EL PAíS › OPINION
Cinco meses de primacía oficialista. Lo que obtuvo y lo que dejó de hacer. La unidad de la oposición, exclusividad del Congreso. Las autoridades en diputados, tras los muros sordos ruidos. El peso de la centroizquierda, sus polémicas internas. El Senado, más parejo, vendrá después. La semana del candombe, en ciernes.
› Por Mario Wainfeld
El panorama político, a cinco meses de las elecciones, es bien diferente del imaginado el 29 de junio. El oficialismo no se resquebrajó, recobró la iniciativa, impuso una agenda ambiciosa y heterodoxa, blindó su ecuación de gobernabilidad económica. Las facultades delegadas, el Presupuesto, la ley ganzúa que reabre el canje de deuda privada, la prórroga bianual de la emergencia económica, le habilitan una perspectiva de crecimiento, elevado gasto público y caja robusta.
La asignación universal por hijo atiende a un flanco desprotegido, apunta al núcleo duro de la pobreza. Aun con falencias que pueden excluir a quienes deben ser beneficiarios, es un salto de calidad en políticas sociales y en construcción de ciudadanía. Sus primeras consecuencias ya empezarán a hacer efecto. En diciembre la cobrarán los padres de más de 2.600.000 chicos, según la información oficial. De acuerdo con las estimaciones provisorias (por ahora, a ojímetro) de la Anses, alrededor de la mitad de ellos no percibían ningún ingreso por planes sociales. La inscripción seguirá abierta y el universo se duplicará, cuanto menos.
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LdSCA) es un hito histórico, cuya propagación cultural y pluralista está en pañales, pero cuyas represalias mediáticas forman parte del orden del día y van in crescen-do. Las principales lanzas de la oposición real, cuando está por llegar diciembre, son las corporaciones patronales, lideradas por las mediáticas, seguidas muy de cerca por las agropecuarias y con buena parte del empresariado industrial en la bulliciosa y seguidista retaguardia.
Es un cuadro arduo, con pilares sólidos y adversarios potentes. Lo completa la movilización en calles y rutas, en la que se han hecho fuertes sectores de izquierda, predominantemente antikirchneristas.
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Banderas y errores: El kirchnerismo le sacó el jugo a la disciplina de sus bloques parlamentarios y a la dispersión opositora. Hizo propias banderas de centroizquierda que había soslayado o hasta menoscabado, como la asignación universal y la propia LdSCA. Se plegó al canon de los economistas que tantas veces denostó, para convocar a los hold outs y comenzar los escarceos de acercamiento al Fondo Monetario Internacional. Armó ese paquete mestizo, nada convencional, urdiendo alianzas con sucesivos aliados ad hoc.
Su programa del semestre le habilita instrumentos para intentar gobernar el 2010, con parámetros no tan distintos a sus años más felices, hasta 2007. Superó los pronósticos más optimistas y quedó muy lejos de los pesimistas, que primaban en el ágora.
Su construcción fue imperfecta, en el camino cometió errores variados, tensó demasiado la cuerda con casi todo el arco político y subestimó la construcción de puentes con otras fuerzas de cara a la gobernabilidad hasta el final del mandato.
La reforma política que se tratará en el Senado el miércoles fue, estima el cronista, el más reciente de esos errores no forzados, que lo alienan de interlocutores fuera del círculo de sus lealtades. Floja praxis es, en general, imponer una norma de este tipo con mayorías estrechas, las torna inviables en el mediano plazo. Se da por hecho que el kirchnerismo aspira a sacar enormes ventajas en las elecciones de 2011, en tiendas propias y ajenas. La hipótesis es aventurada, peca de un voluntarismo absurdo suponer que un diseño institucional reparará la pérdida de consenso ciudadano, mediando dos elecciones (interna abierta y general) a padrón completo. Las potencialidades futuras son, digan lo que digan los augures de ambas trincheras, entre vidriosas e inverosímiles. Son potentes, en cambio, los costos inmediatos, el encono de todo el abanico opositor justo en las inminencias del ingreso de los legisladores nacionales electos.
El kirchnerismo poco o nada hizo por habilitar instancias de diálogo y cooperación con sus adversarios. Las plasmó en el Parlamento, pero las afeó con movidas ulteriores. Nula libido aplicó al diálogo político y cajoneó el Consejo Económico y Social. Jugó sus fichas al manejo de mayorías parlamentarias, tanto como al de coaliciones tácticas en función de cada ley. El tacticismo de coyuntura le reportó bastante, pero le hace cuesta arriba la negociación para el nuevo Parlamento y la convivencia en la segunda mitad del mandato de Cristina Fernández de Kirchner. En Olivos y en la Casa Rosada se aduce que la oposición es irreductible y que no hay gesto o puente que le venga bien. Puede haber una buena ración de eso, pero es claro que el kirchnerismo no se esmeró en matizar o limar diferencias. Fue, como es su marca de fábrica, tan poco diestro como poco empeñoso para “hacer política” en otros aspectos: articular, arrimar posiciones, compartir con “otros” el capital simbólico de sus acciones. Así arriba al 3 de diciembre, el día en que comienza la semana del candombe.
