EL PAíS › LUEGO DE ECHAR A SU MUJER, CAPITANICH INICIO EL DIVORCIO
› Por Alejandra Dandan
Dicen que, el fin de semana, él lo advirtió ante un grupo de íntimos. “Prepárense para lo que se viene”, les dijo, apocalíptico, Jorge Capitanich. “En estos días puede pasar cualquier cosa: inicié el trámite de divorcio.” El episodio doméstico terminó en pocas horas en una tragedia política. Sandra Mendoza, la mujer del gobernador del Chaco, intentó detener como las heroínas bíblicas a una avanzada de la policía que intentaba desalojar a los manifestantes de la plaza central. “¡Vuelvan a la plaza! –les dijo a los que se iban–. ¡Que este gobierno no reprime!”, repitió, pero la policía, entonces, reprimió, golpeó, le dio una trompada en la boca a un fotógrafo y detuvo a 29 personas.
En las redacciones de diarios chaqueños, ayer circuló un mail personal from Jorge Capitanich. “En el día de hoy –escribió– he decidido promover el divorcio para separarme de mi esposa. No ha sido una decisión fácil, especialmente por la situación de nuestras dos hijas. Esta es una cuestión privada y, como tal, mi familia y yo esperamos que esto sea respetado.”
No mucho más, sólo la convicción de muchos de que allí estaba una de las claves para entender qué es lo que había sucedido en un lugar en el que cada tanto hasta los más absurdos niveles de pobreza parecen tomar las dimensiones de Macondo.
Sandra Mendoza era hasta febrero la ministra de Salud de la provincia. Otro episodio, esa vez, los cimbronazos con los que sacudió su camioneta, golpeándola contra una pared mientras se desataban los números del dengue, la dejó fuera del ministerio. A continuación, Capitanich intentó armarle un espacio menos expuesto, pero nunca la alejó del gobierno. La dejó a cargo del Programa de Salud Familiar, coordinadora de los programas de salud deportiva, programa de municipales saludables, programa de salud integral en la adolescencia, una catarata de nombres que parecía taparle, un listado de cargos por los que cobraba cinco mil pesos o, como dijo ayer, “esos miserables cinco mil pesos”. Hasta entonces, como desde hacía años, no convivían, pero nunca formalizaron el divorcio.
“Sandra Mendoza no es Capitanich”, dijo ella, ayer, modulando lentamente, como sedada. “Yo tengo un apellido que honro: mi padre, Guillermo Mendoza, fue presidente de la Corte Suprema del Chaco durante todos los períodos democráticos; mi hermano Claudio fue el creador de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados de la Nación.”
De origen peronista, “ciento por ciento”, como dijo ayer, se ufana de que gracias a ella, a “los Mendoza”, el gobernador hizo toda su carrera política. “El viene de una familia radical, de agricultores”, indicó. “Tanto que su hermano Héctor fue candidato a intendente de Angel Rozas en 1995, y a mí me debe la carrera política, porque si mi padre no hubiese hablado con Danilo Baroni para que sea su secretario privado, y después secretario general de la Gobernación, no habría llegado adonde llegó.”
Los micrófonos porteños encontraron en Sandra a una especie de aliada. Durante todo el día la hicieron hablar. “Durante toda la campaña política nos quisieron divorciar”, dijo. “Así que hasta que no me llegue la notificación, descarto totalmente esta versión. No me consta –dijo– para nada que mi marido haya iniciado los trámites de divorcio; es más: hoy estuvimos hablando naturalmente con él.”
A esa hora, lógicamente, la carta de Capitanich daba vueltas por todos lados. Tras el episodio de la plaza, anuló los decretos de su último nombramiento y la dejó afuera del gobierno. Capitanich, en Buenos Aires, ordenó que no la dejen entrar ni a la Casa de Gobierno, ni a la residencia. Ella todavía no se cansa. “Voy a empezar una huelga de hambre”, dijo. “La muerta va a ser la madre de las hijas de Capitanich.”
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