Dom 20.12.2009

EL PAíS  › EN DICIEMBRE VOLVIERON LAS VERSIONES DE POSIBLES SAQUEOS

Rumores de fin de año

La voz se corrió en La Matanza en las últimas semanas. Se dijo que habría saqueos como los de 2001 en vísperas de Navidad e incluso hubo quienes aseguraron que serían hoy. Los que viven allí sostienen que todos los años se habla de lo mismo.

› Por Alejandra Dandan

Dos rutas avanzan paralelas apretando un tendido de asentamientos que hacen de los primeros cordones del conurbano escenas alucinadas de un paso de frontera. “Las noticias de que vuelven los saqueos aparecen todos los años, desde 2001, como una leyenda; siempre nos echan la culpa a nosotros”, dice Carlos Sánchez camino al barrio, desde el volante del coche. La avenida Cristianía se abre en el medio. Divide a los barrios de un tajo, a uno y otro lado un infierno de pasillos crece entre casas con aguas servidas y pastizales de mosquitos. “Por eso es importante que ustedes estén acá, que vengan para que vean que no tenemos nada que ver con todo eso.” En el centro comercial de la avenida, sin embargo, no todo es oscuro. Las vidrieras siguen tapiadas de rejas desde los saqueos de 2001. Pero en los últimos años, la imagen de una especie de dios griego instalada como un Cristo redentor sobre el techo de un gimnasio dispara todo hacia otro lugar, como si alguien buscara que esa enorme efigie de cemento se ocupara de cuidarlos.

La avenida Cristianía corre delante del auto como un puente de asfalto entre la ruta provincial 21 y la nacional número 3, en el corazón de La Matanza. Hacia atrás quedó el Camino de Cintura, esa vía rápida que dividió al conurbano en dos partes. De un lado, las localidades con los estándares de vida de las clases medias porteñas; del otro lado, los pobres. De un lado, las ciudades establecidas en la década del ’40 al ’60 en torno de polos fabriles; del otro, lo que el geógrafo Andrés Barsky menciona como “ciudades abiertas”, espacios de ciudades incompletas donde primero se instaló la gente y luego llegaron las trazas urbanas con tendidos cloacales incompletos, sin redes de agua potable ni gas.

Ese camino de frontera interna estaba más claro diez años atrás, dice Daniel Arroyo, ex ministro de Desarrollo Social. De un lado, ganaba las elecciones para diputada nacional por la provincia de Buenos Aires Graciela Fernández Meijide; del otro lado, Chiche Duhalde.

Sánchez avanza hacia ese viejo bastión duhaldista. Anda sobre Cristianía hasta que de pronto desvía hacia una de las formas del destino. “Todos los años vienen con la misma consigna: ¿y a quién apuntan?”, dice, volante en mano. “Siempre apuntan al grupo de piqueteros de D’Elía, a nosotros, la historia siempre pasa por ahí, cuando en realidad todos los años a nosotros nos toca primero negarlo y segundo, hacer militancia entre los compañeros para concientizarlos de que no se debe hacer.”

Sánchez es la mano derecha de Luis D’Elía en el territorio, empezó como coordinador de alguno de los barrios y ahora encabeza la Federación de Tierra y Vivienda (FTV) de la provincia de Buenos Aires. En un rato, tiene una reunión con el jefe de Gabinete de La Matanza que después de años aceptó sentarse a discutir el tema tierras. El hombre está apurado, apuradísimo. El coche acelera hasta treparse a la loma de un puente. Por abajo, un riacho se cruza como otra de las dimensiones difusas de esa frontera que va abriéndose paso en todos lados. Esta vez se trata de uno de los canales del río Matanza, un arroyo que divide las zonas de asentamientos viejos de las tomas de tierras más nuevas.

Los gorilas

Durante las últimas semanas, ante la caja del supermercado de un barrio en La Matanza, una señora observó a una puntera de las organizaciones no kirchneristas. La mujer se le acercó. Para la Navidad, le dijo, se están organizando saqueos. La que hacía la cola trabajaba de empleada doméstica en varias casas de Capital. Aquel día quedó perpleja. Lo mismo sucedió con los referentes de la FTV.

Como sucede cada año desde 2001, D’Elía recaba desde hace semanas datos en esos mismos barrios que se convierten en una gran usina de rumores. “Están organizándose para este domingo, lo sabemos, son punteros del duhaldismo, y hasta hay uno que fue candidato a intendente de la zona”, dice. En tanto, en otras organizaciones los rumores se viven distintos. Algunos dirigentes de Libres del Sur de la zona aseguran que hasta ahora por allí nadie escuchó nada. “Hace unos días, un concejal de la Coalición Cívica me dijo algo”, dice Sandra Oviedo.

“Vamos hacia el Barrio 22 de Enero”, indica Sánchez con la prédica de un guía. El barrio es uno de los más emblemáticos. Ahí empezaron los saqueos de 2001 que se extendieron más tarde sobre las avenidas Crovara y Cristianía. Todo empezó cuando una voz avisó entre los vecinos que todo estaba listo para ir a saquear El Tambo, el barrio de enfrente. Todavía no sabían que del otro lado se estaba diciendo lo mismo: iban a saquear al “22”. Ahora es distinto, sigue Sánchez. “Uno, hay otras condiciones; dos, hacer algo de eso implica un riesgo de vida para nuestros compañeros y tres, no por justificarlo pero Néstor Kirchner no es lo mismo, y eso es ponerse al servicio de la derecha, porque esto termina sirviéndole de carne a la derecha. Que quede claro que es así.”

