EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Los treinta y ocho votos que consiguió el oficialismo en el Senado le hubieran bastado para ganar, aun con asistencia perfecta. Con pocas deserciones, le permitió lograr una diferencia de ocho y prorrogar las facultades delegadas por un año. El proyecto del Frente para la Victoria (FpV) se benefició con las reformas propiciadas por diputados del centroizquierda la semana pasada. Se acota el plazo, se terminan las subdelegaciones y se amplían las potestades de contralor del Congreso. En buena hora, el Ejecutivo conserva las potestades para manejar la economía.
La solución alternativa, en la que se enroló la oposición, instalaba un horizonte de improbable ejecutividad y gobernabilidad. Esa motivación, pragmática, explica el alineamiento de los gobernadores del Frente para la Victoria incluidos críticos tan ácidos como el chubutense Mario Das Neves. Su propio interés, la gobernabilidad de sus territorios, se garantiza más con un proyecto de continuidad antes que con un salto al vacío. Para los mandatarios provinciales, sería un desastre que el Estado nacional perdiera dinámica y fondeo. Su requerimiento es un reparto mejor de los recursos económicos, pero sería un desastre para ellos que el Estado nacional quedara inerme.
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Los presidentes de todos los bloques propiciaron con tino una sesión serena, vedando el acceso de barras al recinto. Los “autoconvocados” se insubordinaron contra esa decisión institucional. Se han acostumbrado a que demasiados políticos le hagan la venia. Los sublevó un gesto de decoro de senadores que, por lo demás, siguen encolumnados detrás de las corporaciones agropecuarias.
Varios paisanos se transmutaron en barras bravas con el correr de las horas. Sacudieron las vallas, intentaron entrar de prepo al Congreso. En el ínterin, cortaron Entre Ríos. Quizá nostálgico de su provincia homónima y de su praxis piquetera, Alfredo De Angeli se dio una vuelta poniendo cara de “yo no fui”, santificando de hecho la acción amenazante.
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Los debates parlamentarios incluyen dosis sistemáticas de divague y de reminiscencias históricas. En un abuso de esa praxis, eventualmente simpática, el radical Ernesto Sanz y Miguel Pichetto discreparon acerca de la legitimidad histórica de la derogación de la Constitución de 1949. Más cerca en el tiempo, los opositores acusaron a sus colegas del Frente para la Victoria de estar contrariando el mandato de las urnas y perseverar en un hegemonismo ilegítimo y disfuncional. Desde el FpV repasaron la pesada herencia dejada por el gobierno aliancista y resaltaron que las facultades delegadas vienen rigiendo desde hace añares sin mayor reproche del Congreso. Fue un rol playing cantado, desarrollado mayormente en un tono moderado que cabe agradecer.
Los personajes más citados fueron los dos Kirchner (incluidas varias frases de la ahora Presidenta sobre la soberanía popular, usadas en su contra por Sanz) y el infaltable Guillermo Moreno.
El Gobierno sacó ventaja con la actual composición del Congreso. Los opositores le enrostraron mala fe y auguraron cambios significativos a partir del primero de marzo de 2010, cuando comenzarán las sesiones ordinarias con la integración parida en 2007 y en el reciente 28 de junio. Todos saben que ese escenario será muy otro y tramitan la vigilia.
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La impresión dominante es que el kirchnerismo conserva la iniciativa, ante adversarios políticos desmadejados. Subsiste una diferencia en la voluntad política. También existen, cuanto menos, dos razones objetivas. La primera es el interregno parlamentario en el que el FpV conserva una primacía transitoria y capciosa. La segunda es que conserva cierto espíritu de cuerpo, responde a un liderazgo y cauterizó pasablemente la hemorragia de tránsfugas post-electorales.
El frente opositor, en cambio, sólo se congrega para cuestionar las acciones del Gobierno o para defender las reivindicaciones de las corporaciones agropecuarias o mediáticas. El setenta por ciento que invoca (amén de sumar peras y manzanas, incluso de izquierda) es una quimera matemática, no un colectivo unificado.
La competencia de cara al 2011 no fue saldada en las urnas y propaga sus efectos. Dos movidas del Gobierno, sin buscarlo, exacerbaron conflictos irresueltos. La convocatoria al diálogo elevó la tensión entre Elisa Carrió y los radicales, Julio Cobos especialmente. Las distintas concepciones de Martín Sabbatella y Fernando Solanas se hicieron palpables cuando “Pino” indujo a sus aliados a no votar junto al oficialismo las facultades delegadas.
Menos explicable por motivos agonísticos fue la rencilla entre Carlos Reutemann y Roxana Latorre. La senadora dio una manito al oficialismo firmando un despacho en disidencia. Es difícil creer que una legisladora avezada haya incurrido en un error, sus explicaciones fueron imprecisas. Algo se quebró allí y motivó la cólera de Lole. Acusó a su ladera fiel de haberlo abandonado “en una batalla campal”. La verba belicista de Reutemann, parcialmente mitigada por su inexpresividad, contradice su fama de moderado. Sus idas y venidas robustecen su fama de irresoluto y carente de liderazgo. Dejó de garpe a varios medios y “jugadores” del poder económico que lo quieren cambiando piñas en el medio del ring. Sus declaraciones sobre Duhalde tuvieron la lógica de los oráculos: son polisémicas. O, por decirlo de modo más charro, nadie sabe qué quiso decir. Hay quien interpreta que fue una ironía. Sería toda una novedad, pero nada es imposible en este valle de lágrimas.
Los gobernadores peronistas que ganaron las elecciones tampoco unifican personería, como se venía suponiendo cuando se prefiguraron los resultados de junio. De momento, prefieren ir articulando con la Casa Rosada y armar bien su frente para cuando se discutan el Presupuesto, la ley de cheque y los acuerdos financieros con el Estado nacional para atender las delicadas situaciones provinciales.
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El Gobierno saca provecho táctico de su veranito, pero no construye un escenario de cooperación que le valga de chasis en los próximos años. Lo precisará aunque ahora lo disimule o, quién sabe, lo niegue. No se compromete con el diálogo ni se aplica a fondo a plasmar el Consejo Económico Social, ni siquiera parece haberlo internalizado.
Sus adversarios se obstinan en la sojadependencia, en sus internas y en la defensa de causas que no galvanizan multitudes.
El resultado electoral dejó un saldo complejo, que torna trabajosa la gobernabilidad. Pasaron apenas dos meses del veredicto electoral, es poco tiempo. Con esa salvedad, nadie parece estar a la altura del desafío y de la novedad.
El cronista cree percibir un dato digno de mención dentro de ese cuadro general. La opinión pública, “la calle”, “la gente” (tache lo que le fastidie) está aplicada a sus propios intereses. El clima general se atemperó: es mucho menos crispado que antes de las elecciones o durante el conflicto de las retenciones móviles. Ni la ira de los defensores del complejo TSC, T&C et al ni la de los ruralistas contagia a las mesas de café ni a otros sujetos sociales. Dentro de todo, es una buena noticia.
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