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El día del candombe: En Uruguay, desde 2006, el 3 de diciembre es el día nacional del candombe, la cultura afrouruguaya y la equidad racial. Se evoca un acto de crueldad y racismo: treinta años atrás, en esa fecha se demolió el conventillo Mediomundo, en el barrio Sur de Montevideo. Era el centro de los festejos del Carnaval durante los desfiles de llamadas. El ataque pretendía mutilar ese espacio, “blanquear”, alejar a los negros de las calles céntricas de Montevideo. Ahora se repudia y se honra a la diversidad.
El jueves 3, en Buenos Aires, pinta ser el día del candombe, en otro sentido. Se dirimirán, en sesión preparatoria, las autoridades y los integrantes de las comisiones en la Cámara de Diputados. La disputa pinta dura y frontal, se oyen ruidos de corceles y de aceros.
La oposición de centroderecha despliega una ofensiva en procura de tomar posiciones estratégicas. Hasta hablaron de ir por la presidencia del cuerpo, sin conseguir (de momento) consenso interno pleno. La batida, que procura presidir comisiones estratégicas, no tiene precedentes históricos. La tradición reserva el predominio al oficialismo, se mantuvo aun en 1987 y 1997, tras las derrotas de Alfonsín y Menem en las elecciones parlamentarias. La situación actual ni siquiera es idéntica: el actual oficialismo conserva (a diferencia de entonces) la primera minoría. La oposición, antaño, estaba cohesionada en una fuerza que había triunfado en los comicios: el peronismo en el ’87, la Alianza en el ’97. Ahora es un archipiélago de fuerzas que, de momento, se proyectan para presentar tres o cuatro candidatos presidenciales: Julio Cobos, un peronista disidente, Elisa Carrió, ¿Mauricio Macri? Por añadidura, Proyecto Sur se suma por izquierda a la avanzada, con Fernando Pino Solanas (otro aspirante a la presidencia) a la cabeza. No hay una oposición única, sino un archipiélago de bloques y de propuestas, sin afán de confluir. Los une apenas (nada menos) un común denominador, que es desbancar al kirchnerismo.
La legalidad no obsta al empeño opositor: si no hay consenso, las autoridades deben votarse. La tradición no recoge precedentes análogos, no por protocolo o por ritualismo hueco, sino por lógica de gobernabilidad. Ningún sistema político es conducido por la oposición parlamentaria, que se sepa. Si es un puzzle, mucho menos. Argentina es país fértil para las innovaciones, pero el canon dominante evita conflictos institucionales y una conducción policéfala sin programa ni presencia ejecutiva.
Esas son las buenas razones que tiene el Frente para la Victoria (FpV) para cuestionar la embestida. Pesa en su mochila su ineptitud (o falta de vocación) para articular en tantos años que ha contribuido al clima de encono vigente. Construir a pura imposición del número, sumar a pura tracción, tiene contraindicaciones en el plazo largo, ahora estallan.
La desmesura opositora, que podría ser destituyente si deriva en paralizar al Gobierno. Un incentivo pragmático podría marcarles límites. El radicalismo (segunda minoría), el peronismo disidente y PRO tienen buenas perspectivas de prevalecer en las elecciones de 2011. Hasta Julio Cobos está en distinta posición que cuando votó “no positivo”: es el mejor posicionado para llegar a la Casa Rosada sin atajos ni jugadas “a la hondureña”. Y ya no le falta tanto tiempo. La alternancia es un puntal de la democracia y un aliciente para no romper las reglas.
El FpV y el Frente del rechazo mantienen escasos contactos en la previa. Su acción simétrica es sumar adhesiones para definir el número de votos de cada sector. Más cerca del jueves, cuando ese horizonte (siempre móvil en los alineamientos micro) se despeje quizá negocien como sería deseable.
El porotómetro del cronista, con la foto de hoy, marca una mínima primacía opositora. Las definiciones de los legisladores de centroizquierda pueden ser cruciales. Dos sectores parecen haber definido su postura. Proyecto Sur se suma al centroderecha, lo que allegaría a la movida opositora alrededor de ocho diputados. El Nuevo Encuentro de Martín Sabatella es partidario de no “jugar con la derecha” y formar un bloque autónomo que defina ley por ley su postura, contaría con cinco diputados. Dos bloques bipersonales, el de los socialistas Jorge Rivas y Ariel Basteiro y el de Libres del Sur (Victoria Donda y Cecilia Merchán), están menos definidos. Toda descripción y, sobre todo, los números están sujetos a variaciones diarias.
