EL PAíS
› LA GENTE ABANDONA LOS TRENES POR LA INSEGURIDAD Y SU DEPLORABLE ESTADO
En la vía
Los vagones no tienen vidrios ni persianas, hay marcos arrancados de cuajo y asientos destruidos. A eso se suman la creciente cantidad de robos y violencia. Quienes pueden dejan de viajar en tren. ¿Abandono o vaciamiento?
› Por Horacio Cecchi
La privatización y la crisis lograron lo que pocos pueden lograr: darle sentido a la palabra. Con el cambio de nombres las líneas privatizadas también cambiaron su esencia: son ex ferrocarriles con todo lo que ello implica. Empezando por el número de pasajeros que disminuye aceleradamente: entre un 25 y un 30 por ciento menos de lo habitual. Motivos hay muchos. Inseguridad; deterioro de los vagones, sin vidrios ni persianas metálicas y los marcos de sus ventanas arrancadas de cuajo; sin puertas ni iluminación; y con asientos destrozados o sencillamente ausentes. Los empresarios argumentan deudas del Estado. El Estado ya dispuso la emergencia ferroviaria para atender a los ex ferrocarriles: un subsidio para reemplazar un ex subsidio que nunca fue puesto en práctica. La falta de seguridad, de asientos y la sobreabundancia de viento que se cuela por los agujeros negros ya obligó a la Universidad de Quilmes a paliar las incomodidades de sus alumnos poniendo una combi y coordinando con una línea de colectivos la extensión de sus horarios de partida y de llegada. El defensor del Pueblo, Eduardo Mondino, asegura que se está frente a un vaciamiento, mientras que gendarmes y federales custodian lo poco que queda, a razón de dos hombres cada alguna estación.
Como dato de la crisis, el registro de quejas de los pasajeros que lleva la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT) indica que el ex Roca (Metropolitano) se lleva todas las palmas: durante el año pasado se presentaron 9666 quejas por diferentes motivos, seguida de cerca por la ex Mitre y la ex Sarmiento (ambas de TBA) con 8964 y 8474 respectivamente. En el ex Roca, el principal motivo fue excesos de poder de boleteros, guardas y agentes de seguridad (en aquel entonces, sólo de Policía Ferroviaria de la Federal): 1712 quejas. La ex Mitre recibió 1503 quejas por demoras, levantamiento de servicios, problemas de horarios e incidentes en los vagones. En la ex Sarmiento, 3781 protestas tuvieron que ver con mal funcionamiento de expendedoras de boletos, errores en los abonos (a favor de la empresa) y falta de cambio (ídem).
El tema de la inseguridad tiene un sesgo particular: en los primeros tres meses de este año, el ex Roca recibió casi el 70 por ciento de las denuncias realizadas durante todo el año pasado: 1390 en el 2001, y 860 en el primer trimestre de este año. El ex San Martín (también de Metropolitano) recibió entre enero y marzo algo más de la mitad de los reclamos por inseguridad recibidos durante todo el 2001: 560 y 999 respectivamente (ver aparte). Y cabe recordar que sólo entre un 10 y un 30 por ciento de los pasajeros están dispuestos a presentar denuncia. El resto son víctimas pasivas.
Aterrada pero limpita
“¡Todos al piso!¡Todos al piso!”, escuchó gritar Marisú, pasajera habitual de la línea electrificada que lleva a Banfield. “Ya me parecía raro que en Constitución hubiera tantos policías –dijo Marisú a Página/12–. Le pregunté a uno si había pasado algo y me contestó que ‘no, acá no pasa nada, en Avellaneda subimos a la barra de Chacarita’. Los vamos a subir en los dos últimos vagones y el tren es largo. Vaya para adelante.” Y Marisú, confiada, fue hacia adelante.
Los muchachos de Luis Barrionuevo bajaron en Lanús y allí empezó el jaleo. “Vi gente que corría, gritos, pasó de todo. Se escucharon unos estampidos. Alguien dijo que eran tiros y enseguida otro gritó ‘¡Todos al piso!’. Con la mugre que tenía el piso yo no sabía qué era peor, si quedarme parada o tirarme como decían”. Al final, Marisú se quedó en cuclillas, aterrada pero limpita. “Otros se tiraron así nomás. Yo no podía. Después seguimos”.
Pero el viaje de Marisú a Banfield estaba predestinado. Además de los muchachos de Barrionuevo viajaba la barra de Arsenal que bajaba en la misma estación que ella. Cuando el tren llegaba a Banfield, Marisú se paró y se acercó a la puerta con cautela. “¿Tiene que bajar en Banfield?”, preguntó un comedido –“a esa altura, éramos todos íntimos, habíamos pasado la guerra juntos”–. “Nooo, señora, si está sola no baje, siga hasta Lomas y vuelva en colectivo”, recomendó en base a su experiencia y con el apoyo tácito del resto. Marisú siguió las indicaciones, bajó en Lomas, ya no había barras, y tomó el colectivo hacia atrás para llegar a destino. El viaje de 16 minutos le llevó una hora y media.
La mugre en el piso a la que se refería Marisú debe ser la misma que existe hoy en día. “Durante la mañana limpian los vagones –confió Daniela, una joven que atiende un puesto de choripán en la estación Avellaneda–, pero a la tarde, después de la hora pico queda toda la mugre, y si es viernes o sábado que no limpian, es un desastre y con olor”. La limpieza tampoco es a fondo. Como enviado especial a la línea under, este diario comprobó que todo consiste en el paso rápido de un escobillón por el pasillo, en las terminales. Papeles, latas y demás se acumulan así debajo de los asientos.
