva.
–Desde mi caída no vuelvo a retomar la relación con la organización y no sé cómo es el proceso posterior. Me guío por lo que se escribe después, por los libros que se publicaron, y percibo que Montoneros no cierra la historia con una valoración, con una autocrítica y con una revisión de lo que fue su práctica y sobre todo sus últimos años de su accionar. Esto es una enorme y brutal deuda pendiente que tenemos todos los que algo tuvimos que ver. Yo no sé si hubo o no infiltración y no tengo datos para decir que sí o que no. De hecho, ni siquiera puedo decir cómo fue la secuencia de las caídas del ‘80 porque soy de las últimas personas que cae. Pero me parece que esto tapa el análisis político, porque todas las respuestas que se dan, tienden a justificar la salida de cada uno y no hay una respuesta de lo que fue –no sé si decirle así– la derrota. Pero fue tan terrible lo que sucedió y Montoneros tuvo una envergadura política tan grande, que la historia de Montoneros, como las generaciones posteriores, merecen que se diga algo de todo eso.
–Los señalamientos a usted van acompañados de la mención a su puesto como secretaria de Firmenich, ¿puede ser un tiro por elevación a la conducción de la organización?
–Fui un año responsable de una secretaría técnica. Fue un año, dentro de veinte de militancia. Además, si había algún puesto burocrático era lo que estaba alrededor de la conducción nacional. El resto de mi militancia es otra y cuando yo vuelvo a Argentina es para buscar una inserción política. También esto trata de cerrar la historia por donde es menos productivo cerrarla.
–¿Cómo se siente ante la inminencia de la extradición de su marido?
–Creo que es lo más saludable, porque se distorsionó mucho su situación. Una figura totalmente secundaria quedó en el centro. Aparece más importante que Galtieri, que todos los responsables. Hay una distorsión que hay que poner en su sitio.
–Pero al principio él se negó a venir.
–Al principio se negó porque nos sorprendió la situación. Pero después pidió declarar reiteradas veces en España, ante los juzgados españoles o ante Bonadío a través de una comisión rogatoria, pero no fue posible. Al principio fue muy brutal la irrupción de esto que pasa. Y nos vuelve una imagen que ni él tenía de sí mismo ni yo tenía de él. De pronto apareció como el único acusado cuando en la declaración aparecían muchos otros. Esto perdió sentido cuando en julio se produjeron las otras detenciones, pero al principio no entendíamos por qué de este modo y por qué a él solo. Creo que hubiera sido más útil si se hacían las cosas de otro modo, sin exponernos tan brutalmente. No creo que le haga bien a la causa que estemos en el ojo del huracán. Es una historia personal, singular, humana. A lo mejor habrá que dar cuenta de ella, habrá que explicarla, porque es un resto de una historia siniestra que hubo en Argentina pero no puede ser en medio de una causa. Nos pueden juzgar a nosotros a nivel personal, moral, podemos herir susceptibilidades, no me puedo olvidar que esto es una historia muy dramática y difícil. Difícil de transmitir y difícil de explicar, pero no es una causa de juicio, no es una causa que anude un proceso judicial. Es muy perverso que se haga de esta manera, porque está en juego una familia, una persona. Nosotros estamos en el medio por nuestros afectos y por nuestra vida y esto es algo perverso. Sé que es difícil pero lo estamos desentrañando con mucho dolor. Los dos sabemos que es una cuestión muy complicada pero estamos tratando de desentrañarla a costa de desgarrarnos en esto. Confío en que se aclare, se que la justicia no es una entelequia ideal pero creo que deben aparecer las intenciones, los atenuantes. Se que no me queda otra que confiar.
–¿Cómo es su vida cotidiana hoy?
–Es terrible. Es tratar de trabajar y ser la mujer de un preso. Es atender abogados, tratar de poder llevarle las cosas que necesita, averiguar las visitas, todo lo que hacen las familias de los presos. Y tratar de no perder lo que pudimos construir. Esto es muy largo y exige que uno trate de estar lo más entero posible.

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