Las disidencias aluden a la caracterización del kirchnerismo, si es el principal adversario o si es un gobierno con claroscuros, que produjo avances virtuosos y que tiene un techo en su marco de alianzas. También hay distancia en la evaluación de los costos (para el perfil propio y para el conjunto de la sociedad) que pueda significar favorecer el cambio de guardia parlamentario. Por decirlo en términos más polémicos, si los unos terminarán siendo funcionales a un oficialismo que nada tiene que ofrecer o los otros a una derecha que va por el poder con una agenda regresiva, sin más. Ese debate ya atraviesa el centroizquierda, el socialismo podría ser el fiel de la balanza, más adelante.
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La oposición se afana en sumar voluntades y alega querer un acuerdo sensato y con buenos modos. Pero hasta ahora, su cartilla es más un prospecto de rendición que de consenso. Uno de los principales operadores del Frente para la Victoria describe la situación interrogando a Página/12: “¿Usted firmaría un pacto impuesto por la contraparte en el que le rompen el alma?”. No dice “alma”, exactamente. El cronista es poco afecto a ese modelo de contratación, su respuesta es negativa. La duda es si existe una zona común que limite la pura imposición del número.
Una visión constructiva podría articular la vicepresidencia primera para el radicalismo, reconociéndole al oficialismo la cabeza de tres o cuatro comisiones estratégicas y un número de propios y aliados en ellas que le garantizara viabilizar sus proyectos. Concesiones mutuas, sería sensato, suena utópico en la cultura dominante, que impera de los dos lados. ¿La oposición, tras renegar de ese método, se apronta a ejercitarlo sin ambages? Tal la profecía de sus colegas del FpV y la intuición del cronista. La retórica de los amplios consensos y el diálogo puede ser suplida por las peleas voto a voto, en aras de ganar por uno, siempre con la coartada republicana. El oficialismo incurrió en ese pecado en varios casos y reincide con la reforma política. Otra, mejor, fue su actitud en leyes determinantes como la restauración del sistema jubilatorio de reparto, la reestatización de Aerolíneas Argentinas y la LdSCA: congregar aliados contingentes y construir mayorías multicolores amén de amplias. “Si se forman las comisiones como pretende la oposición, leyes como ésas no podrán salir”, arguye Agustín Rossi ante diputados del centroizquierda, ya definidos o aún dubitativos.
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La agenda corta: Desbancar al kirchnerismo es la plataforma opositora. Su agenda parlamentaria real es corta, aunque cuenta con componentes explosivos. El Consejo de la Magistratura, los superpoderes y el Indec están en la picota. La legislación agropecuaria es el otro ítem. Si comprendiera una reducción sideral de las retenciones, que fue factor de unión entre las derechas y Proyecto Sur antaño, serían tremendas las repercusiones en la sustentabilidad económica y por ende en la gobernabilidad. En el FpV ese afán se da como un hecho, aunque quizá la perspectiva de estar en la Rosada reactive el teorema de Raúl Baglini quien, dicho sea de paso, es uno de los principales operadores de Julio Cobos. El vice lo recibe en su despacho, aposentado en sillón rotundo, ornado de dorado, con brazos firmes (como el de Rivadavia) con la enseña patria atrás. La escenografía describe una ambición que la torpeza de Carlos Reutemann y Mauricio Macri ha agrandado en los meses recientes. La jura de los senadores recién llegados, bajo la presidencia de Cobos, fue una suerte de festejo anticipado del radicalismo. Lole, un maestro en dilapidar chances, salió segundo lejos en el aplausómetro.
Las autoridades del Senado se eligen recién en febrero, una enormidad de tiempo para los parámetros domésticos.
Vericuetos de la historia, en el Senado el oficialismo podría tener (dentro de su retroceso general) un horizonte más parejo que en Diputados, que le prodigó solo victorias desde 2003. La Cámara alta renueva por tercios, Diputados por mitades, lo que explica parte de la mutación. Claro que toda estimación es precaria, máxime cuando habrá que ver cómo va jugando la centroizquierda que, con cerca de veinte diputados, puede ser una bisagra esencial y definitoria.
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La semana del candombe: Si bien se mira, lo que se viene es la Semana del Candombe. Terminará el 10 de diciembre, cuando asuman los diputados y “el campo” realice una concentración en el Rosedal. Aspira a que sea masiva, sin duda sumará opositores de todo pelaje y contará con la bendición de prelados ecuménicos de derecha. Será un modo de festejar las elecciones de junio, que comenzaron a forjarse en el conflicto de las retenciones móviles. Con torpeza descomunal, el oficialismo engendró a Julio Cobos, un Frankestein acunado en la fórmula presidencial. Su falta de perspicacia agigantó a un segundo contendor, Francisco de Narváez. Por ahora, Cobos habla de sumar a Hermes Binner. Más por lo bajo, sus operadores y los del empresario diputado entretejen una coalición (Cleto en Nación, el Colorado en Provincia) que alteraría nervios e identidades, poniendo en figurillas a radicales progres y socialistas pro boinas blanca, pero podría capitalizar muchos votos.
Toda esta historia continuará. Siga el baile, siga el baile, al compás del tamboril en un sistema político que no da resuello.
Ya que estamos, ojalá que hoy redoblen los parches por el Pepe Mujica, del otro lado del charco.
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