Viaje a ninguna parte
El hedor sube rancio y espeso hasta media altura. Ni siquiera alcanza a dispersarlo el ventarrón que se cuela por lo que eran ventanillas y ahora son agujeros negros. Es tan continuo y consuetudinario que ya se ha integrado a la estructura del 3676. El 3676 es uno más de la flota de vagones en uso, pero en tren de desperdicio en la ex línea Roca. Un par de muchachos, sentados en el último asiento, concentra las miradas del pasaje. El miedo se cuela entre los pasajeros igual que el viento. Las mujeres aprietan sus carteras contra el cuerpo. El hedor, los agujeros negros, una persiana metálica doblada como si fuera de cartón, miradas torvas, y el rasta y su colega de colita que no hacen nada pero dominan dan al medio centenar de pasajeros la sensación de que este viaje, ramal Temperley-Berazategui, es su último viaje. Detrás del dúo del último asiento, un graffiti estampado sobre el tabique de madera y firmado por un tal “Poeta de la Vía”, dice: “Error. Estas vías que tomaste te llevan a ninguna parte”.
Otro vagón, otro viaje. Un pasajero se acomoda en uno de los pocos asientos útiles, se acurruca contra el marco de la ventanilla, que sigue siendo marco porque cuelga de uno de los seis tornillos que lo mantienen. Envuelve su cabeza con la capucha de la campera, se cruza de brazos y se duerme. La extraña imagen en un día de sol radiante y 30 grados de temperatura tiene su explicación cuando el tren toma velocidad y el viento arrasa con todo.
Un vagón de cualquiera de los ramales no eléctricos de la ex Roca debería contar con cuatro puertas por lado, que separan al coche en tres secciones. Cada sección debería estar provista de dos hileras de nueve asientos dobles cada una, movibles mediante una agarradera de metal, colocados junto a nueve ventanillas por sección, cada una de ellas con su correspondiente vidrio y cortina metálica. Lo que hace un total de ocho puertas laterales, 54 asientos, 54 ventanas completas.
El 3631, Constitución-La Plata, el mismo vagón del pasajero preventivamente acurrucado no es uno más de tantos vagones: ese día es un oasis entre tanto servicio deprimente, con sólo 12 asientos destrozados, cinco persianas (cuatro dobladas como papeles) y dos vidrios enteros. Un asiento fue descendido en alguna estación, y 47 ventanillas desaparecieron de cuajo. En otros coches las paredes están destrozadas por completo. Los asientos también. A muchos les arrancaron la manija de hierro. Sobre los respaldos, los graffitis intentan recrear el viaje.
Un by pass preventivo
Los lamentos de las empresas por la caída en la cantidad de pasajeros indican que TBA (Mitre y Sarmiento) transporta alrededor de 12 millones de personas al mes, un 30 por ciento menos que sus valores históricos. Y Metropolitano (Roca, San Martín y Belgrano Sur), a 15 millones, 25 por ciento menos que otros años. Y a estas cifras los empresarios suman la evasión de boletería, que calculan en más del 5 por ciento en promedio entre todas las líneas. Metropolitano aseguró que en sus líneas la evasión en un año pasó del 13 al 19 por ciento. Y todo indica que la mayor preocupación de las empresas no parece puesta en el cuerpo del sufrido usuario sino en su más sufrido bolsillo, porque los servicios de vigilancia no están distribuidos en vagones sino en los andenes, próximos a las boleterías. En julio pasado este diario informó sobre actos de vandalismo, pero del lado de la vigilancia, cuando gendarmes detuvieron y amenazaron a varios pasajeros acusados de haber evadido la boletería, sin considerar el boleto que cada uno llevaba encima.
Pero las evasiones no sólo corren por parte de algunos pasajeros. También las empresas hacen su aporte, transformando al ex transporte ferroviario en un círculo enviciado: según un informe de la CNRT a la Defensoría del Pueblo de la Nación, las multas impagas por las empresas superan los 12 millones de pesos. Este diario tuvo acceso a dicho informe en el que consta que TBA fue multado con casi 5 millones de pesos, de los cuales abonó poco más de 50 mil cumpliendo sólo con multas menores. Uno de los pagos fue de 70 pesos con cincuenta centavos. Sólo la ex Roca, del Metropolitano, fue multada con alrededor de tres millones, de los cuales cumplió con cuatro multas de 4416, 1500, 1024 y 975 pesos. No hay excepción en el resto de las empresas. Por su lado, las empresas reclaman el pago de una deuda estatal de unos 30 millones de pesos (ver aparte).
Fuera del teje y maneje ferroviario, pero sufriendo el estado de los servicios, los pasajeros van disminuyendo. “En mayo, después de varios robos y teniendo en cuenta lo pésimo que se viaja en tren –confió una fuente de la Universidad de Quilmes– decidimos recomendar a los alumnos y profesores que viajaran en otro medio de transporte. Pusimos una combi de la universidad que viaja dos veces por día a La Plata para facilitar el traslado para algunos. También se mantuvieron conversaciones con la línea de colectivos 109 para que extendieran su recorrido hasta la puerta de la universidad, y para que ampliaran sus horarios. La empresa no modificó el precio del pasaje, pero ahora llega hasta la puerta y empieza los recorridos más temprano y termina más tarde”.
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