Más adelante, un vecino abre las tranqueras de alambre de una esquina sin nombre, al lado de una capilla ardiente dedicada a una imagen del Gauchito Gil. El dueño de casa se arrima a una mesa a la que van llegando vecinos. La sombra de un árbol atempera los mil grados del sol.

“Sí, es verdad, por acá llegaron los rumores del saqueo”, dice Rosa Carrizo. “Los mismos vecinos te lo van diciendo. Cuando yo voy a buscar a mi hijo a la escuela se juntan las madres, te dicen que viene un saqueo pero grande; ‘preparate’, te dicen”.

Alrededor hay otras mujeres. Tania con un bebé, Marita, la señora más grande, y Alejandra Robledo. Rosa Carrizo es la dueña de casa, la mujer de Carlos Rodríguez. Hasta los días de la toma, tres años atrás, ellos alquilaban lugares entre González Catán, Alejandro Korn y Pontevedra. Rosa era asistente de enfermería en un geriátrico. Conoció a Carlos cuando él manejaba un colectivo de la línea 180 hasta que después de una huelga la empresa lo despidió junto a 29 compañeros.

Carlos tiene casi cincuenta. “No es que hay tantas organizaciones políticas atrás de los saqueos”, explica, sentado bajo el árbol. “Acá los comentarios se corren entre las mamás, en los lugares donde se entrega la leche. La gente está disconforme.”

Al fondo, la mujer más grande no dice una palabra hasta que de pronto se pone a hablar. “Yo iba viajando en el 155 y atrás mío decían: ‘Va a haber saqueo, porque no puede ser la miseria que está pasando, no nos pagan los planes. Nos estamos muriendo de hambre. ¿Yo a mi mujer qué le digo? Me pide para darle de comer y no tengo, entonces qué voy a esperar, si hay saqueos hay saqueos’. Pero no sé quién lo decía porque venía de atrás.”

–¿Y cómo son los saqueos? ¿Viene alguien y avisa?

–¡No! –dice Tania– Vos te das cuenta: ¡todos empiezan a correr!

–¿Cómo se prepara la gente?

–Llevando bolsas o los carros, según. El que quiere hacer maldad lleva fierros y el que va con buenas intenciones para traer comida, mercadería, carne, va con bolsas.

–Todos los años hay rumores pero después no se dan.

–Es que cuando no se cumplen las cosas, ahí se hacen saqueos.

–¿Cuál es la diferencia entre este año y otros? ¿Por qué ahora habría?

–Es que aumentó todo. No te podés comprar nada. Antes con diez pesos hacías un guiso, ahora no sé, nada te dura.

–¿Qué pasa ahora si viene el saqueo?

–La tentación te mata. Pero todo el año la luchaste, no es justo que te prendas a una movida política –responde Carlos.

El recuerdo de 2001

Carlos viajaba en un colectivo hacia el kilómetro 36 de la ruta 21 la tarde de los saqueos de diciembre de 2001. A la altura del kilómetro 29, el colectivo se paró. “¡Todo era una marea de gente, estaban saqueando las cosas! Yo lo vi y nosotros participamos por ignorancia, sin saber que era una movida política: yo me llevé un lechón enorme, se venían las fiestas, y no tenía nada. Encima comentaban que venían de otros barrios a ocuparnos las casas, así que me fui a mi casa.”

Pablo Vommaro es docente de la UBA e investigador del Conicet, viene estudiando las formas de organización de la protesta social desde 2001 y en ese contexto piensa algunas hipótesis sobre los saqueos. “A las organizaciones fue como que las perjudicó”, dice. Pese a eso, cree que hubo dos tipos de incidencia en la provincia de Buenos Aires. La mayor parte de los saqueos, dice, estuvieron focalizados en el noroeste, no en el sur, donde había una alta concentración de organizaciones sociales. Hubo saqueos donde la concentración de organización no era tal, como si las organizaciones actuaran como masa de contención para minimizar las dimensiones. “De todos modos, una de las dimensiones del saqueo es la situación económica –indica– y no es lo mismo el grado de pobreza y marginalidad de 2001 que el de ahora. A grandes rasgos, la gente que entrevisto ahora consiguió trabajo. El componente de marginación y desesperación extrema que estaba en 2001 y que también hace falta para el saqueo, no está. Parte de lo que empezó a pasar en 2002 es que se creó una red de asistencia social que se amplificó mucho y que sirve en ocasiones para tapar incendios de este tipo, aunque no sé si para evitarlos totalmente.”

“¿Sabe lo que haría yo? –dice la vieja Marita, de nuevo en el centro de la escena–. Lo que sería lindo, que cada comerciante, los que tienen miedo del saqueo, que prepare su bolsa de mercadería, que le dé a la gente que necesita, no se va a volver pobre con eso.”

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