EL PAíS › OPINIóN
› Por Patricio Rice *
En 1977 el holandés Theo van Boven fue una de las caras visibles y ciertamente una de las más solidarias que encontramos las víctimas de la dictadura militar cuando fuimos a denunciar la situación argentina ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, Suiza. Este profesor de derecho de Maastricht es tan conocedor de los derechos humanos que ni siquiera tiene que citar referencias cuando habla. Es un maestro que tiene todo bajo tal dominio que expone con naturalidad y sabiduría sobre cualquier punto en cuestión.
Proveniente de la diplomacia y de la docencia universitaria, tuvo desde joven que dejar de lado los libros de texto y sus jóvenes estudiantes para enfrentar un auditorio cínico y complicado como son los representantes de los Estados en Ginebra. Su mejor argumento allí siempre fue su capacidad de diálogo en base al sentido común junto a su insistencia sobre la necesidad de los Estados de avanzar siempre en sus respuestas frente a las violaciones de los derechos humanos en el mundo.
Y le sobraba autoridad para desafiar a los Estados. Al principio integró la misión holandesa en Ginebra desde los años sesenta hasta que llegó a ser nombrado director de la división de derechos humanos de la ONU en 1977. Le tocó a Van Boven enfrentar a casi todos los gobiernos latinoamericanos por ser ellos regímenes de seguridad nacional. No sorprende que sus detractores, liderados por los militares argentinos y uruguayos, lo hostigaran tanto que tuvo que renunciar a su cargo durante la Comisión de Derechos Humanos de 1982 pero no sin antes dejar un discurso histórico de despedida: “Si esta Comisión no se ocupa de los derechos humanos, no tiene ninguna razón de existir”. Estas palabras lapidarias siguen aún sacudiendo la ONU por hacer creíble ante el mundo el flamante Consejo de Derechos Humanos que reemplazó a la Comisión en 2006. Aunque trabajó para que los gobiernos asuman sus responsabilidades en derechos humanos, el punto de partida de Von Boven fueron siempre las víctimas, la evidencia más concreta de las diferentes situaciones. Y nunca tuvo dudas en reunirse con ellas y sus representantes por más que los diplomáticos cuestionen esa actitud como impropia de un funcionario internacional. Desde que las Madres de Plaza de Mayo empezaron a transitar por las pasillos del Palais des Nations, Von Boven no solamente las escuchó sino que junto a su esposa las recibía regularmente en su casa para compartir con ellas su mesa familiar. No le importaba ser visto en compañía de “madres de terroristas”. Es que dentro de su visión, la experiencia de las víctimas es fundamental por ser el desafío fundamental al sistema internacional de protección. No es casualidad entonces que su nombre quede vinculado con los principios de reparación para las víctimas de las violaciones de los derechos humanos. Fueron aprobados por la Asamblea General en 2005 y conocido desde entonces como “Los principios de reparación Van Boven” .
Antes de retirarse, el Profesor Theo tuvo un fructífero pero polémico mandato como relator sobre la tortura desde 2001 al 2005. Entre otros países visitó España y publicó un informe revelando varios casos de tortura en ese país. En la sala plenaria de la ONU lo vimos nuevamente defenderse pacientemente ante los ataques del Estado español y de otros diplomáticos. Se esforzaba por explicar las obligaciones que se imponían a los Estados en cualquier lucha antiterrorista. Fue durante el mismo período cuando sorprendía al gobierno de Néstor Kirchner denunciando casos de tortura en Argentina, incluyendo los atropellos policiales a la comunidad toba Nam Qom en Formosa. El gobierno argentino tuvo que investigar estas denuncias y aceitar sus mecanismos de respuestas a las demandas internacionales. Había un relator de la ONU que cumplía con su mandato sin miramientos a las amistades. Ciertamente, en muchos gobiernos hubo un respiro generalizado cuando finalmente le llegó su jubilación en 2005.
El reconocimiento que se está dando a este maestro de los derechos humanos en Argentina es totalmente merecido, pero también este gesto enaltece al gobierno nacional. Se distingue a una persona que fue solidaria en los tiempos difíciles, pero ha sido también exigente en la democracia. Theo van Boven nos enseña que el lugar de un defensor de derechos humanos, sea estatal o no gubernamental, es siempre al lado de las víctimas. Pero también nos enseña que las soluciones vienen de los Estados y por eso hay que dialogar, exigir y asumir responsabilidades. Sólo así llegaremos a alcanzar los ideales que soñaron los autores de la Declaración Universal de Derechos Humanos el 10 de diciembre de 1948.
* Secretario ejecutivo Fedefam (1981-87).
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